CONFESIÓN

Pecado

 53.- LA GRACIA DE DIOS SE RECOBRA ARREPINTIÉNDOSE DE   LOS PECADOS Y CONFESÁNDOSE.

 

53,1. En el sacramento de la penitencia se perdonan todos los pecados cometidos después del bautismo[1] , y obtiene la reviviscencia de los méritos contraídos  por las buenas obras realizadas, que se perdieron al cometer un pecado mortal[2] .

Este sacramento se llama también de la reconciliación y del perdón. Además de su sentido de reconciliación con Dios, incluye también la reconciliación con la Iglesia.[3] 

Hoy muchos sustituyen la confesión por el psicoanálisis.

Pero la diferencia es total:

a) En la confesión se dicen pecados.

En el psicoanálisis se cuentan problemas psíquicos.

b) En la confesión se busca el perdón.

En el psicoanálisis se busca una curación.

c) En la confesión se recupera la reconciliación con Dios.

En el psicoanálisis, a lo más, el equilibrio psíquico[4] .

 

54.- CONFESARSE ES DECIRLE CON ARREPENTIMIENTO AL CONFESOR, TODOS LOS PECADOS COMETIDOS DESDE LA ÚLTIMA CONFESIÓN BIEN HECHA.

 

54,1. La confesión es una manifestación externa del arrepentimiento de nuestros pecados y de nuestra reconciliación con la Iglesia[5]  .

«Para un cristiano el sacramento de la penitencia es el único modo ordinario de obtener el perdón de sus pecados graves cometidos después del bautismo»[6] .

 

55.- EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN FUE INSTITUIDO POR JESUCRISTO.

 

55,1. Quizás hayas oído alguna vez de labios indocumentados: «la confesión es un invento de los curas». Esto es falso.

 

Se conoce el inventor de la imprenta (Guttemberg); del anteojo (Galileo); del termómetro de mercurio (Fahrenheit); del pararrayos (Franklin); de la pila eléctrica (Volta); del teléfono (Bell); del fonógrafo (Edison); de la radio (Marconi); del submarino (Peral); de los Rayos X (Roentgen); del autogiro (La Cierva); de la penicilina (Fleming); etc. etc.

Ahora bien, ¿qué «cura» inventó la confesión?

No se puede saber porque no ha existido nunca.

Y, desde luego, si la hubiera inventado un hombre, no la hubiera inventado gratis. Porque es inconcebible que un hombre invente una cosa tan desagradable para el sacerdote -que tiene que estar encajonado horas y horas oyendo siempre lo mismo-, tan perjudicial para la salud, tan fácil de contagiarse de enfermedades, etc., etc., y todo esto sin cobrar un céntimo.

Lo normal es que quien hace un servicio lo cobre.

 

Aparte de que, ¿quién va a tener autoridad para obligar a la confesión al mismo Papa? Pues el Papa tiene obligación de confesarse, y de hecho se confiesa frecuentemente, como todo buen católico. Y lo mismo los cardenales, los obispos y los sacerdotes del mundo entero. Si hubiera sido invención suya, se hubieran ellos dispensado.

 

Algunos protestantes, para no admitir la confesión decían que ésta se estableció en el Concilio de Letrán.

Pero esto no lo sostiene ninguna persona culta, ni siquiera entre los protestantes; pues está históricamente demostrado que el Concilio IV de Letrán celebrado en 1215, lo que mandó fue la obligación de confesar una vez al año[7] . Ya sea por malicia o por desconocimiento de la Historia de la Iglesia, confundían la institución del sacramento de la confesión con el precepto de confesarse anualmente.

 

Pero la confesión venía practicándose desde el principio del cristianismo, aunque con menos frecuencia.

Ya en el siglo III se nos habla del sacerdote encargado de perdonar los pecados.[8]

Y entre los años 140 y 150 apareció un libro titulado El Pastor de Hermas donde se recomienda la confesión[9] . Hermas fue hermano del Papa Pío I[10] .

 

La confesión privada, como hoy la tenemos, existe desde el siglo VI introducida por los monjes irlandeses que reaccionaron a la durísima práctica de la penitencia de entonces. Desde el siglo II había una larga lista de pecados, muchos de los cuales excluían de la Eucaristía para toda la vida.

 

A lo largo de la historia la confesión ha ido cambiando en el modo de practicarse, manteniendo siempre lo esencial del sacramento.

Según El Pastor  de Hermas del siglo II, un presbítero romano hermano del Papa Pío I, en aquel tiempo sólo se confesaba una vez en la vida o en peligro de muerte[11] . 

Sin embargo, hoy, la Iglesia recomienda la confesión frecuente. A lo más tardar, una vez al año.

 

55,2. El sacramento de la confesión fue instituido por Jesucristo[12]  cuando se apareció a sus Apóstoles reunidos en el cenáculo y les dio facultad para perdonar los pecados, diciéndoles: «A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retengáis, les serán retenidos»[13] .

Por estas palabras de Cristo comunicó a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores[14] la potestad de perdonar y retener los pecados[15] .

Por eso dice San Pablo que el Señor «nos confió el ministerio de la reconciliación»[16]

 

Cristo instituyó los sacramentos para que la Iglesia los administrase hasta el final de los tiempos. 

Como los Apóstoles iban a morir pronto, el poder de perdonar los pecados se transmite a sus legítimos sucesores, los sacerdotes.

«El ministro competente para el sacramento de la penitencia, es el sacerdote, que, según las leyes canónicas, tiene facultad de absolver»[17] .

 

Es evidente que si el sacerdote debe perdonar o retener los pecados con equidad y responsabilidad, se supone que el pecador debe manifestárselos. Sólo el pecador puede informarle qué grado de consentimiento hubo en su pecado.

 

Es esencial la presencia real de confesor y penitente, por lo tanto es inválida la confesión por carta, teléfono, radio o televisión[18] ; pues además de no existir presencia real, pone en peligro el secreto sacramental.

 

Por mandato de la Iglesia, quien tiene pecado grave debe confesarse al menos una vez al año[19] , o antes si hay peligro de muerte o si ha de comulgar[20] .

 

Pero eso es el plazo máximo.

Quien quiere sinceramente salvarse y no quiere correr un serio peligro de condenarse, no puede contentarse con esto.

Es necesario confesarse con más frecuencia. Con la frecuencia que sea necesaria para no vivir habitualmente en pecado grave. ¡No vivas nunca en pecado grave!

 

Un buen cristiano se confiesa normalmente una vez al mes.

 

La confesión te devuelve la gracia, si la has perdido; te la aumenta, si no la has perdido; y te da auxilios especiales para evitar nuevos pecados.Los sacerdotes deben prestarse a confesar a todos los que se lo pidan de modo razonable[21] .

 

56.- PECADO ES TODA ACCIÓN U OMISIÓN VOLUNTARIA CONTRA LA LEY DE DIOS, que consiste en[22] decir, hacer, pensar o desear algo contra los mandamientos de la Ley de Dios o de la Iglesia, o faltar al cumplimiento del propio deber y a las obligaciones particulares.

 

56,1.«En sus juicios acerca de valores morales, el hombre no puede proceder según su personal arbitrio. En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe  obedecer... Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente»[23] .

 

Puede ser interesante mi vídeo: El pecado: la gran bajeza, la gran locura, la gran primada, la gran canallada[24] .

 

«El pecado es un misterio, y tiene un sentido profundamente religioso. Para conocerlo necesitamos la luz de la revelación cristiana. (...) El pecado escapa a la razón. Ni la antropología, ni la historia, ni la psicología, ni la ética, ni las ciencias sociales pueden penetrar su profundidad»[25] .

 

Algunos dicen que Dios no es afectado por el pecado.

El pecado, efectivamente, no afecta a la naturaleza divina, que es inmutable; pero sí afecta al «Corazón del Padre» que se ve rechazado por el hijo a quien Él tanto ama[26] .

Si el pecado no ofendiera a Dios sería porque Dios no nos quiere. Si Dios nos ama, es lógico que le «duela» mi falta de amor. Lo mismo que le agradaría mi amor, le desagrada mi desprecio: hablo de un modo antropológico. Pero es necesario hacerlo así, para entendernos. Si Dios se quedara insensible ante mi amor o mi desprecio, sería señal de que no me ama, que le soy indiferente.

A mí no me duele el desprecio de un desconocido; pero sí, si viene de una persona a quien amo.

No es que el hombre haga daño a Dios. Pero a Dios le «duele» mi falta de amor.

El bofetón de su niñito no le hace daño a una madre, pero sí le da pena. Ella prefiere un cariñoso besín. Es cuestión de amor.

La inmutabilidad de Dios no significa indiferencia. La inmutabilidad se refiere a la esfera ontológica, pero no a la afectiva. Dios no es un peñasco: es un corazón. El Dios del Evangelio es Padre. La Filosofía no puede cambiar la Revelación.

 

Es un misterio cómo el pecado del hombre puede afectar a Dios. Pero el hecho de que el pecado afecta a Dios es un dato bíblico[27] .

La Biblia expresa la ofensa a Dios del pecado con la imagen del adulterio[28] .

«El pecado es ante todo ofensa a Dios»[29] .

El pecado ofende a Dios por lo que supone de rebelión.

David, arrepentido de su pecado, exclamaba: «Contra Ti pequé, Señor»[30].

 

«El pecado es un no deliberado dado al amor redentor de Cristo, y esta negativa lastima a Cristo»[31] .

 

Hay hechos que tienen un significado importante.

Por eso Pío XI se negó a pagar al Estado Italiano una lira al año de contribución, pues eso suponía que el Estado Vaticano no era independiente[32] .

 

«La Iglesia ha condenado la opinión de quienes sostenían que puede darse un pecado puramente filosófico, que sería una falta contra la recta razón sin ser ofensa de Dios»[33].

«La Iglesia ha condenado la idea de que pueda existir un pecado meramente racional o filosófico, que no mereciera castigo de Dios»[34] .   

 

El pecado está en la no aceptación de la voluntad de Dios, más que en la transgresión material de la ley.

Por eso, puede haber pecado sin transgresión material de la ley si existe el NO a Dios en la intención; mientras que puede haber transgresión de la ley sin pecado, si no se ha dado el NO a Dios voluntariamente.

 

El pecado no es algo que nos cae inesperadamente, como un rayo en medio del campo. El pecado se va fraguando, poco a poco, dentro de nosotros mismos[35] .

Las repetidas infidelidades a Dios, los apegos desordenados consentidos, el irresponsable descuido de las cautelas, van preparando la caída.

 

56,2. La moral no consiste en el cumplimiento mecánico de una serie de preceptos, sino en nuestra respuesta cordial a la llamada de Dios que se traduce en una actitud fundamental en el servicio de Dios.

 

La opción fundamental es la orientación permanente de la voluntad hacia un fin.

Esta actitud «debe explicitarse en el fiel cumplimiento de los preceptos, no de modo rutinario, sino vivificado por el dinamismo que el Espíritu imprime en nuestros corazones.

»La opción fundamental no consiste en liberarse del cumplimiento de determinadas normas o preceptos, sino muy al contrario, en hacer una llamada a la interiorización y profundización de la vida de cada cristiano.

»La opción fundamental por Dios consiste en colocar a Dios en el centro de la vida.

»Concebirle como el Valor Supremo hacia el cual se orientan todas las tendencias, y en función del cual se jerarquizan las múltiples elecciones de cada día»[36] .

 

La opción fundamental es una decisión libre, que brota del núcleo central de la persona, una elección plena a favor o en contra de Dios, que condiciona los actos subsiguientes, y es de tal densidad que abarca la totalidad de la persona, dando sentido y orientación a su vida entera.

«Es claro que las actitudes determinan nuestro comportamiento moral de forma positiva o negativa»[37] .

 

 Las actitudes son predisposiciones estables o formas habituales de pensar, sentir y actuar en consonancia con nuestros valores.

Son, por tanto, consecuencia de nuestras convicciones o creencias más firmes y razonadas de que algo «vale» y da sentido y contenido a nuestra vida. Constituyen el sistema fundamental por el que orientamos y definimos nuestras relaciones y conductas con el medio en que vivimos.

 

Evidentemente que en el hombre tienen más valor las actitudes que los actos. Hay «actos que expresan más bien la periferia del ser y no el ser mismo del hombre».

»Los actos verdaderamente valiosos son los que proceden de actitudes conscientemente arraigadas.

»Se ve claramente que, aunque la actitud sea lo que define auténticamente al ser moral del hombre, los actos tienen también su importancia, porque, repetidos, conscientes y libres van camino de convertirse en actitud»[38] .

Incluso podemos decir que hay actos de tal trascendencia que, si se realizan responsablemente y sin atenuantes posibles, son el exponente de una actitud interna[39] .

 No hace falta que el acto se repita para que sea considerado grave[40] .

Por ejemplo: un adulterio o un crimen planeado a sangre fría, con advertencia plena de la responsabilidad que se contrae, buscando el modo de superar todas las dificultades, y sin detenerse ante las consecuencias con tal de conseguir su deseo, ¿qué duda cabe que compromete la actitud moral del hombre?

«La opción fundamental puede ser radicalmente modificada por actos particulares»[41] .

 

No es sincera una opción fundamental por Dios, si después esto no se confirma con actos concretos. Los actos son la manifestación de nuestra opción[42] .

 

«Si la opción fundamental no va acompañada de actos singulares buenos, se ha de concluir que la tal opción se reduce a buenas intenciones»[43] .

«Es en las acciones particulares donde la opción fundamental de servir a Dios se puede vivir de verdad. (...) La ruptura de la opción fundamental no es sólo por apostasía»[44] .

 

Lo que sí parece cierto es que la actitud no cambia en un momento.

Los cambios vitales en el hombre son algo paulatino.

El pecado mortal que separa al hombre definitivamente de Dios es la consecuencia final de una temporada de laxitud moral[45] . Por eso decimos que el pecado venial dispone para el mortal.

 

56,3. Algunos opinan que al final de la vida, Dios dará a todos la oportunidad de pedir perdón de sus pecados; pero esta posibilidad de la opción final no tiene ningún fundamento en la Biblia[46] .

Por eso es rechazada por teólogos de categoría internacional como Ratzinger, Rahner, Pozo, Alfaro, Ruiz de la Peña, etc.

 

56,4. Hay, además otros pecados llamados pecados de omisión: «los pecados cometidos por los que no hicieron ningún mal..., más que el mal de no atreverse a hacer el bien, que estaba a su alcance»[47] . Jesucristo condena al infierno a los que dejaron de hacer el bien: «Lo que con éstos no hicisteis»[48] . A veces hay obligación de hacer el bien, y el no hacerlo es pecado de omisión.

 

«Se equivocan los cristianos, que pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga a un más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fueran ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época»[49] .

 

«Hoy es muy usual en algunos ambientes hablar de pecado social.

»Pero el pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona.

»Una sociedad no es de suyo sujeto de actos morales.

»Lo cierto es que el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás.

»Pero en el fondo de toda situación de pecado hallamos siempre personas pecadoras»[50].

Las estructuras de pecado se deben a los pecados de los hombres.

 

«Todo pecado es un ultraje a Dios. (...) En un sentido propio y verdadero tan sólo son pecado los actos que de forma consciente y voluntaria van contra la ley de Dios. (...) Por eso, precisamente, el hombre es la única creatura que puede ser pecadora entre los seres que componen la creación visible»[51] .

 

Aunque es cierto que pecados personales generalizados crean un ambiente de pecado, «no se puede diluir la responsabilidad personal en culpabilidades colectivas anónimas»[52] 

 

Hay que sentirse responsables de nuestros pecados que deterioran el ambiente. Hausherr, Profesor del Instituto Oriental de Roma, publicó un libro titulado Le Penthos en el que habla del influjo de algunos pecados en el medio ambiente espiritual del Cuerpo Místico de Cristo[53] .

 

56,5. Las cosas que principalmente nos incitan y tientan a pecar son:

a) el mundo (criterios relajados, costumbres corruptoras, ambientes pervertidos) con sus atractivos, que tienen fuerza seductora para los incautos que se dejan llevar por él.

b) El demonio con sus tentaciones: engañando con apariencias de bien[54] .

c) La carne con sus inclinaciones al pecado[55] .

La inclinación al pecado se llama concupiscencia. Ésta se concreta en los llamados siete pecados capitales que son: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.

 

Soberbia es un apetito desordenado a la autoestimación excesiva.

Avaricia es una estima desordenada de los bienes materiales.

Lujuria es un apego desordenado a los placeres de la sexualidad.

Ira es un apetito de venganza.

Gula es un apetito desordenado de comer o beber.

Envidia es un pesar del bien ajeno o alegría de su mal.

Pereza es una negligencia en el cumplimiento de las propias obligaciones.

 

Dice el Apóstol Santiago: «Cada cual es tentado  por sus propias concupiscencias»[56] . Y San Juan: El que peca se hace esclavo del pecado»[57] . «El que peca se hace hijo de Satanás»[58] .

A veces, los malos ambientes pervierten a muchos católicos.

Como dijo Pablo VI, en una solemne alocución: «Muchos cristianos de hoy, en lugar de misionar, son misionados; en lugar de convertir, son convertidos; en lugar de comunicar el Espíritu de Jesús, son ellos contagiados por el espíritu del mundo».

 

No podemos vencer las tentaciones nosotros solos; pero tenemos la ayuda de Dios, su gracia, que la tenemos a nuestra disposición si la buscamos con la oración y los sacramentos.

Dice San Pablo que Dios no permite al demonio que nos tiente por encima de nuestras fuerzas[59] .

 

Muchas veces el demonio se vale de los mismos hombres para hacernos pecar. Unas veces con su mal ejemplo. Otras, también con sus palabras.

Es necesario saber luchar contra los malos ambientes, y no dejarse arrastrar al pecado por el respeto humano.

El mejor medio para esto es huir de las malas compañías y juntarse con buenos amigos.

Ocurre con frecuencia que, en un grupo, los más indeseables llevan la voz cantante y dominan a una colección de individuos vulgares y endebles.

Ten mucho cuidado de que nadie atente contra la integridad y rectitud de tu personalidad.

Y si alguna vez te integras en alguno de estos grupos, ten la valentía suficiente para hacer una acto de independencia y abandonar el grupo, aunque tal vez la ruptura te traiga algún contratiempo desagradable. No importa. Es decir, esto tiene menos importancia y merece la pena afrontarlo.

La mejor manera de vencer los malos ambientes es tomar desde el primer momento una actitud decidida, clara, inquebrantable. Si ven que contigo es inútil, te dejarán en paz. Pero si ven que vacilas, volverán una y otra vez a la carga hasta tumbarte.

 

56,6. El respeto humano consiste en obrar mal por vergüenza de obrar bien temiendo al «qué dirán» los demás.

Y dijo Jesucristo: Si alguien se avergüenza de Mí delante de los hombres, Yo  lo ignoraré delante de mi Padre[60] 

Es una cobardía indigna. Es vergonzoso tenerle miedo a la sonrisa maliciosa de una persona que -por su conducta- es indigna de nuestro aprecio.

En cambio, quien cumple con su deber por encima de todo, consigue la estima de todas las personas buenas, y también el respeto de las que no lo son, que -digan lo que digan por fuera- en su interior no tienen más remedio que reconocer y admirar la superioridad de la honradez y de la virtud.

 

En tu conducta has de ser valiente cuando otros quieran arrastrarte al mal. Pero no hay que fanfarronear.

Si la timidez y la cobardía desprestigian la virtud, no menos la desprestigia la fanfarronería, que la hace desagradable y antipática a todo el mundo.

Tu conducta ha de ser la de una persona entera, que sabe lo que es cumplir con su deber, pero que no por eso desprecia a los demás, sino que es amable con todos, y todos saben que se puede contar contigo cuando se trata de algo bueno. Si eres persona recta y amable, pronto tendrás quien te siga.

No hay nada tan atractivo como la virtud, cuando ésta es amable y valiente. La mayoría de las personas son imitadoras que siguen a las que entre ellas son capaces de dar ejemplo.

 

No olvides que tu conducta ejerce influjo en los demás.

Quizás tú no te des cuenta. Pero el buen ejemplo arrastra, a veces, todavía más que el malo.

Muchos no se atreven a ser los primeros y lo están esperando para seguirlo. Los cristianos deben, con su vida ejemplar, dar testimonio de la doctrina de Cristo[61] .

«La transmisión de la fe se verifica por el testimonio... Un cristiano da testimonio en la medida en que se entrega totalmente a Dios, a su obra... Normalmente la verdad cristiana se hace reconocer a través de la persona cristiana»[62] .

 

56,7. También te recomiendo que seas santamente alegre.

Uno de los mejores apostolados es el apostolado de la alegría. Que todo el mundo vea que los que siguen a Cristo son los más felices y alegres.

La bondad no es ñoñería.

Sólo el bueno es verdaderamente alegre. La alegría del pecado es mentira, y su gusto se convierte en tormento.

 

La felicidad es un don de Dios, y es imposible lograrlo de espaldas a Él. Por eso, es frecuente que el pecador sea en el fondo una persona triste, aburrida, cansada, todo le fastidia, nada le ilusiona...

 

En cambio, después de hacer una buena confesión, ¿verdad que se siente un alivio y un consuelo especial?

En una tanda de Ejercicios Espirituales a obreros, uno me echó en el buzón un papel que decía: «es tanta la felicidad y alegría que he sentido después de confesarme, que no hay nada para mí en el mundo capaz de compararlo. Es algo fuera de lo material. Me he elevado de tal forma, que he llorado de alegría y de arrepentimiento. No soy digno de tanta felicidad». Textualmente. Al pie de la letra. No he modificado una palabra. Todavía conservo el papel como recuerdo de aquel obrero.

 

También conservo otro papel que me encontré después de las confesiones de otra tanda de Ejercicios. Dice así: «Padre, estoy rebosante de alegría. Tengo a Cristo en mi alma. En mi vida me he sentido tan feliz como ahora. Usted ha conseguido de mí que encuentre la verdadera felicidad».

 

El célebre poeta mejicano Amado Nervo confesó en su lecho de muerte, y después le decía a sus amigos: «Me he confesado y me siento completamente feliz»[63] .

 

Realmente que la felicidad de la tranquilidad de conciencia no puede compararse a la amargura que deja detrás de sí el pecado.

 El placer egoísta, antes de gustarlo, atrae. Pero después desilusiona.

Y si en su satisfacción ha habido degradación, pecado, etc., el vacío que deja en el alma no tiene nada que ver con la felicidad que se siente después de hacer una buena obra donde se ha sacrificado algo.

 

56,8. El pecado es el peor de los males[64] . Peor que la misma muerte, que sólo es un mal si nos sorprende en pecado. La muerte en paz con Dios es el paso a una eternidad feliz.

Todos los demás males se acaban con esta vida. Sólo el pecado atormenta en la otra.

Muchas personas endurecidas para lo espiritual, viven tranquilamente en el pecado, pero su sorpresa en la otra vida será terrible.

Entonces se darán cuenta de que se equivocaron en lo principal de su vida: salvarse eternamente.

 

Pero, sobre todo, el pecado es una ofensa a un Dios infinitamente bueno, a un Padre que me ama como nadie me ha amado jamás. Por eso el pecado es un mal que no tiene igual en esta vida.

 

«El hombre no puede renunciar a sí mismo, no puede hacerse esclavo de las cosas, de los sistemas económicos, de la producción y de sus propios productos»[65] «Hay en el hombre un afán, a veces desmedido, de poseer, de gozar, de ser independiente. Se dan en él: ambición de dinero, hipocresía, injusticias, egoísmo, soberbia, cobardía, mentira. Estos vicios repercuten en la sociedad. Producen malestar, indignación, rebeldía.

»Jesús proclamó la verdad, no pactó nunca con el pecado y la injusticia. Esta actitud de rechazo y denuncia le llevó a la muerte.

»Jesús, al condenar el pecado, quería hacer una llamada a la dignidad del hombre: el hombre, por el pecado, además de rechazar a Dios se hace esclavo de las cosas que valen menos que él»[66] .

 

Dice San Juan Crisóstomo:

- «Cuando te veo vivir de modo contrario a la razón, ¿cómo te llamaré,hombre o bestia?

- Cuando te veo arrebatar las cosas de los demás, ¿cómo te llamaré,hombre o lobo?

- Cuando te veo engañar a los demás, ¿cómo te llamaré, hombre o serpiente?

- Cuando te veo obrar neciamente, ¿cómo te llamaré, hombre o asno?

- Cuando te veo sumergido en la lujuria, ¿cómo te llamaré, hombre o puerco?

- Peor todavía. Porque cada bestia tiene un solo vicio: el lobo es ladrón, la serpiente mentirosa, el puerco sucio; pero el hombre puede reunir los vicios de todos los brutos»[67] .

 

56,9. En la vida son necesarias normas morales.

«Todos los psicólogos insisten en que desde el comienzo de la vida el ser humano necesita de la ley. Nadie madura, ni se humaniza, cuando se deja llevar exclusivamente por sus gustos. (...) Esta misma ley es una exigencia que brota, también, de la dimensión comunitaria de la persona. (...) Su conducta debe tener en cuenta los derechos y obligaciones de cada uno para que sean posibles la convivencia social y el respeto mutuo. (...) Todo grupo que busque una cierta estabilidad y permanencia requiere un mínimo de institucionalización»[68].

 

Los que rechazan toda moral («prohibido prohibir»), son unos hipócritas, pues ellos quieren imponernos sus normas. Ya dijo Ortega y Gasset: «De la moral, no es posible desentenderse»[69].

 

A veces, en los medios de comunicación, aparecen personas, cuya vida desordenada es de dominio público, que manifiestan que no se arrepienten de nada: no sé si por ignorancia de la moral o por soberbia redomada. Pretenden que esté bien todo lo que ellos hacen. Sin embargo «la ausencia del sentimiento de culpabilidad no es ningún signo de progreso, sino que revelaría más bien una estructura psicológica deficiente. El fracaso de un proyecto humano o religioso, aunque no sea absoluto y definitivo, tiene que producir en una persona normal ciertas reacciones interiores que no la dejen tranquila e inmutable como si nada hubierta pasado. La culpabilidad, como el dolor o la fiebre en los mecanismos biológicos, hace sentir el mal funcionamiento de la persona y el deseo de una curación eficaz»[70].

 

Hay personas que han perdido el sentido del pecado y rechazan la doctrina de la Iglesia cuando señala que una cosa es pecado. Dicen: «Yo no veo que eso sea pecado; además lo hace todo el mundo».

Eso no prueba nada.

Las cosas no se convierten en buenas por ser frecuentes: drogas, terrorismo, violaciones, etc.

Además la opinión de la mayoría no cambia la realidad observada por un entendido.

 

Hoy los famosos del arte, del deporte o del espectáculo se presentan como pedagogos de la sociedad. La tribuna se la facilitan los medios de comunicación: la revista, el micrófono o la cámara. Ellos hablan de todo, y de todo pontifican: sobre política, sobre religión, sobre moral, sobre la educación de los hijos, sobre las relaciones sexuales prematrimoniales, etc. Y el modelo, naturalmente, es lo que ellos hacen.

 

Que un experto dé su opinión sobre lo que entiende, es razonable. Pero que el famoso de turno dogmatice de lo que no sabe, es lamentable.

 

Decía Pascal: «Algunos justos se consideran pecadores, pero muchos pecadores se consideran justos»[71]. Dicen: «No tengo que arrepentirme de nada». Su soberbia les ciega.

 

La moral no puede cambiar con las modas de cada época.

Hoy está de moda permitir el aborto; pero siempre será una injusticia condenar a muerte a una persona inocente.

Hoy está de moda la democracia; pero la verdad y el bien no dependen de lo que diga la mayoría. Son valores absolutos.

Una minoría de entendidos vale más que una mayoría que no lo es.

Si se trata de la salud, vale más la opinión de tres médicos que el resto de un grupo mayoritario formado por una peluquera, un carpintero, una profesora de idiomas, un arquitecto, etc.

Lo mismo si se trata de pilotar un avión o de moral.

La democracia sólo es válida cuando todos los que opinan entienden del tema, por ejemplo en una consulta de médicos. Pero no basta la opinión de la mayoría, si ésta no entiende del tema.

Para saber si es verdad que la Tierra da vueltas alrededor del Sol, no lo sometes a votación en una tribu de la selva amazónica, que desconocen el tema.

Aunque todo el mundo dijera que el agua de tal fuente es potable, porque no ven en ella ningún microbio, si el encargado de la Salud Pública, ayudado de su microscopio, dice que el agua está contaminada, no se puede beber, aunque la gente no vea en ella nada malo.

La democracia mal empleada puede ser funesta. En frase de Francisco Bejarano «los ignorantes son muchísimo más numerosos que los sabios y los votos de unos y otros valen lo mismo»[72].

 

La Iglesia tiene una especial asistencia de Dios para llevar los hombres a la salvación, es decir, para señalar lo que es bueno o es malo.

«Someter una cuestión ética a votación, no garantiza la bondad moral de la solución vencedora. (...) Una actuación es ética o no lo es, independientemente de las opiniones personales de los votantes»[73] .

 

Sobre la democracia Ortega y Gasset tiene estas ideas:

«Yo dudo que haya habido otras épocas de la historia en que la muchedumbre llegase a gobernar tan directamente como en nuestro tiempo. (...) Vivimos bajo el brutal imperio de las masas. (...) La soberanía del individuo no cualificado. (...) En nuestro tiempo domina el hombre-masa; es él quien decide. (...) Las masa populares buscan pan, y el medio que emplean es destruir la panaderías»[74].

 

«Es una falacia muy extendida hoy día, que es demagógica y falsa: “el pluralismo democrático exige el relativismo ético”. Como si el respeto a la libertad de los demás se fundase en que no existe una verdad y un bien objetivos sobre las cosas y la naturaleza humana. Esto es un error. (...) Lo que nunca se puede hacer es utilizar la coacción y la violencia para imponer mi concepto de la verdad y lo bueno. Pero si no defiendo lo que yo considero que es bueno y verdadero, estaría siendo injusto con la gente que me rodea. (...) La democracia no es un mecanismo para definir lo que es verdadero o falso, bueno o malo. Creer que la votación popular es lo que define la bondad o malicia, la verdad o falsedad real de las cosas es un error. Convertir la democracia en el sustituto de la capacidad racional de hombre para conocer la verdad es una falacia. (...) La democracia no implica relativismo ético. El respeto a la libertad de conciencia no implica ocultar la verdad o el bien objetivo de las cosas. (...) Tenemos el derecho y la obligación de defender lo bueno y lo verdadero ante la sociedad para procurar que la verdad y el bien se reflejen en las leyes»[75] .

«No todo lo ordenado democráticamente tiene la garantía de ser justo»[76] 

 

Hoy está de moda el relativismo moral. A veces se oye decir:

«No hay verdades absolutas»: luego tampoco es verdad lo que tú dices.

«Nadie puede conocer la verdad»: luego tú tampoco.

«Todas las generalizaciones son falsas»:  luego ésta también.

«No seas dogmático»: luego tú tampoco.

«No me impongas tu verdad»:  luego tú tampoco la tuya.

 

Hoy es frecuente un concepto peyorativo del sentimiento de culpabilidad.

Es cierto que en algunas ocasiones puede ser algo patológico, cuando no responde a causas objetivas.

Pero es perfectamente lógico que el que ha hecho algo malo tenga después remordimientos y sentimientos de culpabilidad. Lo mismo que la fiebre es consecuencia de la enfermedad, y el dolor de la herida.

El que después de hacer algo malo no tiene remordimientos ni sentimientos de culpabilidad es porque tiene el alma acorchada, lo cual es gravísimo[77].

 

«Cada uno de nosotros está obligado a obedecer a su conciencia»[78] . «Es a la conciencia a la que le corresponde la decisión última sobre el comportamiento moral del hombre»[79] .

La conciencia es el juicio moral de la inteligencia. Conciencia «es la capacidad fundamental del hombre de determinar sus obligaciones para con Dios»[80] .

«Hay algo en nuestra propia intimidad que nos dice “debes” o “no debes”. Hay una ley grabada en nuestra naturaleza, ley que no hemos impuesto nosotros mismos, de obrar el bien y evitar el mal»[81] .

 

Pero esta conciencia debe estar bien formada, porque el hombre puede engañarse a sí mismo considerando bueno lo que le gusta o conviene.

Por eso la Autoridad de la Iglesia, que es objetiva e independiente, señala lo que es bueno o malo.

 

Dice el Papa Juan Pablo II en su encíclica Veritatis splendor : «Existen normas objetivas de moralidad, válidas para todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Tenemos que amoldar nuestra conciencia a la enseñanza de Cristo y de la Iglesia».

«Es cierto que hay que seguir la conciencia, pero sin olvidar que ella no es la creadora de la norma moral, y que el Magisterio ha sido instituido para iluminar la conciencia»[82] .

 

La conciencia bien formada se ajusta al Magisterio de la Iglesia. Si lo ignora, se equivoca. Como un juez que desconoce la legislación: su sentencia puede ser equivocada. Y si su ignorancia de la leyes es culpable, él será responsable de su equivocación.

 

La conciencia no es autónoma.

«No es una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo.; al contrario, en ella está grabado profundamente un principio de obediencia a la norma objetiva, que fundamenta y condiciona la congruencia de sus decisiones con los preceptos y prohibiciones en los que se basa el comportamiento bueno»[83] .

 

«La conciencia es el juicio acerca de la licitud o ilicitud de una acción concreta del individuo. Es la norma subjetiva de la moralidad. Mientras que la norma objetiva suministra una información general sobre el carácter moral de las acciones humanas».[84] 

Dijo Pablo VI el 13 de febrero de 1969: «La conciencia es intérprete de una norma superior, pero no es ella quien crea la norma».

«La función de la conciencia moral no es crear la ley, sino aplicarla a las circunstancias concretas de cada momento»[85] .

 

«Las cosas son como son, y no como a nosotros nos gustaría que fueran. Una mentira apoyada por la mayoría, no deja de ser mentira. El que no asume la realidad tal cual es, se hace daño a sí mismo y engaña a los demás»[86].

 

Una conciencia equivocada no crea valores.

«La conciencia no obliga por sí misma, sino en cuanto refleja la verdad, porque es un instrumento de la verdad. Es la verdad la que obliga a través de la conciencia. (...) La conciencia no nace de la arbitrariedad, sino de su vínculo con la verdad. (...) La verdad no es algo que se crea, sino algo que se descubre»[87] .

 

 Según Balmes,en El Criterio,«la verdad en las cosas es la realidad. La verdad en el entendimiento es conocer las cosas tales como son. La verdad en la voluntad es quererlas como es debido, conforme a las reglas de la sana moral. La verdad en la conducta es obrar por impulso de esta buena voluntad. La verdad en proponerse un fin es proponerse el fin conveniente y debido, según las circunstancias. La verdad en la elección de los medios es elegir los que son conformes a la moral y mejor conducen al fin. Hay verdades de muchas clases, porque hay realidad de muchas clases. Hay también muchas clases de conocer la verdad. No todas las cosas se han de mirar del mismo modo, sino del modo que cada una de ellas se ve mejor. Al hombre le han sido dadas muchas facultades; ninguna es inútil; ninguna intrínsecamente mala»[88].

 

Hay actos que son malos porque están prohibidos (circular por una calle en sentido contrario al señalado por la flecha).

Pero también hay actos que son malos en sí mismos, porque van contra la dignidad de la persona humana (la calumnia).

Éstos se llaman actos intrínsecamente malos[89] .

 «La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas»[90] .

 

Todos debemos preocuparnos de tener una conciencia bien formada. Pero algunas personas, por distintas razones, tienen una conciencia escrupulosa. Deben buscarse un sacerdote de su confianza, y dejarse dirigir por él.

    Ten en cuenta que el sacerdote es una persona preparada para estos temas, y además imparcial.

      Si él ve que eres culpable, te pide arrepentimiento y te perdona.

Pero si él ve que son escrúpulos irresponsables, no los quiere fomentar.

La solución está en que te fíes de lo que te dice el sacerdote, más de lo que tú sientas.

Hay que dejar claro que los escrúpulos, generalmente, pueden curarse, si la persona escrupulosa es dócil a los consejos de su director espiritual[91].

 

 «La conciencia errónea no siempre está exenta de culpabilidad»[92] .

«Sólo la ignorancia invencible está exenta de culpabilidad»[93] .

Sólo la conciencia equivocada  por error involuntario e inadvertido está libre de culpa. Pero en cuanto se descubra el error hay que rectificar.

«La conciencia errónea puede ser culpable de modo directo (cuando no se quiere saber para poder pecar libremente) o «in causa» (cuando no se ponen los medios debidos para formarla). En ambos casos esta conciencia errónea no excusa de pecado, incluso puede agravarlo»[94] .

 

La conciencia no está bien formada si no se atiende al Magisterio de la Iglesia, como dijo Juan Pablo II en el Segundo Congreso Internacional de Teología Moral[95] .

«La Iglesia, a través de su Magisterio ordinario y extraordinario, es la depositaria y maestra de la verdad revelada. (...) Difícilmente se podrá hablar de rectitud moral de una persona que desoiga o desprecie el Magisterio eclesiástico: «el que a vosotros oye, a Mí me oye; y el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia»[96] . Por lo tanto, para un cristiano, si no hay unión con la Jerarquía, no hay posibilidad de unión con Cristo. Ésta es la fe cristiana, y cualquier otra posibilidad queda al margen de la fe»[97] .

 

«Hay cristianos que viven habitualmente en estado de condenación, (...) sin que les importe nada, incluso encontrándose a gusto en esta terrible situación. Cristianos que, cuando se confiesan, apenas sienten pena de haber ofendido a Jesucristo, sino que miden su amor a Dios por el miedo que experimentan ante el pensamiento del infierno. Cristianos que no saben valorar la Pasión de Cristo, que viven como si no les importara su complicidad con la muerte del Señor, que se quedan fríos e indiferentes ante el dolor de la Madre Dolorosa»[98] .

 

«Una conciencia que no quiera buscar la verdad objetiva sería una conciencia moralmente culpable»[99].

 

El célebre moralista Häring dice: «Los psiquiatras y los psicólogos de profundidades han logrado disipar completamente sentimientos de culpabilidad, explicándolos como meros restos neuróticos de ansiedades reprimidas de infancia. (...) Yo no me opongo a la psicoterapia, como tal, sino a una psicoterapia que niega absolutamente la culpa»[100] .

 

57.-  HAY DOS CLASES DE PECADOS: MORTAL Y VENIAL[101] .

 

«El pecado es una ofensa a Dios» [102] . La imperfección no llega a pecado venial. Suele definirse como «la deliberada omisión de un bien mejor. Pudiendo hacer un bien mayor se elige un bien menor»[103] .

 

58.- EL PECADO MORTAL SE DIFERENCIA DEL VENIAL, EN QUE EL MORTAL ES GRAVE Y EL VENIAL ES LEVE[104] .

 

58,1. No es lo mismo cometer un adulterio -que siempre es grave-, que decir una mentirilla -que puede no tener importancia-.

El pecado grave rompe nuestra amistad con Dios. El pecado venial, no[105] . Pero la enfría.

 

Algunos distinguen entre el pecado grave y el pecado mortal.

Pero ha dicho el Papa Juan Pablo II:

«El pecado grave se identifica prácticamente en la doctrina y en la acción pastoral de la Iglesia con el pecado mortal...

»La triple distinción de los pecados en veniales, graves y mortales, podría poner de relieve una gradación en los pecados graves.

»Pero queda siempre firme el principio de que la distinción esencial y decisiva está entre el pecado que destruye la caridad y el pecado que no mata la vida sobrenatural: entre la vida y la muerte no existe una vida intermedia»[106] .

 

Por eso el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica no hace distinción entre pecado grave y pecado mortal[107] .

 

59.- Los efectos del pecado mortal son: perder la amistad con Dios, matar la vida sobrenatural del alma, y condenarnos al infierno, si  morimos con ese pecado [108] .

 

59,1. Esto limitándose a los bienes espirituales.

Pero aun en los bienes naturales, ¡cuántas enfermedades, cuántos encarcelamientos, cuántas ruinas, cuántas desgracias de familia no tienen otro origen que un pecado contra la Ley de Dios!

Una mancha de grasa en una prenda de vestir nueva es motivo suficiente para que la cambies. Si tienes la cara tiznada, te lavas inmediatamente, porque así no puedes presentarte en ninguna parte.

 ¿Y no te da vergüenza que tu alma sea repulsiva a Dios y a la Virgen?

Una piedrecita en el zapato no te deja en paz hasta que logras quitártela, ¿y cómo puedes tener tranquilidad con un pecado mortal en el alma?

 

60.- Los efectos del pecado venial son: poner enferma la vida sobrenatural del alma, y disponernos para el pecado mortal [109] .

 

60,1.-El pecado venial es una transgresión voluntaria de la ley de Dios en materia leve[110] .

Una tos pequeña, pero descuidada, puede llevar a la sepultura.

Un punto negro en un diente no es nada, pero si no se lo enseñas al dentista, pronto todo el diente quedará dañado, y hasta puede ser necesaria la extracción.

 

No es que el pecado leve se convierta en grave.

Ni siquiera que muchos pecados leves hagan un pecado grave.

Sino que el pecado leve dispone al pecado grave[111] , pues debilita la voluntad y nos priva de gracias sobrenaturales con las cuales podríamos luchar mejor contra el pecado grave.

«Pero los pecados veniales no nos excluyen del Reino de Dios»[112] .

Deberíamos poner especial diligencia en evitar los pecados veniales plenamente advertidos y voluntarios.

 

Evitar también todos  los semideliberados supone especial gracia de Dios. Este privilegio lo tuvo María Santísima[113] .

 

60,2. Un pecado que de suyo es leve, por ser la materia leve, puede ser grave:

 

a) si el que lo comete cree, por error, que es grave: robar una peseta.

 

b) si se comete con fin gravemente malo: insultar a otro para que blasfeme.

 

c) si se hace a otro un daño grave o se pretende hacerlo, o se es causa de grave escándalo: parejas pecando en público.

 

d) si al cometerlo, se expone uno al peligro próximo de pecar gravemente: entrar por curiosidad en un cabaret.

 

e) en algunos casos especiales, en que se acumulan las materias, como ocurre en algunos robos pequeños repetidos con cierta frecuencia.

 

60,3. Hay personas a quienes les gusta preguntar siempre el límite entre el pecado leve y grave.

Pero esto a veces es tan  difícil como señalar en  el  arco iris dónde termina un color y dónde empieza otro.

Por eso, en la duda, muchos dicen al confesor: «Me arrepiento tal como esté en la presencia de Dios».

«Los límites entre el pecado mortal y el venial varían de penitente a penitente, y hasta en el mismo penitente varían de una vez a otra. En efecto, el penitente no siempre presta la misma atención, ni se da la misma cuenta, de la gravedad de sus acciones frente a la santa voluntad de Dios»[114] .

 

61.- EL PECADO ES GRAVE CUANDO SE DAN JUNTAMENTE ESTAS TRES COSAS:

 

1) QUE LA MATERIA SEA GRAVEMENTE MALA (en sí o en sus circunstancias); o que yo crea que es grave aunque de suyo no lo sea.

 

2) QUE AL HACERLO YO SEPA QUE ES GRAVE.

 

3) QUE YO QUIERA HACER AQUELLO QUE SÉ QUE ES GRAVE.

 

 

61,1. Para que haya pecado grave deben darse las tres cosas al mismo tiempo. Si no, no hay pecado grave[115] .

Se trata, pues, de acciones que se oponen gravemente contra la voluntad de Dios, realizadas con pleno conocimiento y deliberado consentimiento.

Si no hay plena advertencia y perfecto consentimiento, el pecado será venial.

 

Por ejemplo:

 

1) Me tiro un farol y digo que he estado en Londres, siendo esto mentira. No puede ser pecado grave, pues aunque miento queriendo y dándome cuenta de que miento, falta la materia grave.

Esa materia es leve, pues con esa mentira no hago daño a nadie.

 

2) Uno no sabe que el emborracharse hasta perder la razón es grave, y para celebrar una fiesta coge voluntariamente una borrachera completa.

Aunque la materia era grave y lo ha hecho voluntariamente, no peca gravemente, porque no sabía que era materia grave.

 

3) Está uno un domingo en alta mar en un barco pesquero. Sabe que es domingo, pero en esas circunstancias no puede ir a Misa.

No peca, pues, aunque la materia es grave, y él se da cuenta de la obligación que tiene de ir a Misa en domingo, no puede cumplir con ese precepto en las circunstancias en que se encuentra actualmente.

Esa falta a Misa no es voluntaria, por lo tanto no hay pecado.

 

Materia grave es una  cosa  de  importancia[116] . 

Puede  ser  grave  en  sí  misma -como el blasfemar-, o en sus circunstancias -como el mentir con daño grave para el prójimo-.

 

La advertencia a la gravedad de la materia debe acompañar o preceder  a la acción. No basta que se caiga en la cuenta después de cometerla.

 

«Todos los moralistas están de acuerdo en que el penitente sólo tiene que confesar el pecado conforme a la idea que tenía del mismo al momento de cometerlo»[117] .

 

«Todo pecado actual presupone el conocimiento de la ley»[118] . Debemos ser plenamente conscientes de que estamos pecando.

 

«La ignorancia es vencible cuando es fácil salir de ella mediante una información adecuada.

Por el contrario, es invencible cuando, puestas las diligencias debidas, no es posible salir de ella»[119] .

La ignorancia culpable (no sé porque no he querido enterarme) no excusa de pecado[120] .

 

El conocimiento del pecado debe ser valorativo.

Debo darme cuenta que al cometer ese pecado estoy haciendo algo malo. Si al hacerlo no advierto que peco, no peco.

No todos los actos del hombre son actos humanos, es decir, conscientes y libres. Sólo éstos son responsables moralmente.

«Conocimiento y libertad constituyen la raíz de la moralidad»[121] .Si cometo un pecado, sin saber que es pecado, lo que hago se llama pecado material, en el cual no hay culpa.

Sólo hay culpa en el pecado formal, del cual soy responsable porque hago queriendo lo que sé que es pecado.

 

El consentimiento de la voluntad debe ser perfecto.

Esto supone que hay libertad para hacer la cosa o no hacerla.

Quien no tiene libertad para hacer o dejar de hacer una cosa no obra por propia voluntad, y por lo tanto no peca.

Quien está encerrado en la celda de una cárcel no peca si no le dejan ir a Misa.

 

Para que haya pecado no hace falta querer directamente ofender a Dios: esto sería algo diabólico.

Peca todo el que hace voluntariamente lo que sabe que Dios ha prohibido[122] .

 

Obrar contra la ley de Dios, ya es ofensa a Dios.

Si uno te quita el monedero no te  contentas  con que  te diga que no quiere ofenderte, que sólo quiere tu dinero.

Al actuar contra tus derechos, ya te está ofendiendo; aunque no tenga intención de ofenderte.

 

«El hombre peca mortalmente no sólo cuando su acción procede de menosprecio directo del amor de Dios y del prójimo, sino también cuando libre y conscientemente elige un objeto gravemente desordenado, sea cual fuere el motivo de su elección»[123] .

 

Para pecar basta hacer voluntariamente algo que sé que es pecado, dándome cuenta de que es pecado.

Si falta cualquiera de estas tres condiciones no hay pecado grave.

 

Es decir: cuando la materia no es grave; o es grave, pero yo no lo sé; o lo sé pero lo hago sin querer o sin darme cuenta.

 

En estos casos no hay pecado grave[124] .

 

Por lo tanto, todo lo que se hace sin querer (por ignorancia, por descuido, sin caer en la cuenta o en un arrebato inevitable), o lo que se hace sin pleno consentimiento, o sin plena advertencia no es pecado grave.

No hay pecado sin libertad, y no hay libertad sin conocimiento.

Lo que se hace por ignorancia invencible o violencia extrínseca, nunca es pecado[125] .

 

61,2. Tampoco es pecado nada de lo que se hace en sueños -aunque fuera pecado hacerlo despierto-, pues soñando se obra inconscientemente.

Pero sí lo sería si estando despierto se ha puesto con previsión o intencionadamente su causa, o se continúa complacidamente despierto, lo que comenzó dormido.

 

Para que sea pecado grave hace falta que uno se deleite en lo que está prohibido, completamente despierto, y con plena voluntad y deliberación. Lo que se hace soñoliento y medio dormido, a lo más es pecado venial.

No puede llegar a pecado grave por faltar la advertencia plena y consentimiento perfecto.

 

Por esto, en cuestiones de castidad, aunque se esté despierto, si se producen movimientos fisiológicos inevitables, prescinde: no hay pecado ninguno.

 

61,3. Los pecados dudosos, en los que no se sabe con certeza si ha habido plena advertencia y consentimiento perfecto, conviene decirlos como dudosos al confesor, para más tranquilidad; pero no hay obligación.

La duda puede ser también sobre si se cometió o no se cometió el pecado; si se confesó o no se confesó; si la materia del pecado fue grave o leve.

En ninguno de los tres casos hay obligación de confesarlo; aunque está mejor hacerlo manifestando la duda.

 

Pero si dudas sobre si una cosa es o no es pecado grave, y te vas a ver en la ocasión de hacerlo de nuevo, tienes obligación grave de preguntarlo antes de hacerlo, si hay razones serias para sospechar que pueda ser pecado grave.

 

Hay circunstancias en las que una persona puede verse en una situación en la que no sabe cómo evitar una mala acción. Para salir de esta situación se puede aplicar la doctrina moral del mal menor, conflicto de deberes,  o la acción de doble efecto.

 

Evidentemente que si, haga lo que haga, tengo que hacer algo malo, el sentido común me dice que elija el mal menor.

 

Cuando me encuentre entre dos obligaciones que parecen contradictorias, lo lógico es escoger la obligación que me parezca más importante, según las circunstancias del momento.: es lo que se llama conflicto de deberes.

 

Otras veces hay que efectuar acciones con doble efecto. En estos casos la moral dice lo siguiente:

 

a) Que la acción no sea mala en sí misma.

 

b) Que el efecto bueno no se produzca mediante el efecto malo.

 

c) Que la intención del agente sea conseguir el efecto bueno.

 

d) Que haya motivos proporcionados para permitir el efecto malo[126] .

 

«Existe otro tipo de acciones humanas, imputables al sujeto, por ser voluntarias en la causa. Para ello se requieren tres condiciones:

 

a) Previsión, al menos confusa, del efecto malo que se ha de seguir.

 

b) Libertad para no poner la causa, o para quitarla, una vez puesta.

 

c) Obligación de evitar que de tal causa se siga tal efecto»[127] .

 

61,4. Cuando dudes si es o no lícita una acción, puedes aplicar lo que los teólogos llaman probabilismo.

 

La ley ahora dudosa para ti,  no te obliga con tal de que se trate de algo que no perjudique a nadie, ni material ni espiritualmente.

Por ejemplo, vas a comulgar y no tienes seguridad si ha pasado ya la hora del ayuno eucarístico; pues te parece que sí, pero no recuerdas la hora exacta.

En ese caso puedes salir de la duda sabiendo con certeza que puedes obrar tranquilamente pues esa ley, ahora dudosa para ti, no te obliga.

 

Aunque el probabilismo es lícito, las personas que tienen delicadeza de conciencia saben que lo meramente lícito  no es siempre lo que más agrada a Dios; por amor a Él y por generosidad se puede superar lo que es lícito por lo que más agrada a Dios.

 

61,5. Conviene instruirse bien de lo que es pecado y de lo que no lo es, pues si creo que algo es pecado grave -aunque de suyo no lo sea- y a pesar de eso lo hago voluntariamente, cometo un pecado grave.

 

«La educación de la conciencia es indispensable»[128] .

«La formación de la conciencia es una grave obligación moral: el hombre está obligado a formar una conciencia recta. En caso contrario, se hace responsable de todas sus faltas, aun las cometidas con ignorancia»[129] .

«Una conciencia equivocada es culpable si se debe a despreocupación por conocer la verdad y el bien»[130] .

 

«La conciencia es la norma subjetiva próxima del actuar. Es decir, que en la determinación última, la conciencia decide.

»Esto parece obvio cuando se trata de la conciencia recta, asentada en criterios verdaderos.

»Pero, ¿también en caso de error invencible, el hombre ha de seguir el dictamen de su conciencia?

»La respuesta es afirmativa. (...) Pero la conciencia errónea plantea hoy serios problemas pastorales dado que, debido a la situación doctrinal confusa, (...) no es fácil discernir cuándo alguien está en ignorancia culpable, o simplemente se debe a que ha sido instruido en tales errores»[131] .

 

61,6. Por lo tanto, una acción pecaminosa no será pecado, si al hacerla yo no sé que es pecado.

Una acción lícita y permitida será pecado, si al hacerla yo creo erróneamente que es pecado y la hago libremente.

El pecado será grave, si al hacerlo yo lo tenía por grave, aunque de suyo la materia no sea grave.

El pecado será leve, si al hacerlo yo lo tenía por venial, aunque después me entere que la materia fue grave.

El pecado ya cometido fue leve, pero si lo repito después de conocer su gravedad, la misma acción será ahora pecado grave.

 

La razón de todo esto es que Dios juzga nuestros pecados tal como los tenemos en la conciencia. Lo que Dios castiga es la mala voluntad que tenemos al hacer una cosa, no las equivocaciones o errores involuntarios.

 

Pero debemos procurar tener bien formada la conciencia.

«Quien duda de si está en la verdad, ha de poner los medios para salir de esa situación»[132] .

Evidentemente que la moralidad de un acto está condicionado por circunstancias que pueden ser agravantes, atenuantes y hasta excusantes. Pero esto no obsta para que haya normas morales objetivas.

 

 La moral de situación descarta estas normas objetivas y sólo atiende, como norma de moralidad, al juicio particular de cada uno, prescindiendo del recto orden objetivo[133] .

Algunos, siguiendo la doctrina de Max Weber, de la «ética de la intención», sostienen que la fuente de la moralidad es el fin que se proponga el agente. Pero Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor  rechaza esta doctrina diciendo: «Si el objeto de la acción concreta no está en sintonía con el verdadero bien de la persona, la elección de tal acción es moralmente mala»[134] .

 

61,7. Para pecar basta tener intención de hacer lo que es pecado, aunque después no se realice.

Soy culpable del pecado en el momento en que he decidido cometerlo.

Por ejemplo: peca gravemente quien ha tenido intención de cometer un adulterio, aunque después, por alguna dificultad que surgió, no lo haya realizado en la práctica.

 

El pecado realizado es más grave, pero sólo el intentarlo ya es pecado.

Uno coge cierta cantidad de dinero con intención de robar, y luego se entera que robó su propio dinero: ha cometido pecado formal aunque no haya sido pecado material.

 

Dos palabras sobre la doctrina del doble efecto:

«Se puede tener en cuenta la doctrina clásica sobre las cuatro condiciones que se requieren para actuar cuando de la acción se siguen dos efectos, uno bueno y otro malo.

 

Son las siguientes:

 

a) Que la acción, en sí misma, sea buena o al menos indiferente.

 

b)Que el fin perseguido sea obtener el efecto bueno y, simplemente, permitir el

malo.

 

c) Que el efecto primero o inmediato que se ha de seguir sea el bueno y no el malo.

 

d) Que exista causa proporcionalmente grave para actuar»[135] .

 

 

61,8. El 6 de agosto de 1993 el Papa Juan Pablo II firmó la encíclica «Veritatis splendor».  La encíclica ha venido a terminar con el subjetivismo moral que se estaba extendiendo en la Iglesia.

 

Muchos se creen con el derecho de decidir ellos mismos lo que es bueno y lo que es malo, según su conciencia; prescindiendo de la ley de Dios, tanto natural como positiva.

El bien y el mal tienen un valor objetivo, y no dependen de las opiniones de los hombres.

Hay bienes relativos y bienes absolutos.

Por ejemplo. una temperatura será buena para unos y no para otros. Pero hay bienes absolutos, que lo son para todos: la verdad, la justicia, la paz, etc.

 

Es importante la opción fundamental de orientar la vida hacia Dios. Pero, aunque no haya un rechazo explícito de Dios, se incurre en pecado mortal por una transgresión voluntaria de la ley moral en materia grave.

 

No sólo se peca con una actitud de pecado. El pecado grave se puede cometer con una sola acción, libre y deliberada: el tabaco mata poco a poco, pero un plato de setas venenosas mata de golpe.

 

Monseñor Yanes, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha dicho: «Veritatis splendor» es una presentación amplia de algunos aspectos fundamentales de la moral cristiana. (...). La encíclica es una invitación a la reflexión. Supone el sincero deseo de buscar y encontrar la verdad. Exige tomar en serio nuestra vida y nuestra vocación delante de Dios»[136] .

 

Dice la encíclica:

«La conciencia no está exenta de la posibilidad de error (nº62).

El mal cometido a causa de una ignorancia invencible o de un error de juicio no culpable puede no ser imputable a la persona que lo hace (...), pero cuando la conciencia es errónea culpablemente porque el hombre no trata de buscar la verdad, compromete su dignidad (nº63).

El hombre tiene obligación moral grave de buscar la verdad y seguirla una vez conocida (nº34).

Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento (nº70).

Con cualquier pecado mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios que ha dado la ley (...); a pesar de conservar la fe pierde la gracia santificante (nº68).

La opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones conscientes de sentido contrario en materia moral  grave (nº67).

Los cristianos tienen en la Iglesia y en su Magisterio una gran ayuda para la formación de la conciencia (nº64).

La Iglesia ilumina sobre la verdad objetiva de la ley natural, obra de Dios (nº40).

El hombre que se desengancha de la verdad objetiva de la ley natural se equivoca (nº61).

Es inaceptable que se haga de la propia debilidad el criterio de la verdad para justificarse uno mismo (nº104), adaptando la norma moral a los propios intereses (nº105).

La conciencia no es una fuente autónoma para decidir lo que es bueno o malo (nº60).

Por voluntad de Cristo la Iglesia Católica es maestra de la verdad, y su misión es (...) declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana (nº64).

El Señor ha confiado a Pedro el encargo de confirmar a sus hermanos (nº115).

 La Iglesia se pone al servicio de la conciencia ayudándola a no desviarse de la verdad (nº 64, 110, 116).

Los fieles están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios (nº76).

Los fieles, en su fe, deben seguir el Magisterio de la Iglesia, no las opiniones de los teólogos (Prólogo).

La Iglesia tiene autoridad no sólo en cuestiones de fe sino también  en cuestiones de moral (nº28 y 95).

La fe tiene un contenido moral: suscita y exige un compromiso coherente con la vida (nº83).

Una verdad no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica (nº88).

 La libertad no es un valor absoluto (nº32).

La libertad debe someterse a la verdad (nº34).

No hay libertad fuera de la verdad (nº96).

Se llegaría a una concepción relativista de la moral (nº33).

La revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios (nº35).

La doctrina moral no puede depender de una deliberación de tipo democrático (nº113).

La ley natural es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres (nº51).

A ella deben atenerse tanto los poderes públicos como los ciudadanos (nº97 y 101).

Las opiniones de los teólogos no constituyen la norma de enseñanza (nº116).

En la oposición a la enseñanza de los Pastores no se puede reconocer una legítima expresión de la libertad cristiana ni de las diversidades de los dones del Espíritu Santo (nº113).

Los Pastores tienen el deber (...) de exigir que sea respetado siempre el derecho de los fieles a recibir la doctrina católica  en su pureza e integridad (nº113).

Hay verdades y valores morales por los cuales se debe estar dispuesto a dar incluso la vida (nº94).

Ninguna doctrina filosófica o teológica complaciente puede hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la cruz y la gloria de Cristo resucitado, pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida (nº120).


[1] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 911. Ed. Herder. Barcelona.

[2] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 2193. Ed. Herder. Barcelona.

[3] Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución Dogmática sobre la Iglesia, nº11

[4] ANDREAS SNOEK, S.I.: Confesión y psicoanálisis, III, 4.  Ed. FAX. Madrid.

[5] Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución Dogmática sobre la Iglesia, nº11

[6] JUAN PABLO II: Reconciliación y Penitencia

[7] Concilio IV de Letrán en 1215, Cap. XXI. DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 437. Ed. Herder. Barcelona

[8] SÓCRATES: Historia Eclesiástica, 5, 19. Migne: Patrología Griega, Vol. 67, Col. 613s

[9] HERMAS: El Pastor, IV,3,4

[10] ERNESTO BRAVO, S.I.: Esto es ser cristiano, VII, 6.  Ed. Fe Católica. Madrid.

[11] Gonzalo Flórez: Penitencia y Unción de enfermos, 1ª,VII, 2.  BAC. Madrid. 1996.

[12] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 911. Ed. Herder. Barcelona

[13] Evangelio de San Juan, 20:23

[14] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1441

[15] Concilio de Trento. DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 894. Ed. Herder. Barcelona

[16] SAN PABLO: Segunda Carta a los Corintios, 5:18

[17] Ritual de la Penitencia, nº9, b. pg. 13. 1975

[18] ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.:Teología Moral para seglares, 2º, 2ª, IV, nº 193. Ed. BAC. Madrid

[19] Nuevo Código de Derecho Canónico, nº 989

[20] DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 918. Ed. Herder. Barcelona

[21] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1464

[22] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº1849

[23] Concilio  Vaticano II: Gaudium et Spes: Constitución  sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 16

[24] Pedidos a: Apartado 2546. 11080-Cádiz. Tel.: (956) 222 838. FAX: (956) 205 810

[25] MIGUEL PEINADO: Exposición de la fe cristiana, 3ª, II, 50.  Ed. BAC. Madrid. 1975.

[26] JOSÉ A. SAYÉS: Pecado Original, VI, 1. Folleto JRC nº 13. EDAPOR. Madrid, 1988.

[27] JOSÉ A. SAYÉS: Jesucristo Nuestro Señor, VII, 4, 2. Ed. EDAPOR. Madrid, 1985.

[28] Profeta ISAÍAS, 57: 8

[29] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1440

[30] Salmo 51: 4

[31] BERNHARD HÄRING: Shalom, Paz, II, 4.  Ed. Herder. Barcelona. 1998.

[32] LAMBERTO DE ECHEVARRÍA: Creo en el perdón de los pecados, IV.  Cuadernos BAC, nº 67. 

[33] GARRIGOU-LAGARNGE: DIOS, su existencia, I,4.  Ed. Palabra. Madrid. 1976.

[34] JUAN M. IGARTUA, S.I.: Revista REINO DE CRISTO, 342 (V-1990) 5

[35] JUAN PABLO II: Ejercicios Espirituales para jóvenes, 1ª, IV.  Ed. BAC-POPULAR. Madrid.1982.

[36] RAFAEL CANALES, S.I.: Revista PROYECCIÓN, 62(X-68) 281-8

[37] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Antropología y moral, VII, 1.  Ed. Palabra. Madrid. 1997.

[38] LUIS ELLACURÍA,S.I.: Moral de actos y Moral de actitudes. Estudios de Deusto, Vol XV, 30 (IV-67) 145ss

[39] RONALD LAWLER, O.F.M.: La Doctrina de Jesucristo, XIX, 4, e. Ed. Galduria. Jódar (Jaén).

[40] Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe: Declaraciones sobre cuestiones de Ética Sexual nº 10. Revista ECCLESIA, 1773 (17-I-76) 73

[41] JUAN PABLO II: Reconciliación y Penitencia, nº 17

[42] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, V, 3.  Ed. Palabra. Madrid. 1995.

[43] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, XI, 2,1,a. Ed. Palabra. Madrid.1995.

[44] AUGUSTO SARMIENTO: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 5.  Ed. Palabra. Madrid. 1990.

[45] HEGGEN: La Penitencia, acontecimiento de Salvación, I, 2. Ed. Sígueme. Salamanca

[46] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Más allá de la muerte, VI, 1.  Ed. San Pablo. Madrid. 1996.

[47] ORTEGA Y GAISÁN: Valores humanos, 2º, VI, 7. Vitoria

[48] Evangelio de San Mateo, 25:42s

[49] Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes: Constitución  sobre la Iglesia en el mundo actual, nº43

[50] JUAN PABLO II: Reconciliación y Penitencia, nº 16. Revista ECCLESIA, 2204(5-I-85)26

[51] AUGUSTO SARMIENTO: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 6.  Ed. Palabra. Madrid. 1990.

[52] JOSÉ MARÍA IRABURU: El matrimonio católico (Separata). Apéndices, III, 2. Ed. Gratis Date. Pamplona. 1989.

[53] BERNHARD HÄRING: SHALOM: Paz, XX, 7.  ed. Herder. Barcelona. 1998.

[54] JUAN ANTONIO GONZÁLEZ LOBATO: Razones de la Fe, III, 3, e.  Ed. EMESA. Madrid. 1980.

[55] OTTO ZIMMERMANN, S.I.:Teología ascética,nº26, II, B. Seminario Metropolitano.Buenos Aires.

[56] Carta de Santiago: 1:4

[57] Evangelio de San Juan, 8:34

[58] Primera Carta  de San Juan, 3:8

[59] SAN PABLO: Primera Carta a los Corintios, 10:13

[60] Evangelio de SAN MATEO, 10:33

[61] Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución Dogmática sobre la Iglesia, nº 35

[62] JUAN MOUROUX: Creo en ti, III. Ed. Flors. Barcelona

[63] Revista ROCA VIVA, 299 (IV-93) 177

[64] OTTO ZIMMERMANN, S.I.: Teología Ascética nº 22. Seminario Metropolitano. Buenos Aires

[65] JUAN PABLO II: Encíclica El Redentor del Hombre, nº 16

[66] Conferencia Episcopal Española: Catecismo Escolar, 4º EGB, nº 9

[67] SAN JUAN CRISÓSTOMO: Migne, Patrología Latina,LV,500

[68] EDUARDO LÓPEZ AZPIRTARTE. Hacia una nueva visión de la ética cristiana, XIII,1.  Ed. S.Terrae

[69] JOSÉ ORTEGA Y GASSET: La rebelión de las masas, XV.   Ed. Espasa Calpe. Madrid.

[70]  EDUARDO LÓPEZ AZPIRTARTE.Hacia una nueva visión de la ética cristiana, XV,6. Ed. S.Terrae

[71]  ÁNGEL MÉNDEZ: Dirección espiritual, 1º, pg. 278. Pedraza 3. 27569. Monterroso. Lugo.

[72] FRANCISCO BEJARANO: DIARIO DE CÁDIZ del 11-VIII-2000, pg.9

[73] MIGUEL ÁNGEL TORRES DULCE: 39 Cuestiones doctrinales, II, 1.  Ed. Palabra. Madrid. 1990.

[74] JOSÉ ORTEGA Y GASSET: La rebelión de las masas, 1ª, I, II, V, VI.  Ed. Espasa Calpe. Madrid.

[75] BENIGNO BLANCO: Revista MUNDO CRISTIANO, 396 (II-95) 47

[76] Conferencia Episcopal Española: Moral y sociedad democrática, nº 36.  EDICE. Madrid. 1996.

[77] PEDRO MARTÍNEZ CANO, S.I.:  Espiritualidad hoy, 2ª, XX, 5, b.  Ed. FAX. Madrid. 1961.

[78] Concilio Vaticano II: Dignitatis humanae: Declaración sobre la libertad religiosa, nº 11

[79] GINO ROCCA: No lo tengo claro, 1ª, I, 4.  Ed. Ciudad Nueva. Madrid.1993.

[80] BERNHARD HÄRING: SHALOM: Paz, X, 2.  Ed. Herder. Barcelona. 1998.

[81] SHEED: Teología y sensatez, XV, 1.  Ed. Herder. Barcelona.

[82] MARIANO ARTIGAS: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 1.  Ed. Palabra. Madrid. 1990.

[83] JUAN PABLO II: Veritatis splendor, nº 60.

[84] ANTONIO ARZA, S.I.: Preguntas y respuestas en cristiano, pg. 72. Ed Mensajero. Bilbao. 1982.

[85] JUAN ANTONIO GONZÁLEZ LOBATO: Razones de la Fe, I, 6, b.  Ed. EMESA. Madrid. 1980.

[86] SANTIAGO MARTÍN: Diario LA RAZÓN  del 7-XI-2001, pg. 40.

[87] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Antropología y moral, V,2.  Ed. Palabra. Madrid. 1997.

[88] BALMES: El criterio, Conclusión.  Ed. BAC. Madrid

[89] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Antropología y moral, V,1.  Ed. Palabra. Madrid. 1997.

[90] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1783

[91] V. M. O´FLAHERTY, S.I.: Cómo curar escrúpulos, I.  Ed. Sal Terrae. Santander. 1968.

[92] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1801

[93] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1793

[94] JUAN ANTONIO GONZÁLEZ LOBATO: Razones de la Fe, I, 5, c.  Ed. EMESA. Madrid.1980.

[95] Revista ECCLESIA, 2405-6(7-I-89)26

[96] Evangelio de SAN LUCAS, 10:16

[97] PABLO CABELLOS LLORENTE: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 4.  Ed. Palabra. Madrid. 1990.

[98] FEDERICO SUÁREZ: La Virgen Nuestra Señora,VI ,2.  Ed. Rialp. Madrid. 1984. 17 edición.

[99] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Alfa y omega, 280 (8-XI-2001) 27

[100] BERNHARD HÄRING: Shalom, Paz, III,1.  Ed. Herder. Barcelona. 1998.

[101] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1854

[102] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1850

[103] JOSÉ RIVERA-IRABURU: Síntesis de espiritualidad católica, XVI, 5. Ed. Gratis Date. Pamplona.

[104] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1855

[105] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1863

[106] JUAN PABLO II: Reconciliación y Penitencia, nº 17. Revista ECCLESIA, 2204 (5-I-85)29s

[107] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1854

[108] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº 1874

[109] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº1863

[110] ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº 54. Ed. B.A.C. Madrid.

[111] ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº 55. Ed. B.A.C. Madrid.

[112] Ritual de la Penitencia, nº 47. 1975

[113] ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Teología de la salvación, 1ª, III, nº 57. Ed. B.A.C. Madrid.

[114] BERNHARD HÄRING: SHALOM: Paz, XI, 1.  Ed. Herder. Barcelona. 1998.

[115] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº 1857

[116]  Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº 1858

[117] BERNHARD HÄRING: SHALOM, Paz, VIII,4.  Ed. Herder. Barcelona. 1998.

[118] ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: La fe de la Iglesia, 2ª, V, nº 136.  Ed. BAC. Madrid.

[119] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral,1ª,VIII, 2, 1. Ed.Palabra.Madrid.1995.

[120] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº 1859

[121] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral,1ª,VIII,1, 2, e. Ed.Palabra.Madrid.1995.

[122] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Razones para creer, II, 4. Ed. Paulinas. Madrid. 1992.

[123] PABLO VI: Algunas cuestiones de ética sexual, nº 10 (29-XII-75)

[124] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº 1862

[125] DENZINGER:  Magisterio de la Iglesia, nº 1046, 1068, 1094, 1292. Ed. Herder. Barcelona

[126] ANTONIO ARZA, S.I.: Preguntas y respuestas en cristiano, pg. 12.  Ed. Mensajero. Bilbao.

[127] JUAN ANTONIO GONZÁLEZ LOBATO: Razones de la Fe, II, 2, gEd. EMESA. Madrid. 1980.

[128] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1783

[129] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, IX, 6.  Ed. Palabra. Madrid. 1995.

[130] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1791

[131] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, IX,4,1, a.  Ed. Palabra.Madrid.1995.

[132] JESÚS MARTÍNEZ GARCÍA: Hablemos de la Fe,III, 7. Ed. Rialp. Madrid. 1992.

[133] AUGUSTO SARMIENTO: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 4.  Ed. Rialp. Madrid. 1990.

[134] JUAN PABLO II: Encíclica Veritatis splendor, nº 72.

[135] AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, VIII, 3.  Ed. Palabra. Madrid. 1995.

[136] Revista ECCLESIA, 2653-54 (9-16, X, 93) 6