
 CONFESIÓN
53,1. En el 
sacramento de la penitencia se perdonan todos los pecados cometidos después del 
bautismo[1] , y 
obtiene la reviviscencia de los méritos contraídos  por las buenas obras 
realizadas, que se perdieron al cometer un pecado mortal[2] .
Este 
sacramento se llama también de la reconciliación y del perdón. Además de su 
sentido de reconciliación con Dios, incluye también la reconciliación con la 
Iglesia.[3] 
Hoy muchos 
sustituyen la confesión por el psicoanálisis.
Pero la 
diferencia es total:
a) En la 
confesión se dicen pecados.
En el 
psicoanálisis se cuentan problemas psíquicos.
b) En la 
confesión se busca el perdón.
En el 
psicoanálisis se busca una curación.
c) En la 
confesión se recupera la reconciliación con Dios.
En el 
psicoanálisis, a lo más, el equilibrio psíquico[4] .

54.- CONFESARSE 
ES DECIRLE CON ARREPENTIMIENTO AL CONFESOR, TODOS LOS PECADOS COMETIDOS DESDE 
54,1. La 
confesión es una manifestación externa del arrepentimiento de nuestros pecados y 
de nuestra reconciliación con la Iglesia[5]  
.
«Para un 
cristiano el sacramento de la penitencia es el único modo ordinario de obtener 
el perdón de sus pecados graves cometidos después del bautismo»[6] .

55.- 
EL SACRAMENTO DE 
55,1. Quizás 
hayas oído alguna vez de labios indocumentados: «la confesión es un invento de 
los curas». Esto es falso.
Se conoce el 
inventor de la imprenta (Guttemberg); del anteojo (Galileo); del termómetro de mercurio 
(Fahrenheit); del pararrayos 
(Franklin); de la pila eléctrica 
(Volta); del teléfono (Bell); del fonógrafo (Edison); de la radio (Marconi); del submarino (Peral); de los Rayos X (Roentgen); del autogiro (La Cierva); de la penicilina (Fleming); etc. etc. 
Ahora bien, 
¿qué «cura» inventó la confesión? 
No se puede 
saber porque no ha existido nunca. 
Y, desde 
luego, si la hubiera inventado un hombre, no la hubiera inventado gratis. Porque 
es inconcebible que un hombre invente una cosa tan desagradable para el 
sacerdote -que tiene que estar encajonado horas y horas oyendo siempre lo 
mismo-, tan perjudicial para la salud, tan fácil de contagiarse de enfermedades, 
etc., etc., y todo esto sin cobrar un céntimo. 
Lo normal es 
que quien hace un servicio lo cobre.
Aparte de 
que, ¿quién va a tener autoridad para obligar a la confesión al mismo Papa? Pues 
el Papa tiene obligación de confesarse, y de hecho se confiesa frecuentemente, 
como todo buen católico. Y lo mismo los cardenales, los obispos y los sacerdotes 
del mundo entero. Si hubiera sido invención suya, se hubieran ellos 
dispensado.
Algunos 
protestantes, para no admitir la confesión decían que ésta se estableció en el 
Concilio de Letrán. 
Pero esto no 
lo sostiene ninguna persona culta, ni siquiera entre los protestantes; pues está 
históricamente demostrado que el Concilio IV de Letrán celebrado en 1215, lo que 
mandó fue la obligación de confesar una vez al año[7] . Ya 
sea por malicia o por desconocimiento de la Historia de la Iglesia, confundían 
la institución del sacramento de la confesión con el precepto de confesarse 
anualmente. 
Pero la 
confesión venía practicándose desde el principio del cristianismo, aunque con 
menos frecuencia. 
Ya en el 
siglo III se nos habla del sacerdote encargado de perdonar los 
pecados.[8]
Y entre los 
años 140 y 150 apareció un libro titulado El 
Pastor de Hermas donde 
se recomienda la confesión[9] . 
Hermas fue hermano del Papa Pío 
I[10] .
La confesión 
privada, como hoy la tenemos, existe desde el siglo VI introducida por los 
monjes irlandeses que reaccionaron a la durísima práctica de la penitencia de 
entonces. Desde el siglo II había una larga lista de pecados, muchos de los 
cuales excluían de la Eucaristía para toda la vida.
A lo largo 
de la historia la confesión ha ido cambiando en el modo de practicarse, 
manteniendo siempre lo esencial del sacramento. 
Según 
El Pastor  de Hermas del siglo II, un presbítero romano 
hermano del Papa Pío I, en aquel 
tiempo sólo se confesaba una vez en la vida o en peligro de 
muerte[11] .  
Sin embargo, 
hoy, la Iglesia recomienda la confesión frecuente. A lo más tardar, una vez al 
año.
55,2. El 
sacramento de la confesión fue 
instituido por Jesucristo[12]  cuando se 
apareció a sus Apóstoles reunidos en el cenáculo y les dio facultad para 
perdonar los pecados, diciéndoles: «A 
quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los 
retengáis, les serán retenidos»[13] . 
Por estas 
palabras de Cristo comunicó a los 
Apóstoles y a sus legítimos sucesores[14] la 
potestad de perdonar y retener los pecados[15] . 
Por eso dice 
San Pablo que el Señor «nos confió el ministerio de la 
reconciliación»[16]
Cristo instituyó 
los sacramentos para que la Iglesia los administrase hasta el final de los 
tiempos.  
Como los 
Apóstoles iban a morir pronto, el poder de perdonar los pecados se transmite a 
sus legítimos sucesores, los sacerdotes. 
«El ministro 
competente para el sacramento de la penitencia, es el sacerdote, que, según las 
leyes canónicas, tiene facultad de absolver»[17] .
Es evidente 
que si el sacerdote debe perdonar o retener los pecados con equidad y 
responsabilidad, se supone que el pecador debe manifestárselos. Sólo el pecador 
puede informarle qué grado de consentimiento hubo en su 
pecado.
Es esencial 
la presencia real de confesor y penitente, por lo tanto es inválida la confesión 
por carta, teléfono, radio o televisión[18] ; pues 
además de no existir presencia real, pone en peligro el secreto 
sacramental.
Por mandato 
de la Iglesia, quien tiene pecado grave debe confesarse al menos una vez al año[19] , o 
antes si hay peligro de muerte o si ha de comulgar[20] . 
Pero eso es 
el plazo máximo. 
Quien quiere 
sinceramente salvarse y no quiere correr un serio peligro de condenarse, no 
puede contentarse con esto. 
Es necesario 
confesarse con más frecuencia. Con la frecuencia que sea necesaria para no vivir 
habitualmente en pecado grave. ¡No vivas nunca en pecado 
grave!
Un buen 
cristiano se confiesa normalmente una vez al mes. 
La confesión 
te devuelve la gracia, si la has perdido; te la aumenta, si no la has perdido; y 
te da auxilios especiales para evitar nuevos pecados.Los sacerdotes deben 
prestarse a confesar a todos los que se lo pidan de modo 
razonable[21] .

56.- 
PECADO ES TODA ACCIÓN U OMISIÓN 
VOLUNTARIA CONTRA 
56,1.«En sus 
juicios acerca de valores morales, el hombre no puede proceder según su personal 
arbitrio. En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia 
de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe  obedecer... 
Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la 
dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente»[23] .
Puede ser 
interesante mi vídeo: El pecado: la gran 
bajeza, la gran locura, la gran primada, la gran 
canallada[24] .
«El pecado 
es un misterio, y tiene un sentido profundamente religioso. Para conocerlo 
necesitamos la luz de la revelación cristiana. (...) El pecado escapa a 
Algunos 
dicen que Dios no es afectado por el pecado. 
El pecado, 
efectivamente, no afecta a la naturaleza divina, que es inmutable; pero sí 
afecta al «Corazón del Padre» que se ve rechazado por el hijo a quien Él tanto 
ama[26] . 
Si el pecado 
no ofendiera a Dios sería porque Dios no nos quiere. Si Dios nos ama, es lógico 
que le «duela» mi falta de amor. Lo mismo que le agradaría mi amor, le desagrada 
mi desprecio: hablo de un modo antropológico. Pero es necesario hacerlo así, 
para entendernos. Si Dios se quedara insensible ante mi amor o mi desprecio, 
sería señal de que no me ama, que le soy indiferente. 
A mí no me 
duele el desprecio de un desconocido; pero sí, si viene de una persona a quien 
amo. 
No es que el 
hombre haga daño a Dios. Pero a Dios le «duele» mi falta de amor. 
El bofetón 
de su niñito no le hace daño a una madre, pero sí le da pena. Ella prefiere un 
cariñoso besín. Es cuestión de amor.
La 
inmutabilidad de Dios no significa indiferencia. La inmutabilidad se refiere a 
la esfera ontológica, pero no a 
Es un 
misterio cómo el pecado del hombre puede afectar a Dios. Pero el hecho de que el 
pecado afecta a Dios es un dato bíblico[27] . 
La Biblia 
expresa la ofensa a Dios del pecado con la imagen del adulterio[28] .
«El pecado 
es ante todo ofensa a Dios»[29] .
El pecado 
ofende a Dios por lo que supone de rebelión. 
David, 
arrepentido de su pecado, exclamaba: 
«Contra Ti pequé, 
Señor»[30].
«El pecado 
es un no deliberado dado al amor 
redentor de Cristo, y esta 
negativa lastima a Cristo»[31] .
Hay hechos 
que tienen un significado importante. 
Por eso 
Pío XI se negó a pagar al Estado 
Italiano una lira al año de contribución, pues eso suponía que el Estado 
Vaticano no era independiente[32] .
«La Iglesia 
ha condenado la opinión de quienes sostenían que puede darse un pecado puramente filosófico, que sería una falta contra la 
recta razón sin ser ofensa de Dios»[33].
«La Iglesia 
ha condenado la idea de que pueda existir un pecado meramente racional o 
filosófico, que no mereciera castigo de Dios»[34] .    
El pecado 
está en la no aceptación de la 
voluntad de Dios, más que en la transgresión material de la ley. 
Por eso, 
puede haber pecado sin transgresión material de la ley si existe el NO a Dios en 
la intención; mientras que puede haber transgresión de la ley sin pecado, si no 
se ha dado el NO a Dios voluntariamente.
El pecado no 
es algo que nos cae inesperadamente, como un rayo en medio del campo. El pecado 
se va fraguando, poco a poco, dentro de nosotros mismos[35] .
Las 
repetidas infidelidades a Dios, los apegos desordenados consentidos, el 
irresponsable descuido de las cautelas, van preparando la 
caída.
56,2. La moral no consiste en el cumplimiento mecánico de una serie de 
preceptos, sino en nuestra respuesta cordial a la llamada de Dios que se traduce 
en una actitud fundamental en el servicio de Dios.
La opción 
fundamental es la orientación permanente de la 
voluntad hacia un fin. 
Esta actitud 
«debe explicitarse en el fiel cumplimiento de los preceptos, no de modo 
rutinario, sino vivificado por el dinamismo que el Espíritu imprime en nuestros 
corazones. 
»La opción 
fundamental no consiste en liberarse del cumplimiento de determinadas normas o 
preceptos, sino muy al contrario, en hacer una llamada a la interiorización y 
profundización de la vida de cada cristiano. 
»La opción 
fundamental por Dios consiste en colocar a Dios en el centro de la vida. 
»Concebirle 
como el Valor Supremo hacia el cual se orientan todas las tendencias, y en 
función del cual se jerarquizan las múltiples elecciones de cada 
día»[36] .
La opción 
fundamental es una decisión libre, que brota del núcleo central de la persona, 
una elección plena a favor o en contra de Dios, que condiciona los actos 
subsiguientes, y es de tal densidad que abarca la totalidad de la persona, dando 
sentido y orientación a su vida entera.
«Es claro 
que las actitudes determinan nuestro comportamiento moral de forma positiva o 
negativa»[37] .
 Las 
actitudes son predisposiciones estables o formas habituales de pensar, sentir y 
actuar en consonancia con nuestros valores. 
Son, por 
tanto, consecuencia de nuestras convicciones o creencias más firmes y razonadas 
de que algo «vale» y da sentido y contenido a nuestra vida. Constituyen el 
sistema fundamental por el que orientamos y definimos nuestras relaciones y 
conductas con el medio en que vivimos.
Evidentemente que en el hombre 
tienen más valor las actitudes que los actos. Hay «actos que expresan más bien 
la periferia del ser y no el ser mismo del hombre». 
»Los actos 
verdaderamente valiosos son los que proceden de actitudes conscientemente 
arraigadas. 
»Se ve 
claramente que, aunque la actitud sea lo que define auténticamente al ser moral 
del hombre, los actos tienen también su importancia, porque, repetidos, 
conscientes y libres van camino de convertirse en actitud»[38] . 
Incluso 
podemos decir que hay actos de tal trascendencia que, si se realizan 
responsablemente y sin atenuantes posibles, son el exponente de una actitud 
interna[39] . 
 No 
hace falta que el acto se repita para que sea considerado grave[40] . 
Por ejemplo: 
un adulterio o un crimen planeado a sangre fría, con advertencia plena de la 
responsabilidad que se contrae, buscando el modo de superar todas las 
dificultades, y sin detenerse ante las consecuencias con tal de conseguir su 
deseo, ¿qué duda cabe que compromete la actitud moral del hombre? 
«La opción 
fundamental puede ser radicalmente modificada por actos 
particulares»[41] . 
No es 
sincera una opción fundamental por Dios, si después esto no se confirma con 
actos concretos. Los actos son la manifestación de nuestra 
opción[42] . 
«Si la 
opción fundamental no va acompañada de actos singulares buenos, se ha de 
concluir que la tal opción se reduce a buenas intenciones»[43] .
«Es en las 
acciones particulares donde la opción fundamental de servir a Dios se puede 
vivir de verdad. (...) La ruptura de la opción fundamental no es sólo por 
apostasía»[44] .
Lo que sí 
parece cierto es que la actitud no 
cambia en un momento. 
Los cambios 
vitales en el hombre son algo paulatino. 
El pecado 
mortal que separa al hombre definitivamente de Dios es la consecuencia final de 
una temporada de laxitud moral[45] . Por 
eso decimos que el pecado venial dispone para el 
mortal.

56,3. 
Algunos opinan que al final de la vida, Dios dará a todos la oportunidad de 
pedir perdón de sus pecados; pero esta posibilidad de la opción final no tiene ningún fundamento en la 
Biblia[46] . 
Por eso es 
rechazada por teólogos de categoría internacional como Ratzinger, Rahner, Pozo, Alfaro, Ruiz de la 
Peña, etc.
56,4. Hay, 
además otros pecados llamados pecados de 
omisión: «los pecados cometidos por los que no hicieron ningún 
mal..., más que el mal de no atreverse a hacer el bien, que estaba a su 
alcance»[47] . 
Jesucristo condena al infierno a 
los que dejaron de hacer el bien: «Lo que 
con éstos no hicisteis»[48] . A 
veces hay obligación de hacer el bien, y el no hacerlo es pecado de 
omisión.
«Se 
equivocan los cristianos, que pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, 
pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, 
sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga a un más perfecto 
cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno. Pero no es 
menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse 
totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fueran ajenos del todo a la 
vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y 
al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y 
la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores 
de nuestra época»[49] .
«Hoy es muy 
usual en algunos ambientes hablar de pecado 
social. 
»Pero el 
pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona. 
»Una 
sociedad no es de suyo sujeto de actos morales. 
»Lo cierto 
es que el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás. 
»Pero en el 
fondo de toda situación de pecado hallamos siempre personas 
pecadoras»[50].
Las estructuras de pecado se deben a los 
pecados de los hombres.
«Todo pecado 
es un ultraje a Dios. (...) En un sentido propio y verdadero tan sólo son pecado 
los actos que de forma consciente y voluntaria van contra la ley de Dios. (...) 
Por eso, precisamente, el hombre es la única creatura que puede ser pecadora 
entre los seres que componen la creación visible»[51] .
Aunque es 
cierto que pecados personales generalizados crean un ambiente de pecado, «no se 
puede diluir la responsabilidad personal en culpabilidades colectivas 
anónimas»[52] 
Hay que 
sentirse responsables de nuestros pecados que deterioran el ambiente. Hausherr, Profesor del Instituto Oriental 
de Roma, publicó un libro titulado Le 
Penthos en el que habla del influjo de algunos pecados en el medio 
ambiente espiritual del Cuerpo Místico de Cristo[53] .
56,5. Las 
cosas que principalmente nos incitan y tientan a pecar son: 
a) el mundo 
(criterios relajados, costumbres corruptoras, ambientes pervertidos) con sus 
atractivos, que tienen fuerza seductora para los incautos que se dejan llevar 
por él.
b) El 
demonio con sus tentaciones: engañando con apariencias de bien[54] .
c) La carne 
con sus inclinaciones al pecado[55] . 
La 
inclinación al pecado se llama concupiscencia. Ésta se concreta en los llamados 
siete pecados capitales que son: 
soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y 
pereza.
Soberbia 
es un apetito desordenado a la 
autoestimación excesiva.
Avaricia es una 
estima desordenada de los bienes materiales.
Lujuria es un apego 
desordenado a los placeres de la sexualidad.
Ira es un 
apetito de venganza.
Gula es un 
apetito desordenado de comer o beber.
Envidia es un pesar 
del bien ajeno o alegría de su mal.
Pereza es una 
negligencia en el cumplimiento de las propias 
obligaciones.
Dice el 
Apóstol Santiago: «Cada cual es tentado  por sus propias 
concupiscencias»[56] . Y 
San Juan: El que peca se hace esclavo del 
pecado»[57] . 
«El que peca se hace hijo de 
Satanás»[58] .
A veces, los 
malos ambientes pervierten a muchos católicos. 
Como dijo 
Pablo VI, en una solemne 
alocución: «Muchos cristianos de hoy, en lugar de misionar, son misionados; en 
lugar de convertir, son convertidos; en lugar de comunicar el Espíritu de 
Jesús, son ellos contagiados por 
el espíritu del mundo».
No podemos 
vencer las tentaciones nosotros solos; pero tenemos la ayuda de Dios, su gracia, 
que la tenemos a nuestra disposición si la buscamos con la oración y los 
sacramentos. 
Dice 
San Pablo que Dios no permite al 
demonio que nos tiente por encima de nuestras fuerzas[59] .
Muchas veces 
el demonio se vale de los mismos hombres para hacernos pecar. Unas veces con su 
mal ejemplo. Otras, también con sus palabras. 
Es necesario 
saber luchar contra los malos ambientes, y no dejarse arrastrar al pecado por el 
respeto humano. 
El mejor 
medio para esto es huir de las malas compañías y juntarse con buenos 
amigos.
Ocurre con 
frecuencia que, en un grupo, los más indeseables llevan la voz cantante y 
dominan a una colección de individuos vulgares y endebles. 
Ten mucho 
cuidado de que nadie atente contra la integridad y rectitud de tu personalidad. 
Y si alguna 
vez te integras en alguno de estos grupos, ten la valentía suficiente para hacer 
una acto de independencia y abandonar el grupo, aunque tal vez la ruptura te 
traiga algún contratiempo desagradable. No importa. Es decir, esto tiene menos 
importancia y merece la pena afrontarlo. 
La mejor 
manera de vencer los malos 
ambientes es tomar desde el primer momento una actitud decidida, 
clara, inquebrantable. Si ven que contigo es inútil, te dejarán en paz. Pero si 
ven que vacilas, volverán una y otra vez a la carga hasta 
tumbarte.
56,6. El respeto humano consiste en obrar mal 
por vergüenza de obrar bien temiendo al «qué dirán» los 
demás.
Y dijo 
Jesucristo: Si alguien se avergüenza de Mí delante de los 
hombres, Yo  lo ignoraré delante de mi Padre[60] 
Es una 
cobardía indigna. Es vergonzoso tenerle miedo a la sonrisa maliciosa de una 
persona que -por su conducta- es indigna de nuestro aprecio. 
En cambio, 
quien cumple con su deber por encima de todo, consigue la estima de todas las 
personas buenas, y también el respeto de las que no lo son, que -digan lo que 
digan por fuera- en su interior no tienen más remedio que reconocer y admirar la 
superioridad de la honradez y de la virtud.
En tu 
conducta has de ser valiente cuando otros quieran arrastrarte al mal. Pero no 
hay que fanfarronear. 
Si la 
timidez y la cobardía desprestigian la virtud, no menos la desprestigia la 
fanfarronería, que la hace desagradable y antipática a todo el mundo. 
Tu conducta 
ha de ser la de una persona entera, que sabe lo que es cumplir con su deber, 
pero que no por eso desprecia a los demás, sino que es amable con todos, y todos 
saben que se puede contar contigo cuando se trata de algo bueno. Si eres persona 
recta y amable, pronto tendrás quien te siga. 
No hay nada 
tan atractivo como la virtud, cuando ésta es amable y valiente. La mayoría de 
las personas son imitadoras que siguen a las que entre ellas son capaces de dar 
ejemplo.
No olvides 
que tu conducta ejerce influjo en 
los demás. 
Quizás tú no 
te des cuenta. Pero el buen ejemplo arrastra, a veces, todavía más que el malo. 
Muchos no se 
atreven a ser los primeros y lo están esperando para seguirlo. Los cristianos 
deben, con su vida ejemplar, dar testimonio de la doctrina de Cristo[61] .
«La 
transmisión de la fe se verifica por el testimonio... Un cristiano da testimonio 
en la medida en que se entrega totalmente a Dios, a su obra... Normalmente la 
verdad cristiana se hace reconocer a través de la persona 
cristiana»[62] .
56,7. 
También te recomiendo que seas santamente alegre. 
Uno de los 
mejores apostolados es el apostolado de 
La bondad no 
es ñoñería. 
Sólo el 
bueno es verdaderamente alegre. La alegría del pecado es mentira, y su gusto se 
convierte en tormento. 
La felicidad 
En cambio, 
después de hacer una buena confesión, ¿verdad que se siente un alivio y un 
consuelo especial? 
En una tanda 
de Ejercicios Espirituales a obreros, uno me echó en el buzón un papel que 
decía: «es tanta la felicidad y alegría que he sentido después de confesarme, 
que no hay nada para mí en el mundo capaz de compararlo. Es algo fuera de lo 
material. Me he elevado de tal forma, que he llorado de alegría y de 
arrepentimiento. No soy digno de tanta felicidad». Textualmente. Al pie de 
También 
conservo otro papel que me encontré después de las confesiones de otra tanda de 
Ejercicios. Dice así: «Padre, estoy rebosante de alegría. Tengo a Cristo en mi alma. En mi vida me he sentido 
tan feliz como ahora. Usted ha conseguido de mí que encuentre la verdadera 
felicidad». 
El célebre 
poeta mejicano Amado Nervo confesó 
en su lecho de muerte, y después le decía a sus amigos: «Me he confesado y me 
siento completamente feliz»[63] . 
Realmente 
que la felicidad de la tranquilidad de 
conciencia no puede compararse a la amargura que deja detrás de sí el 
pecado.
 El 
placer egoísta, antes de gustarlo, atrae. Pero después desilusiona. 
Y si en su 
satisfacción ha habido degradación, pecado, etc., el vacío que deja en el alma 
no tiene nada que ver con la felicidad que se siente después de hacer una buena 
obra donde se ha sacrificado algo.
56,8. El 
pecado es el peor de los 
males[64] . Peor 
que la misma muerte, que sólo es un mal si nos sorprende en pecado. La muerte en 
paz con Dios es el paso a una eternidad feliz. 
Todos los 
demás males se acaban con esta vida. Sólo el pecado atormenta en la 
otra.
Muchas 
personas endurecidas para lo espiritual, viven tranquilamente en el pecado, pero 
su sorpresa en la otra vida será terrible. 
Entonces se 
darán cuenta de que se equivocaron 
en lo principal de su vida: salvarse eternamente.
Pero, sobre 
todo, el pecado es una ofensa a un Dios infinitamente bueno, 
«El hombre 
no puede renunciar a sí mismo, no puede hacerse esclavo de las cosas, de los 
sistemas económicos, de la producción y de sus propios 
productos»[65] «Hay 
en el hombre un afán, a veces desmedido, de poseer, de gozar, de ser 
independiente. Se dan en él: ambición de dinero, hipocresía, injusticias, 
egoísmo, soberbia, cobardía, mentira. Estos vicios repercuten en 
»Jesús proclamó la 
verdad, no pactó nunca con el pecado y 
»Jesús, al 
condenar el pecado, quería hacer una llamada a la dignidad del hombre: el 
hombre, por el pecado, además de rechazar a Dios se hace esclavo de las cosas 
que valen menos que él»[66] .
Dice 
San Juan 
Crisóstomo:
- «Cuando te 
veo vivir de modo contrario a la razón, ¿cómo te llamaré,hombre o 
bestia?
- Cuando te 
veo arrebatar las cosas de los demás, ¿cómo te llamaré,hombre o 
lobo?
- Cuando te 
veo engañar a los demás, ¿cómo te llamaré, hombre o 
serpiente?
- Cuando te 
veo obrar neciamente, ¿cómo te llamaré, hombre o 
asno?
- Cuando te 
veo sumergido en la lujuria, ¿cómo te llamaré, hombre o 
puerco?
- Peor 
todavía. Porque cada bestia tiene un solo vicio: el lobo es ladrón, la serpiente 
mentirosa, el puerco sucio; pero el hombre puede reunir los vicios de todos los 
brutos»[67] .
56,9. En la 
vida son necesarias normas morales.
«Todos los 
psicólogos insisten en que desde el comienzo de la vida el ser humano necesita 
de 
Los que 
rechazan toda moral («prohibido prohibir»), son unos hipócritas, pues ellos 
quieren imponernos sus normas. Ya dijo Ortega 
y Gasset: «De la moral, no es posible desentenderse»[69].
A veces, en 
los medios de comunicación, aparecen personas, cuya vida desordenada es de 
dominio público, que manifiestan que no se arrepienten de nada: no sé si por 
ignorancia de la moral o por soberbia redomada. Pretenden que esté bien todo lo 
que ellos hacen. Sin embargo «la ausencia del sentimiento de culpabilidad no es 
ningún signo de progreso, sino que revelaría más bien una estructura psicológica 
deficiente. El fracaso de un proyecto humano o religioso, aunque no sea absoluto 
y definitivo, tiene que producir en una persona normal ciertas reacciones 
interiores que no la dejen tranquila e inmutable como si nada hubierta pasado. 
La culpabilidad, como el dolor o la fiebre en los mecanismos biológicos, hace 
sentir el mal funcionamiento de la persona y el deseo de una curación 
eficaz»[70].
Hay personas 
que han perdido el sentido del 
pecado y rechazan la doctrina de la Iglesia cuando señala que una 
cosa es pecado. Dicen: «Yo no veo que eso sea pecado; además lo hace todo el 
mundo». 
Eso no 
prueba nada.
Las cosas no 
se convierten en buenas por ser frecuentes: drogas, terrorismo, violaciones, 
etc. 
Además la 
opinión de la mayoría no cambia la realidad observada por un 
entendido.
Hoy los 
famosos del arte, del deporte o del espectáculo se presentan como pedagogos de 
Que un 
experto dé su opinión sobre lo que entiende, es razonable. Pero que el famoso de 
turno dogmatice de lo que no sabe, es lamentable.
Decía 
Pascal: «Algunos justos se 
consideran pecadores, pero muchos pecadores se consideran 
justos»[71]. Dicen: «No 
tengo que arrepentirme de nada». Su soberbia les 
ciega.
La moral no 
puede cambiar con las modas de cada época. 
Hoy está de 
moda permitir el aborto; pero siempre será una injusticia condenar a muerte a 
una persona inocente. 
Hoy está de 
moda la democracia; pero la verdad y el bien no dependen de lo que diga 
Una minoría 
de entendidos vale más que una mayoría que no lo es. 
Si se trata 
de la salud, vale más la opinión de tres médicos que el resto de un grupo 
mayoritario formado por una peluquera, un carpintero, una profesora de idiomas, 
un arquitecto, etc. 
Lo mismo si 
se trata de pilotar un avión o de moral. 
La 
democracia sólo es válida cuando todos los que opinan entienden del tema, por 
ejemplo en una consulta de médicos. Pero no basta la opinión de la mayoría, si 
ésta no entiende del tema.
Para saber 
si es verdad que la Tierra da vueltas alrededor del Sol, no lo sometes a 
votación en una tribu de la selva amazónica, que desconocen el 
tema.
Aunque todo 
el mundo dijera que el agua de tal fuente es potable, porque no ven en ella 
ningún microbio, si el encargado de 
La 
democracia mal empleada puede ser funesta. En frase de 

La Iglesia 
tiene una especial asistencia de 
«Someter una 
cuestión ética a votación, no garantiza la bondad moral de la solución 
vencedora. (...) Una actuación es ética o no lo es, independientemente de las 
opiniones personales de los votantes»[73] .
Sobre 
«Yo dudo que 
haya habido otras épocas de la historia en que la muchedumbre llegase a gobernar 
tan directamente como en nuestro tiempo. (...) Vivimos bajo el brutal imperio de 
las masas. (...) La soberanía del individuo no cualificado. (...) En nuestro 
tiempo domina el hombre-masa; es él quien decide. (...) Las masa populares 
buscan pan, y el medio que emplean es destruir la panaderías»[74].
«Es una 
falacia muy extendida hoy día, que es demagógica y falsa: “el pluralismo 
democrático exige el relativismo ético”. Como si el respeto a la libertad de los 
demás se fundase en que no existe una verdad y un bien objetivos sobre las cosas 
y la naturaleza humana. Esto es un error. (...) Lo que nunca se puede hacer es 
utilizar la coacción y la violencia para imponer mi concepto de la verdad y lo 
bueno. Pero si no defiendo lo que yo considero que es bueno y verdadero, estaría 
siendo injusto con la gente que me rodea. (...) La democracia no es un mecanismo 
para definir lo que es verdadero o falso, bueno o malo. Creer que la votación 
popular es lo que define la bondad o malicia, la verdad o falsedad real de las 
cosas es un error. Convertir la democracia en el sustituto de la capacidad 
racional de hombre para conocer la verdad es una falacia. (...) La democracia no 
implica relativismo ético. El respeto a la libertad de conciencia no implica 
ocultar la verdad o el bien objetivo de las cosas. (...) Tenemos el derecho y la 
obligación de defender lo bueno y lo verdadero ante la sociedad para procurar 
que la verdad y el bien se reflejen en las leyes»[75] .
«No todo lo 
ordenado democráticamente tiene la garantía de ser justo»[76] 
Hoy está de 
moda el relativismo moral. A veces 
se oye decir:
«No hay verdades 
absolutas»: luego tampoco es verdad lo que tú 
dices.
«Nadie puede 
conocer la verdad»: luego tú 
tampoco.
«Todas las 
generalizaciones son falsas»:  luego ésta 
también.
«No seas 
dogmático»: luego tú 
tampoco.
«No me impongas 
tu verdad»:  luego tú tampoco la 
tuya.
Hoy es 
frecuente un concepto peyorativo del sentimiento de 
culpabilidad.
Es cierto 
que en algunas ocasiones puede ser algo patológico, cuando no responde a causas 
objetivas. 
Pero es 
perfectamente lógico que el que ha hecho algo malo tenga después remordimientos 
y sentimientos de culpabilidad. Lo mismo que la fiebre es consecuencia de la 
enfermedad, y el dolor de la herida.
El que 
después de hacer algo malo no tiene remordimientos ni sentimientos de 
culpabilidad es porque tiene el alma acorchada, lo cual es 
gravísimo[77].
«Cada uno de 
nosotros está obligado a obedecer a su conciencia»[78] . «Es 
a la conciencia a la que le corresponde la decisión última sobre el 
comportamiento moral del hombre»[79] .
La 
conciencia es el juicio moral de 
«Hay algo en 
nuestra propia intimidad que nos dice “debes” o “no debes”. Hay una ley grabada 
en nuestra naturaleza, ley que no hemos impuesto nosotros mismos, de obrar el 
bien y evitar el mal»[81] .
 
Pero esta 
conciencia debe estar bien formada, porque el hombre puede engañarse a sí mismo 
considerando bueno lo que le gusta o conviene. 
Por eso la 
Autoridad de la Iglesia, que es objetiva e independiente, señala lo que es bueno 
o malo. 
Dice el Papa 
Juan Pablo II en su encíclica 
Veritatis splendor : «Existen 
normas objetivas de moralidad, válidas para todos los hombres de ayer, de hoy y 
de mañana. Tenemos que amoldar nuestra conciencia a la enseñanza de Cristo y de la Iglesia». 
«Es cierto 
que hay que seguir la conciencia, pero sin olvidar que ella no es la creadora de 
la norma moral, y que el Magisterio ha sido instituido para iluminar la 
conciencia»[82] .
La 
conciencia bien formada se ajusta al Magisterio de 
La 
conciencia no es autónoma. 
«No es una 
fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo.; al contrario, 
en ella está grabado profundamente un principio de obediencia 
«La 
conciencia es el juicio acerca de la licitud o ilicitud de una acción concreta 
del individuo. 
Dijo 
Pablo VI el 13 de febrero de 1969: 
«La conciencia es intérprete de una norma superior, pero no es ella quien crea 
la norma».
«La función 
de la conciencia moral no es crear la ley, sino aplicarla a las circunstancias 
concretas de cada momento»[85] .
«Las cosas 
son como son, y no como a nosotros nos gustaría que fueran. Una mentira apoyada 
por la mayoría, no deja de ser mentira. El que no asume la realidad tal cual es, 
se hace daño a sí mismo y engaña a los demás»[86].
Una 
conciencia equivocada no crea valores. 
«La 
conciencia no obliga por sí misma, sino en cuanto refleja la verdad, porque es 
un instrumento de 
 Según 
Balmes,en El Criterio,«la verdad en las cosas es 
Hay actos 
que son malos porque están prohibidos (circular por una calle en sentido 
contrario al señalado por la flecha). 
Pero también 
hay actos que son malos en sí mismos, porque van contra la dignidad de la 
persona humana (la calumnia). 
Éstos se 
llaman actos intrínsecamente 
malos[89] .
 «La 
educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a 
influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a 
rechazar las enseñanzas autorizadas»[90] .
Todos 
debemos preocuparnos de tener una conciencia bien formada. Pero algunas 
personas, por distintas razones, tienen una conciencia escrupulosa. Deben buscarse un 
sacerdote de su confianza, y dejarse dirigir por él.
    Ten en cuenta que 
el sacerdote es una persona preparada para estos temas, y además 
imparcial.
      Si él 
ve que eres culpable, te pide arrepentimiento y te 
perdona.
Pero si él 
ve que son escrúpulos irresponsables, no los quiere 
fomentar.
La solución 
está en que te fíes de lo que te dice el sacerdote, más de lo que tú 
sientas.
Hay que 
dejar claro que los escrúpulos, generalmente, pueden curarse, si la persona 
escrupulosa es dócil a los consejos de su director espiritual[91].
 «La conciencia errónea no siempre está exenta 
de culpabilidad»[92] . 
«Sólo la 
ignorancia invencible está exenta de culpabilidad»[93] . 
Sólo la 
conciencia equivocada  por error involuntario e inadvertido está libre de 
culpa. Pero en cuanto se descubra el error hay que rectificar. 
«La conciencia errónea puede ser culpable de 
modo directo (cuando no se quiere saber para poder pecar libremente) o «in 
causa» (cuando no se ponen los medios debidos para formarla). En ambos casos 
esta conciencia errónea no excusa de pecado, incluso puede 
agravarlo»[94] .
La 
conciencia no está bien formada si 
no se atiende al Magisterio de la Iglesia, como dijo Juan Pablo II en el Segundo Congreso 
Internacional de Teología Moral[95] .
«La Iglesia, 
a través de su Magisterio ordinario y extraordinario, es la depositaria y 
maestra de la verdad revelada. (...) Difícilmente se podrá hablar de rectitud 
moral de una persona que desoiga o desprecie el Magisterio eclesiástico: 
«el que a vosotros oye, a Mí me oye; y el 
que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia»[96] . Por 
lo tanto, para un cristiano, si no hay unión con la Jerarquía, no hay 
posibilidad de unión con Cristo. 
Ésta es la fe cristiana, y cualquier otra posibilidad queda al margen de la 
fe»[97] .
«Hay 
cristianos que viven habitualmente en estado de condenación, (...) sin que les 
importe nada, incluso encontrándose a gusto en esta terrible situación. 
Cristianos que, cuando se confiesan, apenas sienten pena de haber ofendido a 
Jesucristo, sino que miden su amor 
a Dios por el miedo que experimentan ante el pensamiento del infierno. 
Cristianos que no saben valorar la Pasión de 
Cristo, que viven como si no les importara su complicidad con la 
muerte del Señor, que se quedan fríos e indiferentes ante el dolor de la 
Madre Dolorosa»[98] .
«Una 
conciencia que no quiera buscar la verdad objetiva sería una conciencia 
moralmente culpable»[99].
El célebre 
moralista Häring dice: «Los 
psiquiatras y los psicólogos de profundidades han logrado disipar completamente 
sentimientos de culpabilidad, explicándolos como meros restos neuróticos de 
ansiedades reprimidas de infancia. (...) Yo no me opongo a la psicoterapia, como 
tal, sino a una psicoterapia que niega absolutamente la culpa»[100] .

57.- 
 HAY DOS CLASES DE PECADOS: 
MORTAL Y VENIAL[101] . 
«El pecado 
es una ofensa a Dios» [102] . La 
imperfección no llega a pecado venial. Suele definirse como «la deliberada 
omisión de un bien mejor. Pudiendo hacer un bien mayor se elige un bien 
menor»[103] .

58.- EL PECADO 
MORTAL SE DIFERENCIA DEL VENIAL, EN QUE EL MORTAL ES GRAVE Y EL VENIAL ES 
LEVE[104] .
58,1. No es 
lo mismo cometer un adulterio -que siempre es grave-, que decir una mentirilla 
-que puede no tener importancia-. 
El pecado 
grave rompe nuestra amistad con Dios. El pecado venial, no[105] . Pero 
la enfría.
Algunos 
distinguen entre el pecado grave y el pecado mortal. 
Pero ha 
dicho el Papa Juan Pablo II: 
«El pecado 
grave se identifica prácticamente en la doctrina y en la acción pastoral de la 
Iglesia con el pecado mortal... 
»La triple 
distinción de los pecados en veniales, graves y mortales, podría poner de 
relieve una gradación en los pecados graves. 
»Pero queda 
siempre firme el principio de que la distinción esencial y decisiva está entre 
el pecado que destruye la caridad y el pecado que no mata la vida sobrenatural: 
entre la vida y la muerte no existe una vida intermedia»[106] . 
Por eso el 
Nuevo Catecismo de 

59.- 
Los efectos del pecado mortal son: 
perder la amistad con Dios, matar la vida sobrenatural del alma, y condenarnos 
al infierno, si  morimos con ese pecado [108] .
59,1. Esto 
limitándose a los bienes espirituales. 
Pero aun en 
los bienes naturales, ¡cuántas enfermedades, cuántos encarcelamientos, cuántas 
ruinas, cuántas desgracias de familia no tienen otro origen que un pecado contra 
la Ley de Dios!
Una mancha 
de grasa en una prenda de vestir nueva es motivo suficiente para que 
 ¿Y no 
te da vergüenza que tu alma sea repulsiva a Dios y a la Virgen? 
Una 
piedrecita en el zapato no te deja en paz hasta que logras quitártela, ¿y cómo 
puedes tener tranquilidad con un pecado mortal en el 
alma?

60.- 
Los efectos del pecado venial son: 
poner enferma la vida sobrenatural del alma, y disponernos para el pecado mortal 
[109] .
60,1.-El 
pecado venial es una transgresión voluntaria de la ley de Dios en materia 
leve[110] . 
Una tos 
pequeña, pero descuidada, puede llevar a la sepultura. 
Un punto 
negro en un diente no es nada, pero si no se lo enseñas al dentista, pronto todo 
el diente quedará dañado, y hasta puede ser necesaria la 
extracción.
No es que el 
pecado leve se convierta en grave. 
Ni siquiera 
que muchos pecados leves hagan un pecado grave. 
Sino que el 
pecado leve dispone al pecado grave[111] , pues 
debilita la voluntad y nos priva de gracias sobrenaturales con las cuales 
podríamos luchar mejor contra el pecado grave. 
«Pero los 
pecados veniales no nos excluyen del Reino de Dios»[112] . 
Deberíamos 
poner especial diligencia en evitar los pecados veniales plenamente advertidos y 
voluntarios. 
Evitar 
también todos  los semideliberados supone especial gracia de Dios. Este 
privilegio lo tuvo María 
Santísima[113] .
60,2. Un 
pecado que de suyo es leve, por 
ser la materia leve, puede ser grave:
a) si el que 
lo comete cree, por error, que es grave: robar una 
peseta.
b) si se 
comete con fin gravemente malo: insultar 
c) si se 
hace a otro un daño grave o se pretende hacerlo, o se es causa de grave 
escándalo: parejas pecando en público.
d) si al 
cometerlo, se expone uno al peligro próximo de pecar gravemente: entrar por 
curiosidad en un cabaret.
e) en 
algunos casos especiales, en que se acumulan las materias, como ocurre en 
algunos robos pequeños repetidos con cierta 
frecuencia.
60,3. Hay 
personas a quienes les gusta preguntar siempre el límite entre el pecado leve y 
grave. 
Pero esto a 
veces es tan  difícil como señalar en  el  arco iris dónde 
termina un color y dónde empieza otro. 
Por eso, en 
la duda, muchos dicen al confesor: «Me arrepiento tal como esté en la presencia 
de Dios».
«Los límites 
entre el pecado mortal y el venial varían de penitente a penitente, y hasta en 
el mismo penitente varían de una vez a otra. En efecto, el penitente no siempre 
presta la misma atención, ni se da la misma cuenta, de la gravedad de sus 
acciones frente a la santa voluntad de Dios»[114] .

61.- EL PECADO 
ES GRAVE CUANDO SE DAN JUNTAMENTE ESTAS TRES COSAS:
1) QUE 
2) QUE AL 
HACERLO YO SEPA QUE ES GRAVE.
3) QUE YO 
QUIERA HACER AQUELLO QUE SÉ QUE ES GRAVE.
61,1. Para 
que haya pecado grave deben darse 
las tres cosas al mismo tiempo. Si no, no hay pecado grave[115] .
Se trata, 
pues, de acciones que se oponen gravemente contra la voluntad de Dios, 
realizadas con pleno conocimiento y deliberado 
consentimiento.
Si no hay 
plena advertencia y perfecto consentimiento, el pecado será 
venial.
Por ejemplo: 
1) Me tiro 
un farol y digo que he estado en Londres, siendo esto mentira. No puede ser 
pecado grave, pues aunque miento queriendo y dándome cuenta de que miento, falta 
la materia grave. 
Esa materia 
es leve, pues con esa mentira no hago daño a nadie.
2) Uno no 
sabe que el emborracharse hasta perder la razón es grave, y para celebrar una 
fiesta coge voluntariamente una borrachera completa. 
Aunque la 
materia era grave y lo ha hecho voluntariamente, no peca gravemente, porque no 
sabía que era materia grave.
3) Está uno 
un domingo en alta mar en un barco pesquero. Sabe que es domingo, pero en esas 
circunstancias no puede ir a Misa. 
No peca, 
pues, aunque la materia es grave, y él se da cuenta de la obligación que tiene 
de ir a Misa en domingo, no puede cumplir con ese precepto en las circunstancias 
en que se encuentra actualmente. 
Esa falta a 
Misa no es voluntaria, por lo tanto no hay pecado.
Materia 
grave es una  cosa  de  
importancia[116] .  
Puede  
ser  grave  en  sí  misma -como el blasfemar-, o en sus 
circunstancias -como el mentir con daño grave para el prójimo-.
La 
advertencia a la gravedad de la materia debe 
acompañar o preceder  a 
«Todos los 
moralistas están de acuerdo en que el penitente sólo tiene que confesar el 
pecado conforme a la idea que tenía del mismo al momento de 
cometerlo»[117] .
«Todo pecado 
actual presupone el conocimiento de la ley»[118] . 
Debemos ser plenamente conscientes de que estamos 
pecando.
«La 
ignorancia es vencible cuando es fácil salir de ella mediante una información 
adecuada. 
Por el 
contrario, es invencible cuando, puestas las diligencias debidas, no es posible 
salir de ella»[119] .
La 
ignorancia culpable (no sé porque no he querido enterarme) no excusa de 
pecado[120] . 
El 
conocimiento del pecado debe ser valorativo. 
Debo darme 
cuenta que al cometer ese pecado estoy haciendo algo malo. Si al hacerlo no 
advierto que peco, no peco.
No todos los 
actos del hombre son actos 
humanos, es decir, conscientes y libres. Sólo éstos son responsables 
moralmente. 
«Conocimiento y libertad constituyen 
la raíz de la moralidad»[121] .Si 
cometo un pecado, sin saber que es pecado, lo que hago se llama pecado material, en el cual no hay culpa. 
Sólo hay 
culpa en el pecado formal, del 
cual soy responsable porque hago queriendo lo que sé que es pecado.
El 
consentimiento de la voluntad debe ser perfecto. 
Esto supone 
que hay libertad para hacer la cosa o no hacerla.
Quien no 
tiene libertad para hacer o dejar de hacer una cosa no obra por propia voluntad, 
y por lo tanto no peca. 
Quien está 
encerrado en la celda de una cárcel no peca si no le dejan ir a 
Misa.
Para que 
haya pecado no hace falta querer 
directamente ofender a Dios: esto sería algo diabólico. 
Peca todo el 
que hace voluntariamente lo que sabe que Dios ha prohibido[122] . 
Obrar contra 
la ley de Dios, ya es ofensa a Dios. 
Si uno te 
quita el monedero no te  contentas  con que  te diga que no 
quiere ofenderte, que sólo quiere tu dinero. 
Al actuar 
contra tus derechos, ya te está ofendiendo; aunque no tenga intención de 
ofenderte. 
«El hombre 
peca mortalmente no sólo cuando su acción procede de menosprecio directo del 
amor de Dios y del prójimo, sino también cuando libre y conscientemente elige un 
objeto gravemente desordenado, sea cual fuere el motivo de su 
elección»[123] . 
Para pecar 
basta hacer voluntariamente algo 
que sé que es pecado, dándome cuenta de que es pecado. 
Si falta 
cualquiera de estas tres 
condiciones no hay pecado grave. 
Es decir: 
cuando la materia no es grave; o es grave, pero yo no lo sé; o lo sé pero lo 
hago sin querer o sin darme cuenta. 
En estos 
casos no hay pecado grave[124] .
Por lo 
tanto, todo lo que se hace sin querer (por ignorancia, por descuido, sin caer en 
la cuenta o en un arrebato inevitable), o lo que se hace sin pleno 
consentimiento, o sin plena advertencia no es pecado 
grave.
No hay 
pecado sin libertad, y no hay libertad sin 
conocimiento.
Lo que se 
hace por ignorancia invencible o violencia extrínseca, nunca es 
pecado[125] .
61,2. 
Tampoco es pecado nada de lo que se hace en 
sueños -aunque fuera pecado hacerlo despierto-, pues soñando se obra 
inconscientemente. 
Pero sí lo 
sería si estando despierto se ha puesto con previsión o intencionadamente su 
causa, o se continúa complacidamente despierto, lo que comenzó dormido. 
Para que sea 
pecado grave hace falta que uno se deleite en lo que está prohibido, 
completamente despierto, y con plena voluntad y deliberación. Lo que se hace 
soñoliento y medio dormido, a lo más es pecado venial. 
No puede 
llegar a pecado grave por faltar la advertencia plena y consentimiento 
perfecto.
Por esto, en 
cuestiones de castidad, aunque se esté despierto, si se producen movimientos 
fisiológicos inevitables, prescinde: no hay pecado 
ninguno.
61,3. 
Los pecados dudosos, en los que no 
se sabe con certeza si ha habido plena advertencia y consentimiento perfecto, 
conviene decirlos como dudosos al confesor, para más tranquilidad; pero no hay 
obligación.
La duda 
puede ser también sobre si se cometió o no se cometió el pecado; si se confesó o 
no se confesó; si la materia del pecado fue grave o leve. 
En ninguno 
de los tres casos hay obligación de confesarlo; aunque está mejor hacerlo 
manifestando la duda. 
Pero si 
dudas sobre si una cosa es o no es pecado grave, y te vas a ver en la ocasión de 
hacerlo de nuevo, tienes obligación grave de preguntarlo antes de hacerlo, si 
hay razones serias para sospechar que pueda ser pecado 
grave.
Hay 
circunstancias en las que una persona puede verse en una situación en la que no 
sabe cómo evitar una mala acción. Para salir de esta situación se puede aplicar 
la doctrina moral del mal menor, conflicto de 
deberes,  o la acción de 
doble efecto.
Evidentemente que si, haga lo que 
haga, tengo que hacer algo malo, el sentido común me dice que elija el mal menor.
Cuando me 
encuentre entre dos obligaciones que parecen contradictorias, lo lógico es 
escoger la obligación que me parezca más importante, según las circunstancias 
del momento.: es lo que se llama conflicto de 
deberes.
Otras veces 
hay que efectuar acciones con doble 
efecto. En estos casos la moral dice lo 
siguiente:
a) Que la 
acción no sea mala en sí misma.
b) Que el 
efecto bueno no se produzca mediante el efecto 
malo.
c) Que la 
intención del agente sea conseguir el efecto bueno.
d) Que haya 
motivos proporcionados para permitir el efecto malo[126] .
«Existe otro 
tipo de acciones humanas, imputables al sujeto, por ser voluntarias en 
a) 
Previsión, al menos confusa, del efecto malo que se ha de 
seguir.
b) Libertad 
para no poner la causa, o para quitarla, una vez 
puesta.
c) 
Obligación de evitar que de tal causa se siga tal efecto»[127] .
61,4. Cuando 
dudes si es o no lícita una acción, puedes aplicar lo que los teólogos llaman 
probabilismo. 
La ley ahora 
dudosa para ti,  no te obliga con tal de que se trate de algo que no 
perjudique a nadie, ni material ni espiritualmente. 
Por ejemplo, 
vas a comulgar y no tienes seguridad si ha pasado ya la hora del ayuno 
eucarístico; pues te parece que sí, pero no recuerdas la hora exacta. 
En ese caso 
puedes salir de la duda sabiendo con certeza que puedes obrar tranquilamente 
pues esa ley, ahora dudosa para ti, no te obliga.
Aunque el 
probabilismo es lícito, las personas que tienen delicadeza de conciencia saben 
que lo meramente lícito  no es siempre lo que más agrada a Dios; por amor a 
Él y por generosidad se puede superar lo que es lícito por lo que más agrada a 
Dios.
61,5. 
Conviene instruirse bien de lo que 
es pecado y de lo que no lo es, pues si creo que algo es pecado grave -aunque de 
suyo no lo sea- y a pesar de eso lo hago voluntariamente, cometo un pecado 
grave. 
«La 
educación de la conciencia es indispensable»[128] . 
«La 
formación de la conciencia es una grave obligación moral: el hombre está 
obligado a formar una conciencia recta. En caso contrario, se hace responsable 
de todas sus faltas, aun las cometidas con ignorancia»[129] .
«Una 
conciencia equivocada es culpable si se debe a despreocupación por conocer la 
verdad y el bien»[130] .
«La 
conciencia 
»Esto parece 
obvio cuando se trata de la conciencia recta, asentada en criterios verdaderos. 
»Pero, 
¿también en caso de error invencible, el hombre ha de seguir el dictamen de su 
conciencia? 
»La 
respuesta es afirmativa. (...) Pero la conciencia errónea plantea hoy 
serios

61,6. Por lo 
tanto, una acción pecaminosa no será pecado, si al hacerla yo no sé que es 
pecado. 
Una acción 
lícita y permitida será pecado, si al hacerla yo creo erróneamente que es pecado 
y la hago libremente. 
El pecado 
será grave, si al hacerlo yo lo tenía por grave, aunque de suyo la materia no 
sea grave. 
El pecado 
será leve, si al hacerlo yo lo tenía por venial, aunque después me entere que la 
materia fue grave. 
El pecado ya 
cometido fue leve, pero si lo repito después de conocer su gravedad, la misma 
acción será ahora pecado grave.
La razón de 
todo esto es que Dios juzga nuestros pecados tal como los tenemos en 
Pero debemos 
procurar tener bien formada la conciencia. 
«Quien duda 
de si está en la verdad, ha de poner los medios para salir de esa 
situación»[132] . 
Evidentemente que la moralidad de un 
acto está condicionado por circunstancias que pueden ser agravantes, atenuantes 
y hasta excusantes. Pero esto no obsta para que haya normas morales objetivas. 
 La 
moral de situación descarta estas 
normas objetivas y sólo atiende, como norma de moralidad, al juicio particular 
de cada uno, prescindiendo del recto orden objetivo[133] . 
Algunos, 
siguiendo la doctrina de Max Weber, 
de la «ética de la intención», sostienen que la fuente de la 
moralidad es el fin que se proponga el agente. Pero Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor  rechaza esta 
doctrina diciendo: «Si el objeto de la acción concreta no está en sintonía con 
el verdadero bien de la persona, la elección de tal acción es moralmente 
mala»[134] .
61,7. Para 
pecar basta tener intención de 
hacer lo que es pecado, aunque después no se realice. 
Soy culpable 
del pecado en el momento en que he decidido cometerlo. 
Por ejemplo: 
peca gravemente quien ha tenido intención de cometer un adulterio, aunque 
después, por alguna dificultad que surgió, no lo haya realizado en la práctica. 
El pecado 
realizado es más grave, pero sólo el intentarlo ya es pecado. 
Uno coge 
cierta cantidad de dinero con intención de robar, y luego se entera que robó su 
propio dinero: ha cometido pecado 
formal aunque no haya sido pecado 
material.
Dos palabras 
sobre la doctrina del doble 
efecto:
«Se puede 
tener en cuenta la doctrina clásica sobre las cuatro condiciones que se 
requieren para actuar cuando de la acción se siguen dos efectos, uno bueno y 
otro malo.
Son las 
siguientes: 
a) Que la 
acción, en sí misma, sea buena o al menos indiferente. 
b)Que el fin 
perseguido sea obtener el efecto bueno y, simplemente, permitir el 
malo. 
c) Que el 
efecto primero o inmediato que se ha de seguir sea el bueno y no el 
malo.
 
d) Que 
exista causa proporcionalmente grave para actuar»[135] .
61,8. El 6 
de agosto de 1993 el Papa Juan Pablo 
II firmó la encíclica «Veritatis 
splendor».  La encíclica ha venido a terminar con el subjetivismo moral que se estaba 
extendiendo en la Iglesia. 
Muchos se 
creen con el derecho de decidir ellos mismos lo que es bueno y lo que es malo, 
según su conciencia; prescindiendo de la ley de Dios, tanto natural como 
positiva. 
El bien y el 
mal tienen un valor objetivo, y no dependen de las opiniones de los hombres. 
Hay bienes 
relativos y bienes absolutos. 
Por ejemplo. 
una temperatura será buena para unos y no para otros. Pero hay bienes absolutos, 
que lo son para todos: la verdad, la justicia, la paz, 
etc.
Es 
importante la opción fundamental de orientar la vida hacia Dios. Pero, aunque no 
haya un rechazo explícito de Dios, se incurre en pecado mortal por una 
transgresión voluntaria de la ley moral en materia 
grave.
No sólo se 
peca con una actitud de pecado. El pecado grave se puede cometer con una sola 
acción, libre y deliberada: el tabaco mata poco a poco, pero un plato de setas 
venenosas mata de golpe.
Monseñor 
Yanes, Presidente de 
Dice la 
encíclica: 
«La 
conciencia no está exenta de la posibilidad de error (nº62). 
El mal 
cometido a causa de una ignorancia invencible o de un error de juicio no 
culpable puede no ser imputable a la persona que lo hace (...), pero cuando la 
conciencia es errónea culpablemente porque el hombre no trata de buscar la 
verdad, compromete su dignidad (nº63). 
El hombre 
tiene obligación moral grave de buscar la verdad y seguirla una vez conocida 
(nº34). 
Es pecado 
mortal lo que tiene como objeto una materia grave y es cometido con pleno 
conocimiento y deliberado consentimiento (nº70).
Con 
cualquier pecado mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios que ha 
dado la ley (...); a pesar de conservar la fe pierde la gracia santificante 
(nº68). 
La opción 
fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones 
conscientes de sentido contrario en materia moral  grave (nº67). 
Los 
cristianos tienen en la Iglesia y en su Magisterio una gran ayuda para la 
formación de la conciencia (nº64). 
La Iglesia 
ilumina sobre la verdad objetiva de la ley natural, obra de Dios (nº40). 
El hombre 
que se desengancha de la verdad objetiva de la ley natural se equivoca (nº61). 
Es 
inaceptable que se haga de la propia debilidad el criterio de la verdad para 
justificarse uno mismo (nº104), adaptando la norma moral a los propios intereses 
(nº105). 
La 
conciencia no es una fuente autónoma para decidir lo que es bueno o malo (nº60). 
Por voluntad 
de Cristo 
El Señor ha 
confiado a Pedro el encargo de 
confirmar a sus hermanos (nº115).
 La 
Iglesia se pone al servicio de la conciencia ayudándola a no desviarse de la 
verdad (nº 64, 110, 116). 
Los fieles 
están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos 
declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios (nº76). 
Los fieles, 
en su fe, deben seguir el Magisterio de la Iglesia, no las opiniones de los 
teólogos (Prólogo). 
La Iglesia 
tiene autoridad no sólo en cuestiones de fe sino también  en cuestiones de 
moral (nº28 y 95). 
La fe tiene 
un contenido moral: suscita y exige un compromiso coherente con la vida (nº83). 
Una verdad 
no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en 
práctica (nº88).
 La 
libertad no es un valor absoluto (nº32). 
La libertad 
debe someterse a la verdad (nº34). 
No hay 
libertad fuera de la verdad (nº96). 
Se llegaría 
a una concepción relativista de la moral (nº33). 
La 
revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al 
hombre, sino sólo a Dios (nº35). 
La doctrina 
moral no puede depender de una deliberación de tipo democrático (nº113). 
La ley 
natural es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los 
hombres (nº51). 
A ella deben 
atenerse tanto los poderes públicos como los ciudadanos (nº97 y 101). 
Las 
opiniones de los teólogos no constituyen la norma de enseñanza (nº116). 
En la 
oposición a la enseñanza de los Pastores no se puede reconocer una legítima 
expresión de la libertad cristiana ni de las diversidades de los dones del 
Espíritu Santo (nº113). 
Los Pastores 
tienen el deber (...) de exigir que sea respetado siempre el derecho de los 
fieles a recibir la doctrina católica  en su pureza e integridad (nº113). 
Hay verdades 
y valores morales por los cuales se debe estar dispuesto a dar incluso la vida 
(nº94). 
Ninguna 
doctrina filosófica o teológica complaciente puede hacer verdaderamente feliz al 
hombre: sólo la cruz y la gloria de Cristo resucitado, pueden dar paz a su 
conciencia y salvación a su vida (nº120).
[1] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 911. Ed. 
Herder. Barcelona.
[2] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 2193. Ed. 
Herder. Barcelona.
[3] Concilio Vaticano II: 
Lumen Gentium: Constitución 
Dogmática sobre la Iglesia, nº11
[4] ANDREAS SNOEK, S.I.: 
Confesión y psicoanálisis, III, 4.  
Ed. FAX. Madrid.
[5] Concilio Vaticano 
II: Lumen Gentium: Constitución 
Dogmática sobre la Iglesia, nº11
[6] JUAN PABLO II: 
Reconciliación y Penitencia
[7] Concilio IV de Letrán 
en 1215, Cap. XXI. DENZINGER: Magisterio de 
la Iglesia, nº 437. Ed. Herder. 
Barcelona
[8] SÓCRATES: Historia Eclesiástica, 5, 19. Migne: 
Patrología Griega, Vol. 67, Col. 
613s
[9] HERMAS: El Pastor, 
IV,3,4
[10] 
[11] Gonzalo Flórez: Penitencia y Unción de enfermos, 1ª,VII, 2.  
BAC. Madrid. 1996.
[12] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 911. Ed. 
Herder. Barcelona
[13] Evangelio de San Juan, 
20:23
[14] Nuevo Catecismo de 
[15] Concilio de Trento. 
DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 
894. Ed. Herder. Barcelona
[16] SAN PABLO: Segunda 
Carta a los Corintios, 5:18
[17] Ritual de la 
Penitencia, nº9, b. pg. 13. 1975
[18] ANTONIO ROYO MARÍN, 
O.P.:Teología Moral para seglares, 2º, 2ª, 
IV, nº 193. Ed. BAC. Madrid
[19] Nuevo Código de 
Derecho Canónico, nº 989
[20] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 918. Ed. 
Herder. Barcelona
[21] Nuevo Catecismo de 
[22] Nuevo Catecismo de 
[23] Concilio  
Vaticano II: Gaudium et Spes: 
Constitución  sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 
16
[24] Pedidos a: 
Apartado 2546. 11080-Cádiz. Tel.: (956) 222 838. FAX: (956) 205 
810
[25] MIGUEL PEINADO: 
Exposición de la fe cristiana, 3ª, II, 
50.  Ed. BAC. Madrid. 
1975.
[26] JOSÉ A. 
SAYÉS: Pecado Original, VI, 1. 
Folleto JRC nº 13. EDAPOR. Madrid, 
1988.
[27] JOSÉ A. SAYÉS: 
Jesucristo Nuestro Señor, VII, 4, 
2. Ed. EDAPOR. Madrid, 1985.
[28] Profeta ISAÍAS, 
57: 
8
[29] Nuevo Catecismo de 
[30] Salmo 
51: 
4
[31] BERNHARD 
HÄRING: Shalom, Paz, II, 4.  
Ed. Herder. Barcelona. 
1998.
[32] LAMBERTO DE 
ECHEVARRÍA: Creo en el perdón de los 
pecados, IV.  Cuadernos BAC, nº 67.  
[33] GARRIGOU-LAGARNGE: 
DIOS, su existencia, I,4.  
Ed. Palabra. Madrid. 1976.
[34] JUAN M. IGARTUA, S.I.: 
Revista REINO DE CRISTO, 342 (V-1990) 5
[35] JUAN PABLO II: 
Ejercicios Espirituales para jóvenes, 1ª, 
IV.  Ed. BAC-POPULAR. 
Madrid.1982.
[36] RAFAEL CANALES, S.I.: 
Revista PROYECCIÓN, 62(X-68) 281-8
[37] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: 
Antropología y moral, VII, 1.  
Ed. Palabra. Madrid. 1997.
[38] LUIS 
ELLACURÍA,S.I.: Moral de actos y Moral de 
actitudes. Estudios de Deusto, Vol XV, 30 (IV-67) 
145ss
[39] RONALD LAWLER, 
O.F.M.: La Doctrina de Jesucristo, XIX, 4, 
e. Ed. Galduria. Jódar (Jaén).
[40] Sagrada Congregación 
para la Doctrina de la Fe: Declaraciones sobre cuestiones de Ética Sexual nº 10. 
Revista ECCLESIA, 1773 (17-I-76) 73
[41] JUAN PABLO II: Reconciliación y Penitencia, nº 
17
[42] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, V, 3.  
Ed. Palabra. Madrid. 1995.
[43] AURELIO FERNÁNDEZ: 
Compendio de Teología Moral, 1ª, XI, 2,1,a. 
Ed. Palabra. Madrid.1995.
[44] AUGUSTO SARMIENTO: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 5.  
Ed. Palabra. Madrid. 1990.
[45] HEGGEN: La Penitencia, acontecimiento de Salvación, I, 
2. Ed. Sígueme. Salamanca
[46] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: 
Más allá de la muerte, VI, 1.  
Ed. San Pablo. Madrid. 1996.
[47] ORTEGA Y GAISÁN: 
Valores humanos, 2º, VI, 7. 
Vitoria
[48] Evangelio de San 
Mateo, 25:42s
[49] Concilio Vaticano 
II: Gaudium et Spes: 
Constitución  sobre la Iglesia en el mundo actual, 
nº43
[50] JUAN PABLO II: Reconciliación y Penitencia, nº 16. 
Revista ECCLESIA, 2204(5-I-85)26
[51] AUGUSTO SARMIENTO: 
39 Cuestiones doctrinales, IV, 6.  
Ed. Palabra. Madrid. 1990.
[52] 
[53] BERNHARD HÄRING: 
SHALOM: Paz, XX, 7.  ed. 
Herder. Barcelona. 1998.
[54] JUAN 
[55] OTTO ZIMMERMANN, 
S.I.:Teología ascética,nº26, II, B. 
Seminario Metropolitano.Buenos 
Aires.
[56] Carta de Santiago: 
1:4
[57] Evangelio de San Juan, 
8:34
[58] Primera Carta  de 
San Juan, 3:8
[59] SAN PABLO: Primera 
Carta a los Corintios, 10:13
[60] Evangelio de SAN 
MATEO, 10:33
[61] Concilio Vaticano 
II: Lumen Gentium: Constitución 
Dogmática sobre la Iglesia, nº 35
[62] JUAN MOUROUX: Creo en ti, III. Ed. Flors. 
Barcelona
[63] Revista ROCA VIVA, 299 
(IV-93) 177
[64] OTTO ZIMMERMANN, 
S.I.: Teología Ascética nº 22. 
Seminario Metropolitano. Buenos Aires
[65] JUAN PABLO II: 
Encíclica El Redentor del Hombre, nº 
16
[66] Conferencia Episcopal 
Española: Catecismo Escolar, 4º EGB, nº 
9
[67] SAN JUAN CRISÓSTOMO: 
Migne, Patrología 
Latina,LV,500
[68] 
[69] 
[70]  
[71]  ÁNGEL MÉNDEZ: 
Dirección espiritual, 1º, pg. 278. 
Pedraza 3. 27569. Monterroso. 
Lugo.
[72] 
[73] MIGUEL ÁNGEL TORRES DULCE: 
39 Cuestiones doctrinales, II, 1.  
Ed. Palabra. Madrid. 1990.
[74] 
[75] BENIGNO BLANCO: Revista 
MUNDO CRISTIANO, 396 (II-95) 47
[76] Conferencia Episcopal 
Española: Moral y sociedad democrática, nº 
36.  EDICE. Madrid. 1996.
[77] 
[78] Concilio Vaticano 
II: Dignitatis humanae: 
Declaración sobre la libertad religiosa, nº 
11
[79] GINO ROCCA: No lo tengo claro, 1ª, I, 4.  Ed. 
Ciudad Nueva. Madrid.1993.
[80] BERNHARD HÄRING: 
SHALOM: Paz, X, 2.  Ed. 
Herder. Barcelona. 1998.
[81] SHEED: Teología y sensatez, XV, 1.  Ed. 
Herder. Barcelona.
[82] MARIANO ARTIGAS: 
39 Cuestiones doctrinales, IV, 1.  
Ed. Palabra. Madrid. 1990.
[83] JUAN PABLO II: 
Veritatis splendor, nº 
60.
[84] 
[85] JUAN 
[86] 
[87] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: 
Antropología y moral, V,2.  
Ed. Palabra. Madrid. 1997.
[88] BALMES: El criterio, Conclusión.  Ed. BAC. 
Madrid
[89] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: 
Antropología y moral, V,1.  
Ed. Palabra. Madrid. 1997.
[90] Nuevo Catecismo de 
[91] V. M. O´FLAHERTY, S.I.: 
Cómo curar escrúpulos, I.  
Ed. Sal Terrae. Santander. 1968.
[92] Nuevo Catecismo de 
[93] Nuevo Catecismo de 
[94] JUAN 
[95] Revista ECCLESIA, 
2405-6(7-I-89)26
[96] Evangelio de SAN 
LUCAS, 10:16
[97] PABLO CABELLOS 
LLORENTE: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 
4.  Ed. Palabra. Madrid. 
1990.
[98] FEDERICO SUÁREZ: 
[99] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: 
Alfa y omega, 280 (8-XI-2001) 
27
[100] BERNHARD 
HÄRING: Shalom, Paz, III,1.  
Ed. Herder. Barcelona. 
1998.
[101] Nuevo Catecismo de 
[102] Nuevo Catecismo de 
[103] JOSÉ 
RIVERA-IRABURU: Síntesis de espiritualidad 
católica, XVI, 5. Ed. Gratis Date. 
Pamplona.
[104] Nuevo Catecismo de 
[105] Nuevo Catecismo de 
[106] JUAN PABLO II: Reconciliación y Penitencia, nº 17. 
Revista ECCLESIA, 2204 (5-I-85)29s
[107] Nuevo Catecismo de 
[108] Nuevo Catecismo de 
[109] Nuevo Catecismo de 
[110] ANTONIO ROYO MARÍN, 
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº 
54. Ed. B.A.C. Madrid.
[111] ANTONIO ROYO MARÍN, 
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº 
55. Ed. B.A.C. Madrid.
[112] Ritual de la 
Penitencia, nº 47. 1975
[113] ANTONIO ROYO MARÍN, 
O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº 
57. Ed. B.A.C. 
Madrid.
[114] BERNHARD 
HÄRING: SHALOM: Paz, XI, 1.  
Ed. Herder. Barcelona. 
1998.
[115] Nuevo Catecismo de 
[116]  
Nuevo Catecismo de 
[117] BERNHARD HÄRING: 
SHALOM, Paz, VIII,4.  
Ed. Herder. Barcelona. 
1998.
[118] ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: 
La fe de la Iglesia, 2ª, V, nº 136.  
Ed. BAC. Madrid.
[119] AURELIO FERNÁNDEZ: 
Compendio de Teología Moral,1ª,VIII, 2, 1. 
Ed.Palabra.Madrid.1995.
[120] Nuevo Catecismo de 
[121] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral,1ª,VIII,1, 2, e. 
Ed.Palabra.Madrid.1995.
[122] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Razones para creer, II, 4. Ed. Paulinas. 
Madrid. 1992.
[123] PABLO VI: Algunas cuestiones de ética sexual, nº 10 
(29-XII-75)
[124] Nuevo Catecismo de 
[125] DENZINGER:  Magisterio de la Iglesia, nº 1046, 1068, 1094, 
1292. Ed. Herder. Barcelona
[126] 
[127] JUAN 
[128] Nuevo Catecismo de 
[129] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, IX, 6.  
Ed. Palabra. Madrid. 1995.
[130] Nuevo Catecismo de 
[131] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, IX,4,1, a.  
Ed. Palabra.Madrid.1995.
[132] 
[133] AUGUSTO SARMIENTO: 
39 Cuestiones doctrinales, IV, 4.  
Ed. Rialp. Madrid. 1990.
[134] JUAN PABLO II: 
Encíclica Veritatis splendor, nº 
72.
[135] AURELIO FERNÁNDEZ: 
Compendio de Teología Moral, 1ª, VIII, 
3.  Ed. Palabra. Madrid. 
1995.
[136] Revista ECCLESIA, 2653-54 
(9-16, X, 93) 6