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Prólogo a la primera edición del Cardenal Antonio Quarracino (1990)

1. La Creación
2. La batalla de los ángeles
3. El pecado original
4. Caín y Abel
5. El Arca de Noé
6. La Torre de Babel
7. Historia de Abraham
8. Jacob y Esaú
9. José, primer ministro del Faraón
10. Moisés de Príncipe a Pastor
11. La salida de Egipto
12. Los Diez Mandamientos y Muerte de Moisés
13. La Tierra Prometida
14. David, el Rey Cantor
15. Salomón, el Rey Sabio
16. Los Profetas, Lenguaraces de Dios
17. Historias y Figuras de Israel
18. Daniel en Babilonia
19. Judas Macabeo, Caudillo Victorioso

20. Anuncio del Ángel y Visita a Isabel
21. En Nacimiento
22. Los Reyes Magos
23. La Huida a Egipto
24. El Niño perdido y hallado. Vida oculta
25. Jesús se prepara para la Vida pública
26. Milagros
27. Andanzas y enseñanazas
28. Parábolas y Comparancias
29. Entrada Triunfal en Jerusalén y Última Cena
30. La oración en el huerto y el juicio
31. Muerte de Jesús
32. Resurrección
33. La Ascención y Pentecostés


 

 

 

 
Historia Sagrada para Chicos Argentinos
Juan Luis Gallardo 
Editado por Vórtice 
18. Daniel en Babilonia


Nabuconodosor era un rey poderoso que tenía su trono en Babilonia. Tan importante era que todos su servidores debían ser nobles. Entre ellos se contaban cuatro príncipes judíos. Uno de esos príncipes se llamaba Daniel.

Una noche el rey soñó algo que lo llenó de miedo, pero después olvido el sueño. Aunque no olvidó el susto que aquel sueño le causara. Convocó entonces a sus servidores y a los sabios y magos del reino para que descubrieran cuál había sido el sueño y lo interpretaran. Si no lo hacían, les cortaría la cabeza. Naturalmente hubo muchos degüellos.

Cuando le tocó el turno a Daniel y sus amigos, aquél le dijo a Nabucodonosor.

-Vea, rey, si me da plazo hasta mañana descubriré su sueño y le diré qué quiere decir.

-Está bien-contestó el rey-. Esperaré hasta mañana. Pero, si no descubrís mi sueño y me lo interpretás... ¡ñac!

Daniel pensó:

-El único que puede saber lo que soñó el rey es Dios. Rezaré para que me lo comunique y me explique su significado.

Y Daniel se puso a rezar con alma y vida.

Por la noche, Dios le hizo soñar lo mismo que había soñado Nabucodonosor y le sopló al oído el sentido del sueño. A la mañana siguiente, Daniel y sus amigos se presentaron al rey. Dijo Daniel:

-Rey, lo que usted soñó fue lo siguiente. Vio una estatua grandísima con la cabeza de oro, el pecho de plata, la panza de cobre, las piernas de fierro y los pies de barro. Cerca de la estatua había una montaña. De la montaña se desprendió un cascote y bajó rodando. Le pegó en los pies a la estatua y la hizo polvo.

Nabucodonosor se quedó con la boca abierta. Así había sido su sueño nomás. Le pidió entonces a Daniel que se lo explicara. Daniel le dijo:

-La estatua representa su reino, rey. Usted es la cabeza de oro. Pero, a medida que pase el tiempo, sus sucesores serán más débiles y están representados por los materiales fallutos. Dios, que supera en poder a todos los reyes del mundo, está simbolizado por la piedrita que rueda de la montaña y destruye la estatua.

-¿Y cómo has descubierto eso? -preguntó Nabucodonosor, asombrado.

-Recé a mi Dios, que es el Dios de Israel, y me lo reveló todo.

-Grande es tu Dios -reconoció el rey.

Y ordenó llenar de honores a Daniel y sus amigos.

La lección recibida no le sirvió por mucho tiempo al rey Nabucodonosor. Porque se mareó con el poder y se le subieron los humos a la cabeza. Tanto que se metió a disponer lo que debían pagar sus súbditos. Y mandó construir un muñeco enteramente de oro para que todos lo adoraran arrodillándose frente a él. También hizo fabricar un horno enorme, mucho más grande que el de las panaderías, donde meterían a cualquiera que se resistiera a adorar el muñeco.

Daniel y sus amigos se negaron redondamente a arrodillarse ante el ídolo, pues sabían muy bien que sólo se puede adorar al Dios verdadero. Así que el rey ordenó que los tiraran adentro del horno.

El fuego allí no se apagaba nunca. Pero, aunque no hacía falta, le echaron un montón de leña más. Rato después todo estaba al rojo vivo. Fue entonces cuando los metieron en el horno a Daniel y sus amigos. Tan fuerte era el calor que algunos soldados que los llevaban se murieron achicharrados de sólo acercarse.

Pero nada les pasó a Daniel y sus amigos. Y, para sorpresa del rey, otro personaje vino a acompañarlos dentro del horno. Era un ángel, con el cual charlaban, paseándose tranquilamente entre las llamas.

Al ver semejante prodigio, Nabucodonosor les gritó a los del horno:

-¡Eh, ustedes, salgan de ahí! ¡Los perdono porque está visto que Dios los protege!

Y Daniel con sus amigos salieron del horno, sin que se les hubiera chamuscado ni un pelo.

Muerto Nabucodonosor, lo sucedió el rey Darío. Era bastante buena persona y estimaba a Daniel, que ya iba para viejo.

Pero los adulones que nunca faltan convencieron a Darío de que debía prohibir que en su reino alguien dirigiera oraciones a otro que no fuera el mismo rey. Halagado, Darío firmó un decreto que contenía esa prohibición, agregando que el que desobedeciera sería arrojado a un socavón llena de leones hambrientos que había en el palacio.

Daniel no se achicó y continuó rezando al Dios verdadero. Los adulones fueron y se lo contaron al rey. Y éste, sin muchas ganas que digamos, porque le tenía aprecio a Daniel, mandó que se cumpliera lo establecido en su decreto.

Así fue a parar Daniel al socavón de los leones, que rugían como locos. Pasó la noche. Y , cuando fueron a mirar, vieron que Daniel y un ángel estaban en el pozo, de gran conversación, con todos los leones echados en torno suyo, ronroneando como gatos.

Darío se alegró de lo sucedido, derogó el decreto y, además, dispuso que los súbditos de su reino reconocieran al Dios de Daniel como verdadero Dios. A los adulones les salió el tiro por la culata.

Objetivo:

Destacar que ningún gobierno puede dictar leyes que perjudiquen la religión católica.

 

© 2005 - Juan Luis Gallardo- Todos los derechos reservados