32,6. Además, estos libros se escribieron para contemporáneos de Jesús[1] . Los hechos que narran eran conocidos de todos; bien por haberlos visto personalmente[2] , bien por haberlos oído a quienes los vieron[3] . No pudieron, por lo tanto, desfigurar nada de la realidad. En este caso hubieran sido desmentidos, y no hay huella alguna de rectificaciones[4] .

«Los tres primeros Evangelios fueron escritos, ciertamente, cuando aún vivían muchos de los que presenciaron los sucesos allí narrados, y que estaban en condiciones de contradecir sus afirmaciones, si lo tenían a bien»[5] .

Si los evangelistas hubieran dicho lo que no es verdad, sus Evangelios hubieran sido rechazados por aquella generación que era testigo de los hechos[6] . No existe ningún documento que muestre este rechazo[7].

 

En cambio los Evangelios Apócrifos, que carecen de rigor histórico, fueron comúnmente rechazados[8]. Son relatos fantasiosos e inverosímiles[9] . Contienen errores en la geografía de Palestina, y les falta fidelidad al marco histórico[10] .

Los Evangelios falsarios llamados «Evangelios Apócrifos» nunca han sido aceptados por la Iglesia, por no estar contenidos en el Canon de Muratori  que es una lista de los libros inspirados que hizo la Iglesia en el siglo II[11] .

El canon del Nuevo Testamento fue establecido por el Concilio de Roma en el año 382 durante el papado de Dámaso I. Los presentes en el Concilio de Roma incluyeron en el canon todos los libros verdaderos y sólo los verdaderos[12].

 

Los datos que dan los Evangelios sobre la geografía del país, situación política y religiosa, y sobre las costumbres, concuerdan con lo que sabemos de todo esto por otras fuentes. Además, los evangelistas murieron por defender la verdad de lo que decían; y nadie da su vida por lo que sabe que es mentira.

Aparte de que como están inspirados por Dios no pueden equivocarse ni mentir. El Concilio Vaticano II dice que la Biblia entera está inspirada por Dios[13] . Y San Pablo: «La Escritura está inspirada por Dios»[14] .

 

«Los evangelistas han visto lo que escriben y mueren por confesar lo que han visto. Mueren mártires confesando los hechos y la doctrina de Jesús. A quien ve lo que escribe, y después se deja matar por mantener lo que ha escrito, ya se le puede creer»[15] .

 

 

32,7. Por otra parte, los cuatro Evangelios narran los mismos hechos, coincidiendo en lo fundamental y diferenciándose en lo accidental. Si cada uno por su lado se hubiera propuesto engañar, no hubieran coincidido tanto; y si se hubieran puesto de acuerdo para engañar, se hubieran evitado las diferencias llamativas[16] . Cada uno ha narrado sinceramente los hechos recogiendo los detalles que a él más le habían impresionado. Cada evangelista hizo su selección de materiales y acontecimientos, e incluso la sucesión de los hechos, según su finalidad catequética. «Cada evangelista presenta desde un ángulo de visión personal la figura y doctrina de Jesús»[17] . «El Evangelio de Mateo, dirigido a una comunidad cristiana proveniente del judaísmo, y el Evangelio de Lucas dirigido a una comunidad proveniente de la gentilidad, muestran enfoque diverso»[18] .

«Las narraciones evangélicas son diversas, los detalles de cada uno son diferentes, sin que ninguno falte a la verdad. Lo narrado por cada uno es armonizable con el relato de los demás»[19] .

 

Los Evangelios ofrecen diferencias debidas a que no siempre citan textualmente las palabras de Jesús, ni cuentan las cosas con la exactitud rigurosa que exigimos modernamente.

Cada uno cuenta lo que recuerda a su modo, según su punto de vista, el fin que pretende y según su propio estilo: unos se limitan a lo esencial, otros se extienden más en los detalles, sin destacar claramente los elementos esenciales; unos tienen una narración más abstracta, otros más concreta o popular, etc.

Varía mucho la narración de un hecho según la psicología del narrador, de su modo de observar, de su memoria, de su imaginación, de su carácter y del auditorio al que se dirige. Teniendo en cuenta que no se trata de observadores o narradores de psicología occidental y moderna de hoy día, sino de un mundo antiguo, de cultura y mentalidad muy simple, en que domina más el elemento imaginativo.

Pero como son libros inspirados, todo lo que dicen tiene la aprobación de Dios, que respeta la peculiaridad del escritor-instrumento, y no le dicta como a un mecanógrafo las cosas que tiene que decir, sino que respeta su modo de hablar, y tan sólo le detiene ante el error[20] .

 

«Al llegar Cristo tres lenguas sirven de medio de expresión al pueblo judío:

a) El hebreo en los ambientes muy cultos, y para la lectura sinagogal de la Escritura.

b) El arameo para el uso cotidiano.

c) El griego para el comercio y los intercambios internacionales»[21] .

Por eso los Evangelios se ponen en griego.

 

El Evangelio de San Mateo se escribe para los judíos, por eso se insiste en que Jesús es el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento, y alude con frecuencia a los modos de hablar y vivir de los judíos[22] . Tiene expresiones típicamente hebreas y da por conocidas costumbres judías.

 

«El Evangelio arameo de San Mateo podría haber sido compuesto entre los años 40 y 50. Desde luego fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70, pues constata que todos conocían el campo del alfarero, y el año 70 la caída de Jerusalén «ocasionó la completa destrucción de la ciudad y su total despoblación: los supervivientes fueron deportados»[23].

Su traducción griega fue posterior al Evangelio de Marcos, al que utiliza»[24] .

 

El Evangelio de San Marcos, probablemente el primero que se escribió,  refleja la catequesis en Roma de San Pedro, a quien acompañaba. Probablemente escribe en Roma para los no judíos, y por eso traduce vocablos arameos y explica muchas costumbres y tradiciones judías a los que no lo son[25] .

La familia de Marcos era propietaria del huerto de Getsemaní y del Cenáculo[26] .

 

El Evangelio de San Lucas, compañero de San Pablo, «por lo menos a partir del año 49»[27] , deja traslucir la doctrina del Apóstol de las Gentes[28] . Escribe para comunidades de cristianos de mentalidad griega, procedentes del paganismo, por eso se insiste en que Jesús es el Salvador de todos los pueblos.

 

El Evangelio de San Juan es el último que se escribe. Por eso completa a los otros tres[29], y cuenta cosas que los otros omitieron; es el más teológico de los cuatro.Se centra en la persona de Jesús,como Hijo de Dios.

 

«Los tres primeros Evangelios están estrechamente emparentados. Se los puede poner en columnas paralelas para abarcar sus textos de un solo vistazo.De ahí viene su nombre de “sinópticos”»[30] . Se pueden leer simultáneamente.

 

Hay quien opina que el autor del cuarto Evangelio no es San Juan, el apóstol. Lo atribuyen a Juan el Anciano «un griego que jamás conoció el entorno directo de Jesús»[31] . Pero esta opinión es inaceptable, pues el autor del cuarto Evangelio se declara testigo de los hechos que narra[32] , reconoce que era el discípulo predilecto de Jesús[33] , que en la cena reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús[34] , que estuvo con María Santísima al pie de la cruz[35] , que junto a San Pedro fue a la tumba del Señor, y al ver la sábana tendida en el suelo, y doblado aparte el sudario que estuvo sobre la cabeza vio y creyó[36] .

Es mucho más lógico aplicar todo esto al apóstol San Juan que introducir un nuevo personaje, también llamado Juan, que se reclinó sobre el pecho de Jesús  en la Última Cena, con lo cual «a la Cena asistieron catorce personas»[37] .

Pero los Evangelios dicen que a la cena con Jesús sólo se sentaron los doce[38] 

Por otra parte[39] en los otros tres Evangelios al apóstol Juan se le nombra diecisiete veces, en cambio en el cuarto no se le nombra ni una. Siempre se le llama «el Discípulo Amado».

Esta sustitución se explica si el apóstol Juan y el «Discípulo Amado» son la misma persona.

«De hecho la tradición juzgó siempre que el discípulo amado era el apóstol San Juan, y el mismo cuarto Evangelio[40] atestigua que su autor fue el apóstol Juan»[41] .

Además en el cuarto Evangelio se habla repetidas veces de la amistad entre San Pedro y el «Discípulo Amado», y San Lucas en los Hechos de los Apóstoles dice que el amigo de San Pedro era el apóstol San Juan.

La introducción de otro Juan, distinto del apóstol, no tiene sentido.

«El autor del cuarto Evangelio se identifica, sin equívoco, con el discípulo amado de Jesús, uno de los Doce. (...) Desde el siglo II se atribuye el cuarto Evangelio al apóstol Juan. (...) Desde su primera difusión la Iglesia recibió el cuarto Evangelio como de Juan, el apóstol»[42] : entre otros, Tertuliano, el canon Muratoriano, Clemente de Alejandría y San Ireneo de Lyon, discípulo de San Policarpo, que fue amigo del apóstol San Juan.

Dice San Ireneo[43] , en su obra Adversus haereses, del siglo II, que San Juan, «el discípulo del Señor que se reclinó sobre su pecho», dictó su Evangelio en Éfeso, siendo ya anciano. Esto explicaría el distinto estilo entre el Evangelio y el Apocalipsis, pues el amanuense pudo ser una persona culta que mejoró el griego de San Juan.

Los que atribuyen el cuarto Evangelio a Juan el Anciano dicen que el apóstol San Juan murió martirizado con su hermano Santiago. Pero esto es inadmisible pues San Lucas cuenta el martirio de Santiago en el capítulo XII de los Hechos de los Apóstoles  sin hacer ninguna mención de Juan. Este silencio no es posible si hubieran muerto los dos hermanos juntamente. Además «nos muestra después, en el capítulo XV, al apóstol San Juan tomando parte en la asamblea de Jerusalén en fecha ciertamente posterior a la muerte de Santiago[44] .

¿No será Juan el Anciano el mismo apóstol Juan que era ya muy anciano cuando dictó su Evangelio en Éfeso? El mismo apóstol San Juan se designaba a sí mismo con este nombre en sus cartas[45] .

 

 

32,8. «LOS EVANGELIOS NO SON OBRAS DE HISTORIA, en el sentido moderno de esta palabra»[46].

 «Los evangelistas no escribieron sus libros como un historiador actual puede describir un hecho histórico investigado por él»[47] con fechas concretas e itinerarios exactos. «Los Evangelios no son una sucesión de hechos cronológicamente narrados, sino una catequesis para la fiel trasmisión de la verdad cristiana»[48] 

Mateo yuxtapone milagros y parábolas que han tenido lugar en momentos muy diferentes. Y Lucas ordena todo en un viaje a Jerusalén.

 

«Los Evangelios no tienen forma histórica, sino de mensaje. Los evangelistas no pretenden relatar los acontecimientos en orden exactamente cronológico, sino presentar la persona, la doctrina, la obra redentora de Jesús, a los hombres con el fin de que crean»[49] .

 

«Los Evangelios son relatos fragmentarios y esquemáticos, selecciones y resúmenes. Por otra parte, han tenido siempre la finalidad práctica de la predicación: pretenden ser una enseñanza, transmitir un mensaje que hemos de acoger y vivir en la fe; no pretenden tanto darnos una información, cuanto contribuir a la formación de un mundo nuevo, nacido de la obra redentora de Cristo; presentan al Señor Jesús, para que uno se encuentre con Él y se haga su discípulo»[50] .

Los evangelistas no pretendieron hacer una exposición sistemática de la doctrina de Jesús[51].

«Los Evangelios no son ni un diario ni una biografía en el sentido moderno de la palabra. Son síntesis de la predicación apostólica. Cuanto más se penetra en los métodos propios de los evangelistas, en su fin y en su plan, más se convence uno del carácter episódico y fragmentario que los distingue, y cuán poco les interesaba a ellos muchas cosas pequeñas que a nosotros nos pueden parecer hoy problemas casi substanciales. Los evangelistas pretenden cimentar la fe de sus lectores, y para ello les basta escoger algo de lo más saliente de la vida y doctrina del Señor. El marco topográfico y cronológico no era necesario y, por lo mismo, lo descuidan. Muchos hechos y muchas palabras están fuera de su marco histórico»[52] 

Generalmente, el evangelista, no tiene ningún interés cronológico. A veces acumula parábolas, milagros o controversias con los judíos con una palabra de enlace («entonces», «enseguida», «después»); aunque hayan ocurrido en momentos muy distantes. «La intención de los evangelistas fue inculcar una forma de vida, una enseñanza religiosa. Lo histórico es base de la narración, pero no como nosotros entendemos hoy la historia»[53] .

Los Evangelios son libros históricos porque relatan acontecimientos que han ocurrido realmente, aunque la historia no la entiendan al modo actual. No todo lo que cuentan aconteció exactamente como se narra. El estilo de aquel tiempo da libertad al historiador para que ilustre la narración. Puede añadir detalles ornamentales, no históricos, pero que enriquecen la narración.

El estilo de aquel tiempo permite al historiador incorporar en su narración todo lo que ayude, aunque no haya sido real. Son recursos narrativos accidentales para dar amenidad o interés a la narración. Por eso los evangelistas narran la historia cada uno a su modo, sin preocuparse de la exactitud de los detalles.

A ellos les bastaba la historicidad del fondo de la narración.

Hoy pedimos historicidad en todos los detalles, pero entonces no era así.

Por ejemplo, cuando San Mateo dice que en la multiplicación de los panes había cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, se refiere a una gran multitud, no precisamente a cinco o diez mil personas; pues en aquella zona en aquel tiempo era casi imposible reunir tanta gente.

También nosotros decimos: «Te lo he repetido mil veces», y lo que queremos decir es «muchas veces».

 

Pero su estilo describiendo lugares y encajando personajes históricos en su tiempo, dan a entender claramente que no pretenden hacer una obra de ficción. A veces, aunque no siempre, señalan con exactitud el día y la hora, y dan una porción de detalles que muestran la voluntad de describir hechos reales[54] .

El Evangelio es «histórico» en el sentido vulgar, corriente. Así lo creyó siempre la Iglesia: los Padres y los fieles[55] . Es evidente que no fueron «inventados».

«Aunque es incontestable que los evangelistas quisieron hacer un trabajo de historiadores, no era ésa su única preocupación. Lo que ellos querían era prolongar la enseñanza de Aquél a quien la resurrección transformó en viviente»[56].

 

Los evangelistas afirman que lo que narran es la verdad[57] .

San Lucas al principio de su evangelio garantiza a los lectores de «la certeza» de su narración, pues son «cosas verdaderas y auténticas».

Dice San Lucas[58] que se ha determinado escribir los acontecimientos recientemente ocurridos «después de haber investigado con exactitud todos esos sucesos desde su origen»[59] .

Y San Juan afirma que lo que él narra es «lo que vieron sus ojos y oyeron sus oídos»[60]. «Aquel que  lo ha visto  da testimonio de ello , y su testimonio es cierto: y él  sabe que dice la verdad a fin de que vosotros  creáis»[61] .

«Los Evangelios refieren fielmente los hechos y dichos de Jesús. Lo prueba suficientemente el concepto de “testimonio”, “testigo”, “testimoniar” que ocurre más de ciento cincuenta veces en el Nuevo Testamento y que los mismos Apóstoles se aplican a sí mismos. (...) Podemos afirmar, sin género ninguno de duda, que el principio “quod traditum est” [lo que hemos recibido] era reconocido en todas las Iglesias como el canon para distinguir las doctrinas falsas de las verdaderas»[62] .

«Los Evangelios aparecen escritos sin verdadera preocupación apologética, en el sentido moderno de la palabra, sino con el fin de transmitir, tal cual, el hecho de que dan testimonio (...). Los Evangelios no son una especulación doctrinal, sino la atestación de un hecho (...). Los autores no sólo no hacen su propio elogio, sino que hasta desaparecen detrás de su obra. No se inciensa a los Apóstoles, se les presenta sin inteligencia, ambiciosos, pendencieros, cobardes, traidores. Se presenta a Cristo abandonado del Padre (...). Los milagros están descritos con una sobriedad que los distingue inmediatamente de los relatos no evangélicos»[63] .

«El origen apostólico, directo o indirecto, y la génesis literaria de los Evangelios justifican su valor histórico. Derivados de una predicación oral que se remonta a los orígenes de la comunidad primitiva, tienen en su base la garantía de testigos oculares. Indudablemente ni los Apóstoles ni los demás predicadores y narradores evangélicos trataron de hacer historia en el sentido técnico de esta palabra; su propósito era menos profano y más teológico; hablaron para convertir y edificar, para inculcar e ilustrar la fe, para defenderla contra los adversarios. Pero lo hicieron apoyándose en testimonios verídicos y controlables, exigidos tanto por la probidad de su conciencia como por el afán de no dar pie a refutaciones hostiles (...) Si los Evangelios no son “libros de historia”, no es menos cierto que no tratan de ofrecer nada que no sea histórico»[64] .

«El valor histórico de los Evangelios, aparte de ser cierto para el crítico, es para el católico una verdad de fe»[65] .

 

«Los Evangelios no son un simple libro doctrinal que ofrece unas ideas sobre Dios, el hombre y el mundo; sino un auténtico anuncio del Reino de Dios, manifestado en Jesucristo.

»La historicidad de que están revestidos no puede llevar a ver los Evangelios nada más que como una venerable documentación y reliquia del pasado. El Evangelio hay que sentirlo vivo y actual, situarlo en el presente más inmediato. No fueron palabras y hechos que se dijeron y realizaron ayer. Es mensaje intemporal, y buena noticia que anuncia la salvación.

»Los Evangelios no son tanto para leer cuanto para vivir. No son un libro de referencia técnica para entender, sino de revelación divina y de ejemplaridad. (...) Interpelan la fe, y son una insistente llamada a la conversión»[66].

 

Se han hecho estudios comparativos de todas las copias que conservamos de cada uno de los evangelistas[67] .

Hort, «uno de los más seguros críticos del siglo XIX»[68] resume sus investigaciones de veinticinco años, y las de su colega Wescott, en su edición crítica del original griego del Nuevo Testamento con estas palabras: «las variantes que tocan a la sustancia del texto son muy poco numerosas, y pueden ser valuadas en menos de la milésima parte del texto»[69] .

«La inmensa mayoría de la variantes se refieren únicamente a la forma exterior: ortografía, orden de las palabras y términos sinónimos»[70] .

 

 De las ciento cincuenta mil variantes, sólo quince son de importancia, y ni una sola toca a la fe de la Iglesia[71] .

Eso da idea del esmero con que se copiaron[72] .

Aquella generación cristiana que había presenciado los hechos que se narran en los Evangelios, los encontraban tan correctamente relatados, que los copiaban a mano (entonces no había imprenta) y los transmitían de generación en generación, de modo que hoy tenemos de los Evangelios más copias que de ningún otro libro de aquel tiempo.

«Ningún otro autor, ni religioso, ni profano, de aquellos tiempos, puede presentar la cantidad de papiros, de códices, de citas de autores de aquel tiempo o de inmediatamente después, como los libros del Nuevo Testamento pueden ofrecer».[73] 

 

Los originales se han perdido. Tanto de los Evangelios como de todos los libros de aquel tiempo, pues entonces se escribía en hojas de papiro, que es un material deleznable que se deteriora y se deshace fácilmente. Desde el siglo IV se empleó el pergamino, sacado del cuero animal, y se empezaron a usar a manera de libros, llamados códices[74] .

 

Puede ser interesante mi vídeo: Razones para ser católico, donde hablo de la historicidad de los Evangelios[75] .

 

«En favor de la autenticidad de los Evangelios existe tal tradición literaria como no existe de ningún otro escrito de la antigüedad. Una tradición antiquísima, pública, universal, constante. No tiene ni la menor comparación con la de ciertos escritores profanos cuyas obras nadie pone en tela de juicio»[76] .

 

A nadie se le ocurre dudar de la autenticidad de las obras de los clásicos latinos César, Cicerón, Horacio y Virgilio. A pesar de que -aunque todos ellos vivieron tan sólo 50 años antes de Jesucristo- no conservamos, ni con mucho, las pruebas que conservamos de los Evangelios.

 

El autor clásico contemporáneo de Jesucristo de quien conservamos mejores documentos es Virgilio. Pues bien, de Virgilio, sólo tenemos tres códices unciales. En cambio de los Evangelios tenemos doscientos doce. ¡Superioridad aplastante![77] .

 

De Platón los manuscritos que conservamos son 1500 años posteriores a él[78] . De Aristóteles, que vivió 300 años antes de Cristo, «quizá el hombre de inteligencia más amplia que haya existido»[79], cuyo Tratado de Lógica sigue siendo hoy día la base de todo razonamiento filosófico, el manuscrito más antiguo que conservamos  es 1400 años posterior a él.

 

Nuestro gran historiador contemporáneo de fama mundial, Menéndez Pidal, Premio March, que murió en 1968, en su Historia de España[80] , en treinta tomos, de la Editorial Espasa Calpe, fundamenta algunas de sus afirmaciones en la obra Germania del historiador romano Tácito, posterior a Cristo, pues murió el año 120. Pues bien, de la Germania, de Tácito, el códice más antiguo que se conserva es 1340 años posterior a él[81] .

 

Del historiador griego Polibio, que murió 120 años antes de Cristo, y de quien Mommsen, Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Berlín y Premio Nobel, dice que «a él es a quien deben las generaciones posteriores, incluso la nuestra, los mejores documentos acerca de la marcha de la civilización romana»[82] , el manuscrito más antiguo que de él conservamos es 1067 años posterior a su muerte[83] .

En cambio, de los Evangelios conservamos manuscritos muy próximos a ellos.

 El Evangelio de San Juan se escribió el año 95[84] ; pues bien, en 1935 se descubrió el papiro Rylands (P.52) sobre este Evangelio, que se conserva en Manchester. Fue encontrado en Egipto en 1920 por el científico británico B.P.Granfell para el librero John Rylands[85] . Según los especialistas se escribió hacia el año 130[86] . Tan sólo 35 años después. ¡Esto es maravilloso!

El papiro Bodmer II, que se conserva en la Biblioteca de Cologny, en Ginebra, y que contiene casi en su totalidad el Evangelio de San Juan, es 100 años posterior a él[87] . En 1956 fue publicado por V. Martín[88] 

De los tres siglos posteriores a Jesucristo se conservan treinta papiros[89] . Esto es un caso único en toda la historiografía grecorromana.

 

En 1972 el Padre José O´Callaghan, jesuita español papirólogo, Profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, y Decano de la Facultad Bíblica del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, y de la Facultad Teológica de Barcelona, descifró unos fragmentos de papiros encontrados en la cueva 7 del Qumrán (Mar Muerto). Se le identifica así 7Q5. Se trata del texto de San Marcos, 6:52s.

En once cuevas aparecieron seiscientos rollos de pergaminos. En estos manuscritos, que se descubrieron en 1947, han aparecido textos del Éxodo, Isaías, Jeremías, etc. De casi todos los libros del Antiguo Testamento.

Estos manuscritos han sido estudiados por E. L. Sukenik, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que consiguió adquirirlos para la biblioteca de la Universidad[90].

El texto descifrado por el P. O´Callaghan es un fragmento del Evangelio de San Marcos enviado a Jerusalén por la cristiandad de Roma y que los esenios escondieron en esa cueva en ánforas, una de las cuales tiene el nombre de ROMA en hebreo[91] .

Probablemente esto ocurrió cuando la invasión de Palestina por los romanos, antes de la ruina de Jerusalén del año 70.

En concreto cuando se aproximaban las tropas de Vespasiano el año 68[92] .

Este descubrimiento ha sido considerado como el más importante de este siglo sobre el Nuevo Testamento[93]. . En 1991 se ha publicado una edición facsímil con 1.787 fotografías de estos manuscritos[94] .

 

La identificación del P. O’Callaghan es tan seria que Orsolina Montevecchi, Presidenta de la Asociación Internacional de Papirología, ha pedido a sus colegas que se incluya el 7Q5, como se llama a este manuscrito, en la lista oficial de los papiros del Nuevo Testamento[95] .

Esta interpretación del P. O´Callaghan ha sido recientemente confirmada por el eminente Profesor alemán de la Universidad de Oxford, Carsten Peter Thiede, en la prestigiosa revista internacional BIBLICA[96] . Thiede, dice textualmente: «Conforme a las reglas del trabajo paleográfico y de la crítica textual, resulta cierto que 7Q5 es Marcos, 6:52s».

 Thiede ha publicado un estudio apoyando al P. O´Callaghan titulado ¿El manuscrito más antiguo de los evangelios?[97] 

«Son cada vez más los que aceptan esta identificación», ha dicho el P. Ignacio de La Potterie, S.I., como se ha visto en el Simposio Internacional celebrado del 18 al 20 de octubre de 1991 en Eichstät[98], donde apoyaron esta opinión los expertos en papirología Hunger, de la Universidad de Viena, y Riesenfeld, de la Universidad de Úpsala (Suecia).

El texto 7Q5 ha sido estudiado en ordenador por IBICUS de Liverpool, y se ha demostrado que esa combinación de letras, en la Biblia, sólo se encuentra en Marcos 6:52s, que es el 7Q5[99] .

«El Profesor Herbert Hunger, Director de la colección de papiros de la Biblioteca Nacional Austríaca, y Profesor de Papirología de la Universidad de Viena, ha dicho: “La identificación del papiro de Qumrán con Marcos resulta convincente”»[100].

El paleógrafo inglés Roberts, de la Universidad de Oxford, primera autoridad mundial en paleografía griega, antes de que se descifraran estos papiros, estudiando la grafía, afirmó que eran anteriores al año 50 después de Cristo[101] , es decir, unos 20 años después de la muerte de Jesús, y 10 años después que Marcos escribiera su Evangelio. Sin duda es anterior al año 68 en que fueron selladas las cuevas del Qumrán, con los papiros dentro, antes de huir de las tropas de Vespasiano, que invadieron aquel territorio el año 68[102] . Se trata, por lo tanto,del manuscrito más cercano a Jesús de todos los conocidos[103] .

«El descifrador de estos documentos ha manifestado que ya no puede afirmarse que el Evangelio sea una elaboración de la antigua comunidad cristiana, y que tuvo un período más o menos prolongado de difusión oral antes de ser escrito, sino que tenemos ya la comprobación de los hechos a través de fuentes inmediatas».

Este descubrimiento ha dado al traste con las teorías de Bultmann. La proximidad de este manuscrito al original echa por tierra la hipótesis de Bultmann, según la cual los Evangelios son una creación de la comunidad primitiva que transfiguró «el Jesús de la historia» en «el Jesús de la fe».

Este descubrimiento confirma científicamente lo que la Iglesia ha enseñado durante diecinueve siglos: la historicidad de los Evangelios.

 

Más tarde, el mismo O´Callaghan, descubrió otro fragmento de la misma gruta que encajaba perfectamente en el texto de la Primera Carta de San Pablo a Timoteo[104]

 

La ofensiva contra la historicidad de los Evangelios comenzó con Friedrich Strauss en 1835. La renovó Ernest Renán en 1863. Modernamente  Rudolf Bultmann afirma que «no podemos saber nada sobre la vida de Jesús, pues los Evangelios son la idealización de una leyenda de generaciones posteriores». Si el 7Q5 es del año 50, esta idealización no es posible en contemporáneos.

El célebre teólogo protestante Oscar Cullmann, seguidor un tiempo de Bultmann, reconoce que se separó de Bultmann  por la interpretación que éste hacía de la Biblia. Para Bultmann «el único elemento histórico de los Evangelios que quedaría a salvo es la cruz. El resto, incluida la resurrección, sería un mero símbolo»[105] .

El cardenal Eugenio de Araujo Sales, arzobispo de Río de Janeiro (Brasil), ha escrito: «Bultmann cree que los relatos del Nuevo Testamento no presentan una revelación, sino que son reproducción de mitos de culturas paganas»[106].

 

Uno de los seguidores de Bultmann ha dicho de este descubrimiento del 7Q5: «Habrá que echar al fuego siete toneladas de erudición germánica»[107] .

«El lapso de tiempo que transcurre entre los acontecimientos y la composición de los Evangelios es tan breve, que no permite la formación de un mito contrario a la historia»[108] .

 

Recientemente el Dr. Carsten Peter Thiede ha publicado en la revista alemana Zeitschrift Für Papyrologie , especializada en papirología, haber descubierto un papiro con un fragmento del capítulo veintiséis del Evangelio de San Mateo, escrito en el siglo I de nuestra Era. «Thiede estableció su datación como anterior al año 66 de la era cristiana»[109] .

Se trata del Magdalen Cr.  de Roma 17, por encontrase en la Biblioteca del Colegio de la Magdalena de Oxford. Fue donado a este Colegio por el papirólogo Rvdo. Charles B. Huleat, antiguo alumno de este Colegio, que había sido capellán de la Iglesia Británica de Luxor, en Egipto[110] . Allí se lo compró a un anticuario[111]. . «En la Navidad de 1994 la noticia salta a la primera página del The Times . Hace unos meses Thiede ha publicado un libro sobre el tema: Testigo ocular de Jesús . Su lectura es un verdadero placer intelectual y espiritual»[112] .

 

Los originales de los Evangelios se han perdido, como los de todos los libros de aquel tiempo, pues se escribieron en papiros, planta oriental de material deleznable, que se deshace fácilmente. Por eso quedan muy pocos papiros. Desde el siglo IV se empleó el pergamino, sacado del cuero animal, que se empezaron a utilizar en forma de libros. A éstos se les llama códices[113].

_

No es claro cuál de los Evangelios se escribió primero. Unos opinan que fue el de San Marcos, otros que fue el texto hebreo de San Mateo,  que más tarde se tradujo al griego[114] .

 

El Padre B. Manzano, S.I., que es un especialista en temas de Palestina, da estas fechas en las que probablemente se escribieron los tres Evangelios sinópticos.

El Evangelio de San Mateo, entre el 37 y el 42.

El Evangelio de San Marcos, entre el 40 y el 45.

El Evangelio de San Lucas, entre el 47 y el 56.

El Evangelio de San Juan, como dije antes, se escribió en el año 95

 

H.J. Schultz, Profesor de la Universidad de Würtzburg (Alemania) afirma que ningún Evangelio sinóptico fue escrito después del año 70. Esta opinión ha sido apoyada por el célebre exégeta Rudolf Schnackenburg «por el peso de las argumentaciones presentadas»[115] .

 

Algunos piensan que si los Evangelios se escribieron varios años después de la muerte de Cristo, quizás no reflejaran con exactitud los dichos de Jesús, sino que tal vez sean una libre reconstrucción. Pero hay que tener en cuenta la costumbre de los hebreos de memorizar la Biblia, el Talmud, la Torá, etc. «De este modo podemos tener la garantía de que los textos evangélicos nos acercan al verdadero pensamiento de Jesús y a su propia palabra»[116] .

 En el siglo II, los Evangelios son confirmados por Papías, discípulo de San Juan; por Clemente Romano, discípulo de San Pedro, y Papa del año 91 al año 100; por San Ignacio de Antioquía, también discípulo de San Juan; por San Justino, San Ireneo, Obispo de Lyon y discípulo de San Policarpo, amigo de San Juan; por Orígenes, Tertuliano, Clemente de Alejandría, el pastor Hermas, etc. etc. Todos ellos del siglo II.

El texto de los Evangelios se nos ha transmitido literalmente en lo esencial. Es cierto que no poseemos los originales. Pero lo mismo ocurre con todos los escritores de aquel tiempo[117] . Esto se debe a la fragilidad del material sobre el que entonces se escribía.

El texto sagrado se copiaba con tanto interés y se guardaba con tanto cariño, que por eso no existe ningún libro de aquel tiempo que se le pueda comparar en número y calidad de manuscritos.

 

Es, además, excepcional el estado de conservación. De los autores latinos las obras completas más antiguas que conservamos son posteriores al siglo VIII. En cambio, códices evangélicos completos, de los siglos IV al VI, se conservan setenta y ocho.

Y los Evangelios se citaban con tal frecuencia que solamente con las citas que existen en las obras de siete escritores de los siglos II al VI (Justino, Ireneo, Clemente, Orígenes, Tertuliano, Hipólito y Eusebio) se podrían reconstruir en toda su integridad los cuatro evangelios: se conservan de ellos 26.487 citas[118] .Por todo esto, el gran crítico inglés en literatura clásica[119] , B.H.Streeter, confiesa que los Evangelios (en cuanto a su autenticidad) tienen la posición más privilegiada que existe entre todas las obras de la antigüedad.

 

Por tanto, quien no admite lo que dicen los Evangelios, no tiene derecho a creer en nada de la Historia Antigua, pues las cosas que nos dicen los Evangelios nos constan con mucho más rigor que muchísimas de las cosas que admite la Historia de la Antigüedad.

 

«Quien dude o niegue la historicidad de los Evangelios debe, lógicamente, dudar o negar la historicidad de todo libro histórico, es decir, debe ser escéptico universal en materia de historia»[120] .

 

Una de las cosas en que más insisten los Evangelios es en los milagros que Cristo hizo para probar que era Dios.

 

 

32,9. Nada nos dice el Evangelio sobre el aspecto externo de Jesús. No era costumbre en los historiadores de aquel tiempo.

El primer historiador que describe a sus personajes fue Plutarco en sus Vidas paralelas,  y los Evangelios son anteriores a Plutarco.

Por eso los cuatro evangelistas guardaron silencio sobre su estatura, el color de sus ojos, el tono de su voz y los rasgos de sus facciones.

Sabemos que su mirada era irresistible: una mirada capaz de hacer, con sólo su fuerza, que los hombres lo abandonaran todo por seguirle. Una mirada profunda, tierna, penetrante. Una mirada llena de bondad, de un Ser que era todo bondad. De un Ser que recorrió haciendo el bien las tierras de Judea, Galilea, Samaría..., curando enfermos, consolando a los desheredados del mundo..., dándose a todos, apiadándose de todos, amando a todos... Del Ser que pronunciara las palabras más dulces que jamás tomaron forma en unos labios humanos: «Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y Yo os aliviaré»[121] .

Dice F. Dostoieski: «Creo que no existe nada más bello, más profundo, más atractivo, más viril y más perfecto que Cristo»[122] .

 

En la Biblioteca Nacional de Madrid he leído un incunable en el que el cónsul romano Léntulo habla de cómo fue Jesucristo. Dice: «En nuestro tiempo apareció un tal Jesús, de gran fortaleza, rostro venerable, ojos serenos y abundante barba. Sus discípulos le llamaron Hijo de Dios, pues resucitó muertos y curó enfermedades»[123] .

 

Los Evangelios nos describen a un ser excepcional, a un hombre que en sólo tres años de vida pública, en un radio de acción de escasos kilómetros, trastornó al mundo, de modo que el tiempo se divide en los siglos que le esperaron y los que siguen a su venida[124] .

Cristo iluminó con su doctrina la vida del hombre con visión de eternidad, y transformó los valores del pensamiento humano.

Jesucristo ha sido el hombre más grande de la historia. Genios como Calderón de la Barca y Miguel Ángel, militares como César y Napoleón, después de su muerte, han  sido admirados; pero no amados. Jesucristo es el único hombre que ha sido amado más allá de su tumba. A los dos mil años de su muerte, legiones de hombres y mujeres, dejando su familia paterna y su familia futura, sus riquezas y su Patria, despojándose de todo, han vivido sólo para Él.

Jesucristo ha sido amado con heroísmo. Millares y millares de mártires dieron por Él su sangre. Millares y millares de santos centraron en Él su vida.

Santos de todos los tiempos, de todas las edades, de todas las clases sociales. Unos con corona de reyes, y otros con los pies descalzos; unos con hábito de monje, y otros con cinturón de soldado; unos con chaqueta y corbata, y otros con manos encallecidas de obrero; muchachos de corazón puro, y muchachas de mirada limpia y andar recatado. Todos éstos le amaron heroicamente y alcanzaron la corona de la inmortalidad.

Jesús ha sido también el hombre más combatido de la humanidad. ¿Qué tendrá este hombre que murió hace dos mil años y hoy molesta a tantos vivos?

Jesucristo «hubiera quedado ignorado para siempre si de él no hubiera salido el cristianismo. (...)Su tentativa hubiera quedado para siempre en silencio, si no hubiera llegado a ser la Iglesia»[125] .

 

Puede ser interesante mi vídeo: CRISTO, el más grande[126] .

 

 

32,10. Jesús vivió la mayor parte de su vida como un obrero, ganando su sustento con el sudor de su frente y el trabajo de sus manos. Ejercía el oficio de carpintero en un taller humilde y alegre de Nazaret. De este modo dignificó y ennobleció el trabajo.

Cristo, como dice la Biblia: «se hizo igual al hombre en todo menos en el pecado»[127]. Cuando San Pablo dice que Cristo «se hizo  pecado por nosotros»[128]  se refiere a que tomó sobre sí la pena debida por nuestros pecados; pero no la culpa, lo cual sería incompatible con la infinita Bondad de Dios.

 

Recientemente ha circulado la blasfemia de que Jesucristo tuvo relaciones sexuales con la Magdalena. Incluso homosexuales con San Juan. Esta monstruosidad sólo se le puede ocurrir a maníacos sexuales que no conciben el amor de amistad, sin sexo. Es inconcebible que haya mentes tan perversas.

 

La vida y doctrina de Jesucristo son para nosotros un ejemplo de lo que tenemos que hacer para alcanzar el Reino de los Cielos, es decir, para salvarnos. Él nos enseña el camino del cielo.

 

Cuando Jesucristo tenía unos treinta años comenzó a predicar su doctrina. Sanó milagrosamente a muchísimos enfermos y remedió a necesitados. Su vida pública puede resumirse en estas palabras de San Pedro: «Pasó haciendo el  bien»[129] .

Por eso muchos le seguían como discípulos. De entre ellos eligió doce para formarlos especialmente y para que, al faltar Él, continuaran su obra.

Pero la clase dirigente judía no podía tolerar que un desconocido, no educado con ellos, les desplazara del favor popular. Creció la envidia y con ella el odio. Se cegaron hasta no ver las cosas más claras. «Este hombre -decían- hace muchos milagros y todos se van con él». Lo lógico hubiera sido que, ya que reconocían los milagros, se rindieran ante ese testimonio de Dios, y le siguieran. Pero no: se obcecaron y no pararon hasta que lo prendieron y lo entregaron  a la autoridad romana, arrancándole la sentencia de muerte en cruz, que es la muerte más afrentosa que entonces se conocía.

 

Hoy hay un acercamiento de los judíos a la persona de Jesús. Se han escrito varios libros de judíos en este sentido. Uno de los más conocidos es el de Joseph Klausmer titulado: Jesús von Nazaret , publicado en Jerusalén.

 

Actualmente hay trescientas cincuenta comunidades de judíos, principalmente en Estados Unidos e Israel, que creen que Jesús es el Mesías prometido por Dios a Israel. Se llaman «judíos mesiánicos»[130]. En Estados Unidos se ven jóvenes con camisetas en las que se lee: Jews for Jesus, «los judíos por Jesús».

 

Recientemente han pasado al catolicismo del judaísmo personas eminentes, como el historiador Ludovico Pastor, el gran rabino de Roma Eugenio Zolli[131] y la filósofa alemana Edith Stein (1891-1942), mujer polifacética, que fue judía, atea, cristiana, carmelita, mártir y santa. Se convirtió al catolicismo a los 30 años de edad, en 1922,  se hizo carmelita a los 40, en 1934, en Colonia, y murió en la cámara de gas del campo de Auschwitz, el 9 de agosto de 1942, durante la Segunda Guerra Mundial[132] . Ha sido canonizada por Juan Pablo II, el 11 de octubre de 1998, y es la primera santa de origen judío que la Iglesia Católica sube a los altares. Nació en Breslau, el 12 de octubre de 1891, y estudió filosofía con Edmundo Husserl, del que fue discípula predilecta. La lectura de Santa Teresa la llevó primero al catolicismo y después a las Carmelitas Descalzas[133] .

En Medina Sidonia (Cádiz) está enterrada Simi Cohen, hija de padres judíos, residentes en Gibraltar, que huyó de su hogar paterno, a los dieciséis años, para hacerse católica. Llegó a Medina Sidonia donde se consagró a Dios tomando los hábitos de las Agustinas Recoletas. Allí llevó una vida santa muriendo en 1887 a los 85 años. Va camino de los altares. Se ha introducido su causa de beatificación[134] 

Hermann Cohen, judío prusiano, educado en el seno de una familia de banqueros de Hamburgo, músico famoso, discípulo predilecto de Liszt, se convirtió al catolicismo ya adulto, ingresó en los Carmelitas Descalzos, y fundó la Adoración Nocturna[135].

Alfonso de Ratisbona, joven judío empedernido indiferente religioso se convirtió al catolicismo y se hizo sacerdote[136].

La intelectual judía Simone Weil, que murió el 23 de agosto de 1943, se bautizó en la Iglesia Católica antes de morir[137].

Recientemente también se ha convertido al catolicismo el célebre Dr. Bernard Nathanson, que era judío y ateo. Después de ser un gran abortista, se hizo anti-abortista y se convirtió al catolicismo recibiendo el bautismo el 9 de Diciembre de 1996 de manos del Cardenal O’Connor  de Nueva York. Escribió su conversión en el libro La mano de Dios[138] .

Fue muy notable la conversión del también judío André Frossard, comunista e hijo de comunista. Fue hijo del Primer Secretario General del Partido Comunista Francés que entró ateo en una iglesia y salió católico. Así lo cuenta él en su libro: Dios existe, yo me lo encontré, un éxito mundial.

«Karl Herzfeld, físico eminente, abrazó la fe católica a partir del judaísmo, y la vivió hasta su muerte con sinceridad y profundidad»[139].

Los medios de información han hablado de la conversión de Bob Dylan, famoso cantautor norteamericano, de origen judío,  que en el concierto ante el Papa Juan Pablo II, en Bolonia, en Septiembre de 1997, con ocasión de la clausura del Congreso Eucarístico Nacional italiano, tuvo que interrumpir su intervención estallando en lágrimas[140] .

 

32,11. Los evangelistas escriben desde su fe en que Jesús es Hijo de Dios. Así lo afirma Marcos al principio de su Evangelio[141], y San Juan al final del suyo[142].

La expresión «Hijo de Dios» no siempre supone divinidad, según el uso de esta expresión entre los judíos. Pero el Profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, José Caba, S.I., demuestra, en uno de sus libros, cómo en algunos pasajes de los Evangelios se expresa claramente la divinidad de Cristo[143] .

 

Jesucristo se presenta como Dios[144]. Ningún otro fundador de religiones ha tenido tal osadía.

«De ningún profeta o filósofo se puede decir que proclamara su divinidad»[145].

 Buda (siglo VI antes de Cristo),  Zarathustra (Zoroastro) (siglo VI antes de Cristo), Lao-Tse (VI antes de Cristo), Confucio (siglo V antes de Cristo), o Mahoma (570-632)[146] presentaron una religión más o menos moralizante, pero ninguno de ellos pretendió ser Dios[147]. «Buda fue bueno y misericordioso con los hombres, (...) pero jamás se dio por Hijo del Eterno. (...) Fue un filósofo, (...) nada más»[148] .

Es curioso que mientras el Evangelio manda amar al prójimo, el budismo dice que no hay que amar a nadie para no sufrir[149].

 

Jesucristo dijo que Él era Dios.

Si esto no fuera verdad, hubiera sido una locura. Proclamarse Dios en Roma o en Grecia, que eran politeístas, no hubiera sido problema. Un dios más en el Panteón no tenía importancia. Pero proclamarse Dios ante los judíos, que eran monoteístas, era una locura. Al hacerlo ante Caifás le costó la vida por blasfemo.

Repetidas veces se presentaba a sí mismo como Dios: «Yo no soy de este mundo»[150]; «Yo  existía antes que el mundo existiese»[151]; «Quien me ve a Mí, ve al Padre [152]; «El Padre y Yo somos una misma cosa» [153]. Es como decir: «los dos somos de la misma naturaleza. Yo soy Dios como el Padre».

 

En el Credo rezamos: «Sentado a la derecha del Padre», es decir, con el mismo poder del Padre.

 

Los textos en que Jesucristo muestra su inferioridad respecto al Padre, son siempre refiriéndose a su naturaleza humana.

 

Como Cristo tenía dos naturalezas, de Dios y de hombre, los textos del Evangelio unas veces se refieren a Jesucristo como Dios, y otras a Jesucristo como hombre. Que Jesucristo fue verdadero hombre es clarísimo: pasaba hambre y por eso se acercaba a la higuera a ver si tenía higos[154]; pasaba sed y le pedía a la samaritana que le diera agua del pozo[155]; se cansaba y se quedaba dormido en la barca[156], etc. etc.

Jesucristo también tenía naturaleza divina como se deduce de multitud de textos. Repetidas veces se llama Hijo de Dios[157] .

Pero esta filiación divina de Jesucristo es de distinta manera que la del resto de los hombres. Por eso hace esta distinción: «Mi Padre y vuestro Padre»[158] .  Mientras los hombres somos hijos adoptivos[159], Jesucristo es Hijo natural, es decir, de la misma naturaleza del Padre: tiene la misma naturaleza divina.

Los hijos siempre tienen la misma naturaleza que sus padres: el hijo de un pez es pez, el hijo de un pájaro es pájaro, el hijo de un hombre es hombre, el hijo de  Dios es Dios.

Nosotros somos hijos por adopción[160]. Jesucristo lo es por generación. Por eso se llama «Hijo Unigénito»[161].. Dice San Pablo que «Cristo siendo de naturaleza divina  no alardeó de su dignidad, sino que prescindiendo de su categoría de Dios tomó naturaleza de hombre»[162]. Y añade San Pablo que «Jesucristo no consideró usurpación el ser igual a Dios»[163], pues ya lo era por naturaleza. Por eso, al hacerse también semejante a los hombres, «se anonadó a sí mismo»[164], es decir, se rebajó al asumir la naturaleza de hombre siendo Dios como era.

 

Jesucristo se llamaba a sí mismo El Hijo del Hombre. Así aparece ochenta y dos veces en los Evangelios; y siempre en boca de Jesús. Es una alusión al nombre que el profeta Daniel daba al Mesías[165] .

Los discípulos le llamaban «Señor» (Kyrios). Era una referencia a Yahvé, el Dios de Israel, inspirados en el salmo 110 que llamaba así al Mesías[166] .

 

 

32,12. El Apóstol Santo Tomás llamó a Jesús: «Señor mío y Dios mío»[167]. Jesús no le hizo rectificar como si aquello fuera una exageración.

El Concilio II de Constantinopla declara autorizadamente que Cristo ha sido llamado Dios en este pasaje[168].

San Pablo afirma repetidas veces que Cristo es Dios: dice que es «de condición divina»[169]; que «en Él reside toda la plenitud de la divinidad»[170]; le llama «Dios bendito»[171]y «gran Dios»[172]. San Pablo transmite la creencia de la primera comunidad cristiana. De lo contrario los otros Apóstoles hubieran protestado[173]. Por el contrario, todos decían lo mismo.

San Pedro lo llama Dios[174] antes de recibir las llaves del Reino de los Cielos[175] y al principio de su Segunda Carta llama a Jesús, Dios y Salvador.

San  Juan dice que Cristo es «Hijo Único de Dios»[176], «verdadero Dios»[177].

San Pablo afirmaba: «Tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos»[178].

Si los Apóstoles no hubieran creído que Cristo es Dios no hubieran dado la vida por Él, pues nadie da la vida por lo que sabe que es mentira.

 

Los Testigos de Jehová niegan la divinidad de Cristo, y para ello han hecho una traducción de la Biblia que llaman del Nuevo Mundo, donde introducen palabras que no están en el texto original y que cambian el sentido de las frases en que se habla de la divinidad de Cristo.

Esta introducción de palabras que cambian el sentido del texto original es un auténtico fraude.

Esta Biblia de los Testigos de Jehová es una Biblia falsaria (ver nº 6,9).

 

 

32,13. Los judíos entendieron que Jesús se tenía por Dios, por eso querían quitarle la vida, por hacerse «igual a Dios»[179]Te apedreamos por blasfemo, porque siendo hombre te haces Dios»[180]. «Debe morir porque se hace Hijo de Dios»[181]..

El pueblo judío era monoteísta y no concebía otro Dios que Yahvé. Cristo afirmaba claramente su divinidad. Por eso le llamaban blasfemo[182].

 

También a Caifás le sonó a blasfemia la respuesta de Jesús en el Sanedrín afirmando que Él era Hijo de Dios.

Y por blasfemo lo condenaron a muerte[183].

Si Cristo se hubiera llamado Hijo de Dios del mismo modo que Dios era Padre del resto de los hombres, aquello no tendría por qué haber sonado a blasfemia. Pero Cristo se identificaba con el Padre[184], pues tenía su misma naturaleza de Dios.

 

Todos los textos que los Testigos de Jehová citan para quitar a los católicos la fe en Cristo-Dios, se refieren a Cristo-Hombre.

Ignorar los textos en que se afirma la divinidad de Cristo es no conocer la Biblia; o querer engañar, que es peor.

 

Los Testigos de Jehová no tienen derecho a llamarse cristianos, pues no creen que Cristo sea Dios.

Por eso son excluidos del Consejo Mundial de las Iglesias Cristianas[185].

Dice San Juan: «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre»[186].

 

El P. Giuseppe De Rosa, S.I. ha publicado en la revista «Civiltà Cattolica» de los jesuitas de Roma un artículo titulado «Los Testigos de Jehová no son cristianos», pues niegan la Trinidad y la divinidad de Cristo[187]

 

Jesús estaba convencido de ser Hijo de Dios en un sentido especial, único. Jesucristo llama a Dios su Padre de un modo familiar. Utilizaba la palabra abbá que equivale a «papá».

 

El investigador alemán Joaquín Jeremías, «uno de los mayores expertos del siglo XX en el Jesús de la historia» [188] en su opúsculo La oración del Señor y en su libro El mensaje esencial del Nuevo Testamento da mucha importancia al término abbá. Dice que «hasta hoy nadie ha podido aducir un solo caso dentro del judaísmo palestinense en que Dios sea invocado como “mi padre” por un individuo.

»Para la mentalidad judía hubiera sonado a irreverencia. Lo que hacía inimaginable el llamar a Dios con ese término coloquial.

»Es algo nuevo, excepcional, de lo que nunca se había tenido siquiera una sospecha.

»Nos hallamos frente a algo nuevo e inaudito, que rompe los moldes del judaísmo»[189].

Urs von Balthasar dice que la palabra abbá (papaíto, papi) es cariñosa y exclusiva: «es impensable que Jesús hubiera dado este tratamiento primero a otro hombre llamado José»[190] .

 

El cristianismo es la única religión que considera a Dios como Padre.

Los musulmanes dan a Dios cien nombres distintos, pero no está incluido el  de «Padre».

En el Antiguo Testamento también se da a Dios el nombre de «Padre» quince veces, pero no como PADRE del individuo, sino alegóricamente, como PADRE del pueblo de Israel como pueblo escogido[191].

 

Cristo es Hijo de Dios en un sentido real. No figurado: hombre santo, pero no de naturaleza divina.

Por eso escribe San Agustín: «A quienes dicen que Jesucristo es Hijo de Dios en cuanto que es un hombre tan santo que merece ser llamado Hijo de Dios, a estos tales los expulsa de nuestra comunidad la institución católica»[192].

 

Algunos quieren rebajar la divinidad de Cristo.

Para ellos Jesús sería un hombre «divinizado» en el sentido afectivo, no efectivo.

Por eso en lugar de hablar de la divinidad «de» Cristo, prefieren hablar de la presencia de la divinidad «en» Cristo.

Como si Cristo no fuera verdadero Dios, sino tan sólo un hombre en el que Dios resplandeció de modo excepcional. Pero si leemos el Evangelio sin prejuicios como dice Greeley, está claro que Cristo se siente unido al Padre de un modo excepcional y único: «Quien me ve a Mí ve al Padre», pone  San Juan en boca de Jesús[193].

Es más, Jesús se siente con autoridad para cambiar el Antiguo Testamento. Los Profetas de la Antigüedad apoyaban sus palabras en al autoridad de Dios. Decían: «Así habla el Señor».

Jesús habla en nombre propio, y se atreve a corregir la ley mosaica, por considerarse superior a ella. Habla por derecho propio. «Se dijo a los antiguos, pero Yo os digo»[194].

 

Lo mismo, cuando perdonó los pecados al paralítico de Cafarnaún dio a entender su divinidad, atribuyéndose un poder divino, pues sólo Dios puede perdonar pecados en nombre propio[195].

 

Jesús habló con la suficiente claridad para que pudiéramos descubrir su divinidad, pero de un modo velado para no escandalizar a aquel pueblo, esencialmente monoteísta, que no podía aceptar a otro Dios que a Yahvé.

Por eso Jesús descubrió su divinidad paulatinamente[196] . Afirmarla de golpe hubiera provocado escándalo.

Sólo al final de su vida desvela el misterio de su personalidad divina. Jesús respondió a Caifás que le preguntaba por su divinidad: «Tú lo has dicho», que es un modo de hablar, que significa: «Así es como tú dices»[197].

Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios[198].

 

 

32,14. Jesucristo demostró con sus milagros que lo que decía era verdad: porque sólo con el poder de Dios se pueden hacer milagros[199].

El milagro supera las leyes de la Naturaleza, y esto sólo puede hacerse con el poder de Dios[200] .

 

Jesucristo había dicho muchas veces: «Si no creéis en mis palabras, creed en mis obras»[201] ; «Mis obras dan testimonio de  Mí»[202] ; «Si no hubiera hecho entre ellos obras tales, cuales ningún otro ha hecho, no tendrían culpa»[203] .

Jesucristo aludía a los milagros que hacía para que creyésemos en Él[204]

 

Jesucristo hacía los milagros en nombre propio. Le dice al viento: Yo te lo digo, párate; y el viento se para. Y al mar: Yo te lo digo, cálmate;  y el mar se calma. Y al paralítico: Yo te lo digo, levántate; y el paralítico se levanta[205] .

Jesucristo hacía siempre los milagros en nombre propio: Yo te lo digo.

En cambio San Pedro los hacía en nombre de Jesucristo[206] .

 

 

32,15. El milagro es una obra, un hecho visible y perceptible por los sentidos, que  supera las fuerzas de la Naturaleza[207] ; y que se hace por Dios, bien directa-mente, bien por medio de los ángeles o de los hombres.

Dios hace milagros siempre con un fin bueno: como un signo de salvación[208] .

«San Juan al referirnos los milagros de Jesús los llama “signos”»[209] .

El milagro es el sello de Dios.

Todo lo que lleva el sello del milagro es verdad, porque Dios no puede respaldar con su autoridad una mentira.

La fuerza del milagro está en que Dios es el único que puede cambiar las leyes de la Naturaleza, (pues las ha puesto Él y pudo haber puesto otras) y en que Él es la Suma Verdad.

Por lo tanto el milagro realizado para confirmar una afirmación de labios humanos, es una aprobación de Dios a la afirmación del hombre; y Dios no puede aprobar el error ni la mentira.

 

Aunque el autor del verdadero milagro siempre es Dios, Dios puede conceder ese poder a los hombres[210].

 

Los milagros ayudan la fe, pero no la fuerzan, pues el acto de fe debe ser libre. Si no, no sería meritorio.

La fe trasciende las razones, pero es razonable. Si la fe no fuera razonable los creyentes seríamos estúpidos (ver nº 3,8).

 

No son milagros los hechos extraordinarios que provienen de ciertas habilidades de los hombres o de intervenciones del demonio.

No es lo mismo milagro que prodigio.

Un prodigio puede ser obra de un prestidigitador o un fenómeno parapsicológico.

Un prestidigitador que se saca palomas de la manga, o un radiestesista encontrando manantiales de agua no tienen nada de milagroso.

Se trata de trucos, habilidades, cualidades excepcionales.

Pero nada de esto supera las leyes de la Naturaleza.

 

El milagro es un rompimiento de las leyes de la Naturaleza: si tiro un ladrillo por la ventana, cae, no sube; si pongo agua al fuego, se evapora, no se hace hielo.

El milagro se realiza en un contexto religioso[211] .

 

Dios puede cambiar las leyes de la Naturaleza, que son obra suya[212] . Pero Dios no puede hacer un círculo cuadrado, pues esto es absurdo, y Dios no hace absurdos[213] .

 

Hay fenómenos que todavía no conocemos bien, como la radiestesia, la telepatía, la telergia, la telequinesia, la precognición, etc.

«Aunque hay un constante rechazo por la práctica totalidad del mundo científico de todas las afirmaciones de la Parapsicología acerca de la capacidad de influir en la materia por medios subjetivos; tanto en la predicción de resultados aleatorios como en la telequinesia»[214] .

 

Pero el milagro es algo que sabemos supera las fuerzas de la Naturaleza: como resucitar a un muerto de cuatro días que ya está en estado de putrefacción.

 

Quizás no sepamos hasta dónde puedan llegar, en algunos casos, las leyes de la Naturaleza[215] .

Pero hay cosas que ciertamente comprendemos que la Naturaleza no puede hacer[216] : un hombre tan alto que toque la Luna con su mano, obtener oro uniendo hidrógeno y oxígeno, o sacar rosas sembrando un grano de trigo.

 

Hay cosas que superan evidentemente las posibilidades de los hombres, como dijo Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura: «Tú puedes apagar de un soplo una vela; pero es imposible apagar el Sol a fuerza de soplidos»[217] .

Un cerdo, por mucho que se le entrene, nunca podrá competir con un caballo de carreras; a lo más llegará a ser un cerdo veloz.

 

«Hoy la ciencia médica obtiene curaciones estupendas, pero valiéndose de medios adecuados, con frecuencia complicados y largos.

»En esto no hay prodigio, sino técnica y uso inteligente de medios proporcionados al fin.

»Pero si un hombre cura a un ciego, o aun leproso, con una simple palabra entonces la ciencia y la razón quedan eliminadas, y es preciso buscar la causa del hecho fuera de las leyes y los medios naturales»[218] .

 

 

32,16. Algunas personas se resisten a creer en los milagros de Jesucristo. Niegan el milagro porque dicen que eso es imposible. Pero esta negación no tiene valor ninguno.

Si se prueba que son hechos reales, hay que darles alguna explicación.

Las curaciones de las enfermedades quieren atribuirlas a procedimientos ocultos y desconocidos; y cuando esto les resulta demasiado absurdo, entonces se limitan a negar tranquilamente el hecho. Este procedimiento es muy cómodo, pero resulta poco científico.

 

Hay tres clases de imposibilidad:

a) La imposibilidad metafísica o absoluta como es el absurdo: ser y no ser al mismo tiempo.

Por ejemplo, un círculo cuadrado.

Esto es absurdo porque no puede ser al mismo tiempo círculo y cuadrado. Sería una contradicción, un absurdo.

Esto no la hace ni Dios, porque Dios no hace absurdos.

 

b) La imposibilidad física o natural: la que va contra las leyes de la naturaleza.

Esto es imposible para el hombre, pero no para Dios que es el autor de la leyes de la naturaleza, y por lo tanto puede cambiarlas.

Quizás no sepamos hasta dónde pueden llegar las leyes de la naturaleza. Para una persona del siglo XVI hubiera sido impensable la radio y la televisión.

Pero sí podemos saber hasta dónde no pueden llegar las leyes de la naturaleza: un hombre tan alto que con los pies en el suelo toque la Luna con su mano; o resucitar, de una voz, un muerto en estado de putrefacción.

 

c) Finalmente está la imposibilidad moral u ordinaria: lo que no va contra ninguna ley de la naturaleza, pero que no suele suceder.

Va contra el sentido común.

Por ejemplo, que tirando al suelo un millón de letras de un cubo, salga un libro.

 

La fuerza de los milagros de Jesucristo es que superan la imposibilidad física, y esto sólo se puede hacer con el poder de Dios.

 

«La teología de la secularización ha querido eliminar el aspecto apologético del milagro.

Bultmann denomina”mito” a toda intervención de Dios en el mundo»[219]

 

Sin embargo, la fuerza de Jesucristo está en que confirmó  su  doctrina  con  milagros  que nos consta se realizaron por la historicidad de los Evangelios, y que por exceder a todo poder humano son una confirmación divina.

 

«Una vez admitida la actividad taumatúrgica como un dato indudable de la vida de Cristo, no hay fundamento para hacer una selección entre los milagros de los Evangelios, admitiendo unos como históricos y rechazando otros como legendarios...

»De la historicidad de los milagros, no puede dudarse»[220] .

 

La mejor fuente histórica es lo que dijeron del hecho los contemporáneos que lo vieron o lo oyeron de quienes fueron testigos.

Pues bien, los milagros de Jesucristo nos los refieren quienes los vieron con sus propios ojos y murieron por defender la verdad de lo que decían.

Dice San Juan: «Lo que mis ojos vieron y oyeron mis oídos, de esto doy testimonio»[221] .

Hasta los mismos enemigos de Jesús no podían negar los hechos milagrosos que Jesús hacía, y por eso los atribuían a Satanás[222] .

Incluso deciden matarlo porque: «Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos, todos creerán en él»[223] .

 

Y el mismo San Pedro en su discurso de Jerusalén, el día de Pentecostés, dijo: «Israelitas, escuchadme: Dios acreditó entre vosotros a Jesús el  Nazareno  con los milagros que hizo»[224] .

 

«En los Evangelios se describen detalladamente más de cuarenta milagros operados personalmente por Jesús»[225] .

 

Dice Ricciotti que la historicidad de los Evangelios, los milagros de Cristo  y su divinidad son los tres eslabones de nuestra fe en Cristo[226].

«San Juan designa a los milagros de Jesús con el término de “signo”»[227].

 

 

32,17. La Carta a los Hebreos  define la fe como «la garantía de lo que esperamos y la seguridad de lo que no se ve»[228] .

«Fe es la aceptación de la palabra de una persona fidedigna. Creer lo que no se ve porque nos lo asegura otro que lo ve o que lo sabe»[229] .

La fe personal en Jesucristo es la aceptación de su propio testimonio hasta la adhesión y la entrega total a su divina Persona[230] .

No es la mera aceptación de que Él existe y vive entre nosotros tan realmente como cuando vivió en Palestina; ni tampoco una adhesión de sólo el entendimiento a las verdades que el Evangelio nos propone, según la autorizada interpretación del Magisterio de la Iglesia.

Es algo mucho más existencial y totalizante.

Dice el Concilio VATICANO I: «La Iglesia Católica enseña infaliblemente que la fe es esencialmente un asentimiento sobrenatural del entendimiento a las verdades reveladas por Dios»[231].

 

Pero la fe no sólo es aceptar una verdad con el entendimiento, sino también con el corazón.

Es el compromiso de nuestra propia persona con la persona de Cristo en una relación de intimidad que lleva consigo exigencias a las que jamás ideología alguna será capaz de llevar. Para que se dé fe auténtica y madura hay que pasar del frío concepto al calor de la amistad y del decidido compromiso. Por eso una fe así en Jesucristo es la que da fuerza y eficacia a una vida cristiana plenamente renovada, como la que quiere promover  el  Concilio  Vaticano II.

Aceptar a Cristo no es como aceptar que 2x3=6, lo cual no compromete nuestra vida. Aceptar a Cristo es comprometerse a vivir como Él quiere. Lo cual supone esfuerzo, pero es lo más grande que se puede hacer en la vida.

Lo esencial de la fe es aceptar una verdad por la autoridad de Dios que la ha revelado. El que para creer que Jesucristo está en la eucaristía exige una demostración científica, no tiene fe en la eucaristía.

 

Lo único que sí es razonable es buscar las garantías que nos lleven a aceptar que realmente esa verdad ha sido revelada por Dios. Ésos son los motivos de credibilidad[232] . Entre éstos está la definición infalible de la Iglesia que me confirma que una verdad determinada está realmente revelada por Dios[233] .

«Cuando la Iglesia, ya sea por definición dogmática, ya sea por su Magisterio ordinario y universal, propone a los fieles alguna verdad para ser creída como revelada por Dios, no puede fallar en virtud de la asistencia especial del Espíritu Santo que no puede permitir que la Iglesia entera yerre en alguna doctrina relativa a la fe o las costumbres»[234] .

«Creer no consiste tan sólo en asentir a un texto muerto; consiste en someterse a un ser vivo»[235] .

«La fe no es sólo la aceptación de unas fórmulas sino también la adhesión personal a Cristo»[236] . La fe, más que creer en algo que no vemos es creer en alguien que nos ha hablado[237] .

Más que «un acto intelectual es una actitud, un comportamiento vital que implica toda la persona. La fe es, ante todo, adhesión a la persona que revela, seguridad en la fidelidad y lealtad de Dios que nos habla»[238] .

La fe no es sólo aceptar unos conceptos sino, sobre todo, vivir fielmente según unos principios. No es sólo: «acepto...», sino : «me fío de ti...».

 

Fe quiere decir «tener algo por real y verdadero en virtud del testimonio de otro», porque nos fiamos de su ciencia y veracidad.

La fe sobrenatural me da la suprema de las certezas, pues no me fío de la aptitud natural del entendimiento humano para conocer la verdad, ni de la veracidad de un hombre, sino de la ciencia y veracidad de Dios.

Porque creo en Cristo, me fío de su palabra. Acepto a Cristo como norma suprema, y todo lo valoro como lo valora Él.

 

Los hechos son la expresión del nivel de fe de una persona.

No hay posible aceptación del programa de Jesús si no es mediante el lenguaje de los hechos. Seguir a Jesús quiere decir escuchar sus palabras, asimilar sus actitudes, comportarse como Él, identificarse plenamente con Él.

 

«No se trata, claro está, de un seguimiento en el sentido material; hay que andar tras Él con pasos espirituales: con el corazón, con el alma, con la entrega personal». “Seguir”, en este caso, equivale a creer, aceptar sus palabras, convertirse, obedecer sus consignas, hacerse discípulo suyo»[239] 

 

«Los que siguen a Jesús de verdad quieren parecerse a Él, se esfuerzan en pensar como Él, haciendo las cosas que le gustan a Él. Desean obrar bien, ayudar a los demás, perdonar, ser generosos y amar a todos»[240] .

 

Tener fe lleva consigo un estilo de vida, un modo de ser.

«La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela»[241] .

«La fe es esencialmente la respuesta de la persona humana al Dios personal, y por lo tanto el encuentro de dos personas. El hombre queda en ella totalmente comprometido. La fe es cierta, no porque implica la evidencia de una cosa vista, sino porque es la adhesión a una persona que ve. La transmisión de la fe se verifica por el testimonio (...) Un cristiano da testimonio en la medida en que se entrega totalmente a Dios y a su obra (... ) Normalmente, la verdad cristiana se hace reconocer a través de la persona cristiana»[242] .

 

El que no tiene fe no entiende al que la tiene, y sabe estimar los valores eternos. Es como hablarle a un ciego de colores.

 

«Toda verdad, cuando llega a encarnarse profundamente en nuestro psiquismo, se convierte en una fuerza y en un principio operante.

»Cuando, dejando de ser una verdad abstracta, llega a ser algo personal, ensamblada en la afectividad como un ideal y un amor, entonces esa idea comienza a mandar en nuestra vida y a dirigirla»[243].

 

 

32,18. Hoy está de moda insistir en que la fe es algo inseguro.

Esto tiene algo de verdad, pues la fe no se nos presenta con una seguridad metafísica, como un axioma filosófico.

Pero la fe es muy razonable, como hemos visto en páginas precedentes (nº 3,8). 

Y esto nos da seguridad a los creyentes.

Esta seguridad no hay que menospreciarla.

Los psicólogos afirman que la seguridad es uno de los elementos indispensables para el ser humano, de tal manera que su falta es fuente de neurosis.

 

El deseo de seguridad es inherente a la naturaleza humana: nadie pone su dinero en un Banco donde tiene peligro de perderlo, nadie come alimentos podridos que puedan intoxicarle, un alpinista que escala una pared no se agarra a un clavo mientras éste no esté bien afirmado.

El deseo de seguridad es innato a la naturaleza humana, como lo es el deseo de felicidad o el deseo de ser querido y de ser aceptado.

 

Dice Juan Pablo II en su encíclica Fe y Razón:  «El hombre no puede fundar su vida sobre la duda»[244].

«Necesitamos afirmaciones, no dudas. (...)

»La duda no es para instalarse en ella, sino para superarla.

»Hoy está de moda provocar dudas (...) con audacias hereticoides. (...)

»Si se hiciere adrede sería un pecado monstruoso. (...)

»Hay que ser fieles a la verdad»[245] .

 

La fe es iluminadora, optimista y esperanzadora; porque es razonable.

Algunos hablan de una fe oscura, vaga, difusa, nebulosa. 

 

«La Iglesia y la experiencia nos hacen sonreír ante este razonamiento ramplón, fruto del complejo de inferioridad que tienen hoy algunos creyentes, aun de los que escriben y enseñan.

»El seguimiento de Cristo exige un esfuerzo por ir asumiendo las actitudes fundamentales que dieron sentido a toda su vida: creer lo que Él creyó, dar importancia a lo que Él se la dio, defender lo que Él defendió, vivir y morir por lo que Él vivió y murió»[246] .

 

 El hombre sin valores es un hombre inmaduro, cambiante, se mueve según el viento que corre, carece de responsabilidad[247] .

Hoy está de moda la tolerancia.

Pero como dice Vittorio Messori: «quien se casa con una moda, pronto se quedará viudo»[248].

 

Y la tolerancia no siempre es virtud.

Puede deberse a cobardía o falta de principios.

Todo le da igual, porque no cree en nada. Por eso es indiferente a todo.

Muchos tolerantes, lo son, porque no tienen convicciones ni valores.

 

«Para convivir hay que saber tolerar. Pero también hay que saber lo que se puede tolerar.

»Tolerarlo todo es una estupidez.

»Pero no tolerar nada es soberbia. (...) 

»Lo sustancial es inmutable, y por lo tanto intocable.

»Pero no todo es esencial.

»Y por supuesto, que no es lo mismo ser tolerantes con las personas que transigir con los errores.

» Con el error no se puede transigir»[249] .

 

El régimen de tolerancia que vivimosleva al «todo vale». Si un entrevistado opina una cosa, se pone al lado al que dice lo contrario. Se confunde la tolerancia con las personas y la tolerancia con el error. Y el error no puede ser tolerado. Como dice San Pedro: «debemos dar razón de nuestra esperanza»[250] . Aun sabiendo que muchos la rechazarán. Pero como dijo santa Bernardita  en Lourdes a sus inquisidores que no creían en ella: «La Señora no me ha dicho que os convenza, sólo que os lo diga».

 

Cristo le dijo a Pilatos que vino a dar testimonio de la verdad[251] .

Pero hoy, al que cree en la verdad se le llama, despectivamente, «integrista». Lo que está de moda es la duda y el «todo vale».

«Muchos cristianos piensan que el respeto a los demás consiste, no en buscar una “fraternidad en la fe” sino una “comunidad en la duda”»[252].

Hoy muchos se creer inteligentes porque dudan de todo; y se creen sabios porque no tienen ninguna certeza. La verdad une. La opinión separa.

Hoy se habla mucho de dialogar con el mundo. Pero estos diálogos deben ser para llevar el mundo a Dios; porque si son para mundanizar a la Iglesia, esto sería traicionar la misión que tiene la Iglesia de evangelizar el mundo.

 

N.B.: Puede ser interesante mi vídeo: El hombre «descafeinado»: vacío de valores. Todos los sistemas[253].


[1] ALEJANDRO DÍEZ MACHO: La resurrección de Jesucristo y la del hombre en a Biblia, pg. 26. Ed. Fe Católica. Madrid, 1977

[2] Primera Carta de SAN JUAN, 1:1-4

[3] Evangelio de SAN LUCAS, 1:2-4

[4] PARENTE: De Dios al hombre, VIII, 2. Ed. Atenas. Madrid.

[5] RONALD A. KNOX: Conferencias religiosas de Oxford, V.  Ed. Apostolado de la Prensa. Madrid.

[6]  JUAN LEAL, S. I.: Valor histórico de los Evangelios, VIII, 5.  Ed. Escelicer. Cádiz.

[7] JOSÉ M. CIURANA: La verdad del cristianismo, III, A, a’, c’’, 2º. Ed. Bosch. Barcelona.

[8] JUAN MANUEL IGARTUA, S.I.: Los Evangelios ante la Historia, II, 3, a. Ed. Acervo. Barcelona.

[9] JOSÉ Mª. CIURANA: En busca de las verdades fundamentales, III, A, b. Ed Bosch. Barcelona.

[10] JOHANNES BEUMER: Camino de la Fe, III, 2.  Ed. FAX. Madrid

[11] JOSÉ ANTONIO DE SOBRINO, S.I.: Así fue Jesús, IV, 2. Ed. BAC. Madrid, 1984

[12] James Akin, del sitio en INTERNET: The Nazareth Apologetics, Bible and Theology Page

[13] Concilio Vaticano II: Dei Verbum: Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, nº11

[14] SAN PABLO: Segunda Carta a Timoteo, 3:16

[15] JUAN LEAL, S.I.: Valor histórico de los Evangelios, VIII, 3.  Ed.Escelicer. Cádiz.

[16] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Cristología fundamental, Introducción, V, c. Ed. C.E.T.E. Madrid.

[17] JOSÉ CABA, S.I.: De los Evangelios al Jesús histórico, 2ª, IX. Ed. BAC. Madrid, 1971

[18] JOSÉ CABA, S.I.: De los Evangelios al Jesús histórico, II, 4, c, 3, c. Ed. BAC. Madrid, 1971

[19] EUSTAQUIO GUERRERO,S.I.: Jesucristo, la mejor prueba de la fe católica, VIII, 2, C, c. Ed. FAX.

[20] CARDENAL BEA: La historicidad de los Evangelios, 2º, II. Ed. FAX. Madrid.

[21] PIERRE GUIBERT, S. I.: Así se escribió la Biblia, 2ª, I, 3.  Ed. Mensajero. Bilbao. 1997.

[22]  J. HUBY, S.I. El Evangelio y los Evangelios, II, 2.  Ed. PAX. San Sebastián.

[23] VITTORIO MESSORI: Padeció bajo Poncio Pilato, IV.  Ed. Rialp. Madrid. 1994.

[24] PIERRE GRELOT: Introducción a los libros sagrados, 3ª, XV, 4, f  1.  Ed. Stella. Buenos Aires.

[25] J. HUBY, S.I. El Evangelio y los Evangelios, III, 2.  Ed. PAX. San Sebastián.

[26]  PIERRE GRELOT: Introducción a los libros sagrados, 3ª, XV, 4, c, 3.  Ed. Stella. Buenos Aires.

[27] PIERRE GRELOT: Introducción a los libros sagrados, 3ª, XV, 4, d.  Ed. Stella. Buenos Aires.

[28] J. HUBY, S.I. El Evangelio y los Evangelios, IV, 2.  Ed. PAX. San Sebastián.

[29] JOHANNES BEUMER: Camino de la Fe, III,2.  Ed. FAX. Madrid.

[30] PIERRE GRELOT: Introducción a los libros sagrados, 3ª, XV, 4, a.   Ed. Stella. Buenos Aires.

[31] PEPE RODRÍGUEZ: Mentiras de la Iglesia católica, III, 11.  Ed. ZETA. Barcelona.

[32] Evangelio de SAN JUAN, 3:11;19:35; 21:24; Primera Carta, 1:1s

[33] Evangelio de SAN JUAN, 21:7 y 20

[34] Evangelio de SAN JUAN, 13:25

[35] Evangelio de SAN JUAN, 19:26

[36] Evangelio de SAN JUAN, 20:2-8

[37] PEPE RODRÍGUEZ:Mentiras de la Iglesia católica, I, 2, c.  Ed. ZETA. Barcelona.

[38] Evangelio de SAN MATEO, 26:20; de SAN MARCOS, 14: 17

[39] JUAN LEAL, S.I.: Valor histórico de los Evangelios, VI, 4.  Ed.Escelicer. Cádiz.

[40] Evangelio de SAN JUAN, 21:24

[41] ALFREDO WIKENHAUSER: Introducción al Nuevo Testamento, 3ª, I, 28, 3.  Ed. Herder.Barna.

[42] J. HUBY, S.I. El Evangelio y los Evangelios, V, I.  Ed. PAX. San Sebastián.

[43] SAN IRENEO: Adversus haereses, 3ª, I, 3

[44] J. HUBY, S.I.: El Evangelio y los Evangelios, Epílogo.  Ed. PAX. San Sebastián.

[45]  JUAN LEAL, S.I.: Valor histórico de los Evangelios, IV, 1.  Ed.Escelicer. Cádiz.

[46] JOHN P. MEIER: Un judío marginal, II.  Ed. Verbo Divino. Estella (Navarra). 1998.

[47] Conferencia Episcopal Española: Catecismo escolar, 7º EGB, I. Madrid, 1984,

[48] JUSTO COLLANTES,S.I.: La Iglesia de la Palabra, 1º, 3ª, Esc.IX, 3. Ed. BAC. Madrid.

[49] GUARINI: El Señor, 1º, XI. Ed. Rialp. Madrid.

[50] JORGE AUZOU: La tradición bíblica, XII, 1. Ed. FAX. Madrid.

[51] JUAN LEPPICH, S.I.: Breviario de un ateo, X,5.  Ed. Studium. Madrid. 1970.

[52] JUAN LEAL, S.I.: Sinopsis de los cuatro Evangelios, 1ª, I, 2. Ed. BAC. Madrid

[53] SALVADOR MUÑOZ IGLESIAS: Los géneros literarios de la Biblia, 1º,XI.Casa de la Biblia. Madrid

[54] JUAN MANUEL IGARTUA, S. I.: Los Evangelios ante la Historia, II, 1, a. Ed. Acervo. Barcelona.

[55]BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE: Volver a lo esencial,XVI. Ed,TAU.Ávila.1985.

[56] PIERRE GUIBERT, S. I.: Así se escribió la Biblia, 2ª, III, 4.  Ed.Mensajero. Bilbao. 1997.

[57] Evangelio de SAN LUCAS, 1:4

[58] Evangelio de SAN LUCAS, 1:1-4

[59] Evangelio de SAN LUCAS, 1:3

[60] Evangelio de SAN JUAN, 3:11; Primera Carta, 1:1

[61] Evangelio de SAN JUAN, 19:35

[62] SEVERIANO DEL PÁRAMO,S.I.:La verdad histórica de los Evangelios, I. Ed.Comillas.Santander.

[63] ROBERT FEUILLET:Introducción a la Biblia: Nuevo Testamento vol. II, pg.309s. Ed. Herder. Bar.

[64] Biblia de Jerusalén. Introducción a los Evangelios sinópticos, I. Ed. Desclée. Bilbao.

[65] FRANCISCO VIZMANOS,S.I.: Teología fundamental para seglares, nº. 229. Ed. B.A.C. Madrid.

[66] CARLOS AMIGO: Cien repuestas para tener fe, II,13.  Ed. Planeta+Testimonio. Barcelona.1999.

[67] JOSÉ MANUEL HERNÁNDEZ:¡Jesucristo existió!.Publicaciones ACU.Ed.Sal Terrae.Santander.

[68] JESÚS MARTÍNEZ GARCÍA: Hablemos de la Fe,I,5. Ed. Rialp. Madrid. 1992.

[69]JESÚS Mª GRANERO,S.I.: Credo-Jesucristo, I.  Ed. Escelicer. Cádiz. 1943.

[70] JOHANNES BEUMER: Camino de la Fe, III,3.  Ed. FAX. Madrid.

[71] JUAN MANUEL IGARTUA, S.I.: Los Evangelios ante la Historia. Apéndice, 2.Ed.Acervo, Madrid.

[72]JOSÉ ANTONIO LABURU, S.I.: Incredulidad o fe, 1º, II. Ed. EAPSA. Madrid.

[73] BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE: Dios y el hombre, III.  Ed.Fundación Universitaria Española.

[74]  JUAN CEDRÉS: Oracción, pg.114.  Ed. Antillas. Barranquilla Colombia.

[75]Pedidos al autor: Apartado 2546. 11080-Cádiz. Tel.: (956) 222 838. FAX: (956) 229 450

[76] JUAN LEAL, S.I.: Valor histórico de los Evangelios, I,5.  Ed. Escelicer. Cádiz.

[77] JUAN LEAL, S.I.: El valor histórico de los Evangelios, I, 5. Ed. Escelicer. Cádiz

[78] VITTORIO MESSORI: Hipótesis sobre Jesús, VI, 11. Ed. Mensajero. Bilbao, 1978

[79]  CHESTERTON: El hombre eterno, 2ª, II.  Ed. LEA. Buenos Aires. 1987.

[80] MENÉNDEZ PIDAL: Historia de España, Tomo I, vol. 3, pg.267

[81] LUIS CONDE, S.I.:Los manuscritos del Nuevo Testamento. Rev.Proyección,27 y 28. Gr.

[82] TEODORO MOMMSEN: Historia de Roma, 1º, XIII. Ed. Aguilar. Madrid

[83] JUAN IRIGOIN: Revista Scriptorium, XIII, 2, (1959) 177-209

[84] LEON-DUFOUR, S.I.: Los Evangelios y la historia de Jesús, IV, 1. Ed. Estela. Barcelona

[85] B. MANZANO, S.I.: La vida de Jesucristo, nº 427. Zaragoza

[86] FRANCISCO VIZMANOS, S.I.: Teología fundamental para seglares, nº432. Ed. BAC. Madrid

[87] VICENTE ZAFORAS: Un testigo más. Revista Proyección nº12. Granada

[88] FRANCISCO LAMBASI: El Jesús histórico, V, 1. Ed. Sal Terrae. Santander, 1985

[89] S. BARTINA, S.I.: Catálogo de los Papiros Neotestamentarios. Revista CULTURA BÍBLICA, 17(1960)214-22

[90] FLORENTINO GARCÍA MARTÍNEZ:  QUMRÁN, 1ª, I, 1.  Ed. Trotta. Madrid. 1993.

[91] JOSÉ O´CALLAGHAN, S.I.: Los papiros griegos de la cueva siete del Qumrán. Ed. BAC. Madrid

[92] B. MANZANO, S.I.: Por los caminos de Jesús, IV, 68. Ed. Verbo Divino. Estella, 1984

[93] Diario YA, 16-III-72

[94] Diario YA, 21-XI-91, pg. 28

[95] ABC de Madrid, 13-X-96, pg.71

[96] Revista BÍBLICA, vol. 65(1984)538-559

[97] Revista 30 DÍAS 45(1991)14

[98] Revista 30 DÍAS: 61(1992)76 y Civiltá Cattolica:  II (1992) 464-473

[99] ABC de Madrid, 1-VI-95, pg. 64

[100] VITTORIO MESSORI: Padeció bajo Poncio Pilatos, XXXVII.  Ed. Rialp. Madrid. 1994.

[101] B. MANZANO, S.I.: Vida de Jesucristo, nº5. Zaragoza

[102] Revista BIBLICA: 53 (1972)

[103]JUAN MANUEL IGARTUA, S.I.: Los Evangelios ante la Historia, I, 5. Ed. Acervo. Barcelona, 1981

[104]  VITTORIO MESSORI: Padeció bajo Poncio Pilatos, XXXVII.  Ed. Rialp. Madrid. 1994.

[105] IL SABATO, 20-II-1993

[106] NOTICIAS ECCLESIALES del 24-VII-2001 en INTERNET: noticias@ecclesiales.org

[107] J. BEUMER, S.I.: El camino de la fe, III, 2. Ed. FAX. Madrid

[108] Revista TIME, mayo 1972

[109] BRAULIO MANZANO, S.I.: Revista TIERRA SANTA 728 (IX,X-1997) 262

[110] Revista EL SEMANAL, 385 ( 12-III-95 ) 50-54

[111] Revista 30 DÍAS, 88 (1995) 61ss

[112] EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA: Diario ABC de Madrid, 18-IX-96, pg.3

[113] JUAN CEDRÉS: Oracción, XIV.  Ed. Antillas. Barranquilla Colombia.

[114] JUAN LEAL, S.I.: Valor histórico de los Evangelios, IX,6.  Ed. Escelicer. Cádiz.

[115] Revista 30 DÍAS,77 (1994)60

[116] JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO: Vida y misterio de Jesús de Nazaret, 2º, VI, 2. Ed. Sígueme.

[117] BIRNGRUBER: Teología dogmática para seglares, 6, B. Ed. Litúrgica Española. Barcelona

[118] Cristo en Casa. Curso fundamental, I, 9. Ed. Fe Católica. Madrid

[119] JOSEPH HUBY, S.I.: El Evangelio y los Evangelios, IV,2.  Ed. PAX. San Sebastián

[120]  JUAN LEAL, S.I.: Valor histórico de los Evangelios, IX,6.  Ed. Escelicer. Cádiz.

[121] Evangelio de SAN MATEO, 11:28

[122] DOSTOIESKI: Epistolario, I, pg. 168.

[123] Biblioteca Nacional, Incunable nº 970

[124] Cristo en Casa. Curso fundamental, II. Ed. Fe Católica. Madrid

[125] PIERRE GRELOT:Introducción A LOS LIBROS SAGRADOS, 3ª,XIII,1,a.Ed.Stella.Buenos Aires.

[126] Pedidos al autor: Apartado 2546. 11080-Cádiz. Tel.: (956) 222 838. FAX: (956) 229 450

[127] Carta a los Hebreos, 4:15

[128] SAN PABLO: Segunda Carta a los Corintios, 5:21

[129] Hechos de los Apóstoles, 10:38

[130] ZENIT: Boletín informativo del Vaticano en INTERNET: ZS98111002

[131] Revista 30 DÍAS, 42(1991)pg.62.

[132] ANDRE LEONARD: Razones para creer, IX, 18. Ed. Herder. Barcelona. 1990.

[133] ABC de Madrid del 23-V-97. Pg. 75

[134] DIARIO DE CÁDIZ, 11-XI-2001, pg. 30.

[135] Revista ROCA VIVA, 280(VII-91)323

[136] EDUARDO FERNÁNDEZ FÍGARES, S.I.: AÑO MARIANO.

[137] ANTONIO GONZÁLEZ FRAILE: Revista  Alfa y Omega. 336 (9-I-2003) 10.

[138] Revista ECCLESIA, nº 2828 (15-II-97) Pg. 19

[139] MANUEL CARREIRA, S.I.: El creyente ante la Ciencia, I.  Ed. BAC. Madrid. 1982.

[140] Boletín informativo del Vaticano en INTERNET del 29-IX-97 (ZE970929)

[141] Evangelio de SAN MARCOS, 1:1.

[142] Evangelio de SAN JUAN, 20:31.

[143] JOSÉ CABA, S.I.: El Jesús de los Evangelios , IV, VII, X. Ed. BAC. Madrid, 1977.

[144] Evangelio de SAN JUAN, 5:18; 10:32s.

[145]  CHESTERTON: El hombre eterno, 2ª, III.  Ed. LEA. Buenos Aires. 1987.

[146]JUAN Mª LUMBRERAS, S.I.: En el país de Jesús, V.  Ed Mensajero. Bilbao.2000. Excelente libro, erudito, documentado y fervoroso.

[147] JOSÉ Mª CIURANA: La verdad del cristianismo, III, B. Ed. Bosch. Barcelona, 1980.

[148] PINARD DE LA BOULLAYE,S.I.: La persona de Jesús, VI, 1.  Ed. Razón y Fe.  Madrid.

[149] VITTORIO MESSORI: Algunas razones para creer, XI. Ed Planeta+Testimonio. Barcelona. 2000.

[150] Evangelio de SAN JUAN, 8:23.

[151] Evangelio de SAN JUAN, 17:5; 8:58.

[152] Evangelio de SAN JUAN, 12:45; 14:9.

[153] Evangelio de SAN JUAN, 10:30; 5:18.

[154] Evangelio de SAN MARCOS, 11:12s.

[155] Evangelio de SAN JUAN, 4:6ss.

[156] Evangelio de SAN MATEO, 8:24.

[157] Evangelio de SAN LUCAS, 1:35; Evangelio de SAN JUAN, 1:34; 20:31, Primera Carta de SAN JUAN, 4:15, etc.

[158] Evangelio de SAN JUAN, 20:17.

[159] SAN PABLO: Carta a los Gálatas, 4:5.

[160] SAN PABLO: Carta a los Romanos, 8:14s; 9:4.

[161] Evangelio de SAN JUAN, 1:14,18; 3:16.

[162] Biblia de Jerusalén, Filipenses, 2:6ss.

[163] SAN PABLO: Carta a los Filipenses, 2:6.

[164] SAN PABLO: Carta a los Filipenses, 2:7.

[165] BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE: Dios y el hombre, III.  Ed.Fundación Universitaria Española.

[166] MIGUEL PEINADO: Exposición de la fe cristiana, 3ª, VII, 97.  Ed. Bac. Madrid 

[167] Evangelio de SAN JUAN, 20:28.

[168] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº224. Ed. Herder. Barcelona. JUSTO COLLANTES, S.I: La fe de la Iglesia católica, nº307. Ed. BAC. Madrid, 1983.

[169] SAN PABLO: Carta a los Filipenses, 2:6.

[170] SAN PABLO: Carta a los Colosenses, 2:9.

[171] SAN PABLO: Carta a los Romanos, 9:5.

[172] SAN PABLO: Carta a Tito, 2:13.

[173] JUAN LÓPEZ PEDRAZ,S.I.:Cuando se está perdiendo la fe,1º,IV,c,2,3.Ed.Sal Terrae.Santand.

[174] JUAN MANUEL IGARTUA, S.I.: El Mesías, 3º, II, 2. Ed. Mensajero. Bilbao, 1988.

[175] Evangelio de SAN MATEO, 16:16.

[176] Primera Carta de SAN JUAN, 4:9.

[177] Primera Carta de SAN JUAN, 5:20.

[178] SAN PABLO: Primera Carta a los Corintios, 15:11.

[179] Evangelio de SAN JUAN, 5:18; 19:7.

[180] Evangelio de SAN JUAN, 10:33.

[181] Evangelio de SAN JUAN, 19:7.

[182] Evangelio de SAN JUAN, 10:33.

[183] Evangelio de SAN MATEO, 26:63-66. Evangelio de SAN MARCOS, 14:61-64.

[184] Evangelio de SAN JUAN, 14:9.

[185] Conseil Oecumenique des Eglises. Rapport de la Troisieme Assamblèe, pg.391. Neuchâtel.

[186] Primera Carta de SAN JUAN, 2:22.

[187] ZENIT, Boletín informativo del Vaticano en INTERNET: ZS99073007

[188] JOHN P. MEIER: Un judío marginal, I,2.  Ed. Verbo Divino.Estella (Navarra). 1998.

[189] GREELEY: El mito de Jesús, V. Ed. Cristiandad. Madrid, 1973.

[190] HANS URS von BALTHASAR: Puntos Centrales de la Fe, 2ª, XII, 2.  Ed. BAC. Madrid.1985

[191]  VITTORIO MESSORI: Algunas razones para creer, X. Ed Planeta+Testimonio. Barcelona. 2000.

[192] SAN AGUSTÍN: De agone christiano, 17, 19. MIGNE: Patrología Latina, 40, 300.

[193] Evangelio de SAN JUAN, 14:9.

[194] Evangelio de SAN MATEO, 5:21s.

[195] Evangelio de SAN MARCOS, 2:1-12

[196] JESÚS MARTÍNEZ GARCÍA: HABLEMOS DE LA FE, I, 7.  Ed. Rialp. Madrid. 1992.

[197] JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO: Vida y misterio de Jesús de Nazaret, 1º, XVIII, 5, K. Ed. Sígueme. Salamanca.

[198] Primera Carta de SAN JUAN, 2:23.

[199] Evangelio de SAN JUAN, 3:2; 5:36; 9:16; 10:25, 37s.

[200] RONALD KNOX: El torrente oculto, XI.  Ed. Rialp. Madrid.

[201] Evangelio de SAN JUAN, 10:36ss

[202] Evangelio de SAN JUAN, 10:25

[203] Evangelio de SAN JUAN, 15:24

[204] Evangelio de SAN JUAN, 5:36

[205] Evangelio de SAN MARCOS, 2:11

[206] Hechos de los Apóstoles, 3:6; 9:34

[207] ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Dios y su obra, 3º,2ª, III, 2, nº 565. Ed. BAC. Madrid

[208] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Cristología fundamental, V, 4, 4, c. Ed. C.E.T.E. Madrid

[209] MIGUEL PEINADO: Exposición de la fe cristiana, 3ª II, 42.  Ed. BAC. Madrid. 1975

[210] SANTO TOMÁS: Suma Teológica, III, q.9, a.43.

[211] XAVIER LEON-DUFOUR: Los milagros de Jesús, pg. 343. Ed. Cristiandad. Madrid, 1979.

[212] RONALD KNOX: El torrente oculto, XI.  Ed. Rialp. Madrid.

[213] ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Dios y su obra, 3º, 2ª, III, nº 570. Ed. BAC. Madrid.

[214] MANUEL Mª. CARREIRA, S.I.: Metafísica de la materia,IX. Universidad de Comillas.Madrid.1993.

[215] JESÚS Mª GRANERO, S.I.: Credo - Jesucristo, II.  Ed. Escelicer. Cádiz. 1943.

[216] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Cristología fundamental, V, 3, 4. Ed. C.E.T.E. Madrid, 1985.

[217] JESÚS MARÍA GRANERO, S.I.: Credo,1º, VI.  Ed. Escelicer. Cádiz.

[218] PARENTE: De Dios al hombre,  III, 6. Ed. Atenas. Madrid.

[219] JOSÉ ANTONIO SAYÉS:Compendio de Teología fundamental,2ª, III. Ed. EDICEP.Valencia.1998

[220] MANUEL GONZÁLEZ GIL, S.I.: Cristo, misterio de Dios, 2º, XI, 3, C. Ed. BAC. Madrid, 1976.

[221] Evangelio de SAN JUAN, 3:11; Primera Carta de San Juan, 1:1s

[222] Evangelio de SAN MARCOS, 3:22

[223] Evangelio de SAN JUAN, 11:47s

[224] Hechos de los Apóstoles, 2:22

[225] EUSTAQUIO GUERRERO, S.I.:Jesucristo, la mejor prueba de la fe católica, VII,1.  Ed.Mensajero

[226] RICCIOTTI: Vida de Jesucristo, nº 194.  Ed. Miracle. Barcelona. 1978.

[227] JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Compendio de Teología Fundamental, 2ª, III, 3, 1.  Ed. EDICEP. 1998.

[228] Carta a los Hebreos, 11:1

[229] FELIPE CALLE, O.S.A.: Razona tu fe, III.  Ed. Religión y Cultura. Madrid

[230] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº 176

[231] DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 1789. Ed. Herder. Barcelona

[232] ANTONIO ROYO MARÍN,O.P.: La  fe de  la  Iglesia, 1ª, III, 26.  Ed. BAC. Madrid. 1996

[233] ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: La  fe de  la  Iglesia, 1ª, III, 3.  Ed. BAC. Madrid. 1996

[234] ANTONIO ROYO MARÍN,O.P.: La  fe de  la  Iglesia, 1ª, IV, 1.  Ed. BAC. Madrid. 1996

[235] RAÚL PLUS, S.I.: Irradiar a Cristo, 2º, I.  Ed. Librería Religiosa. Barcelona

[236] Conferencia Episcopal Española: Unidos en la fe,2º, II, 3. EDICE. Madrid

[237] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº 177

[238] MIGUEL RIVILLA: Los jóvenes y la fe, I,III.  Ed. Publicator. Alcorcón. Madrid. 1991

[239] MIGUEL PEINADO: Exposición de la fe cristiana, 3ª, IV, 68, 3.  Ed. BAC. Madrid

[240] Conferencia Episcopal Española: Catecismo Escolar, 4º EGB, nº 17

[241] Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nº 26

[242] JEAN MOUROUX: Creo en Ti, II, 5.  Ed. Flors. Barcelona

[243] PEDRO MARTÍNEZ CANO, S.I.:  Espiritualidad de hoy,XXXI, 2, 2.  Ed. FAX. Madrid. 1961.

[244] JUAN PABLO II: Encíclica Fe y Razón, nº 28.

[245] BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE: Dios y el hombre, Prólogo.  Fundación Universitaria Española.

[246] Conferencia Episcopal Española: Unidos en la fe,2º, II, 3. EDICE. Madrid.

[247]  Dr.ENRIQUE ROJAS: Remedios para el desamor, IX, 11.  Ed. Temas de Hoy. Madrid.1991

[248]   VITTORIO MESSORI: Algunas razones para creer, XV,  Ed.Planeta+Testimonio.Barcelona.2000

[249] MELCHOR ESCRIVÁ S.I.: Medicina de la personalidad, 2ª, XLIX.  Ed. Sal Terrae. Santander.

[250] SAN PEDRO: Primera Carta, 3,15

[251] Evangelio de SAN JUAN: 18:37

[252] VITTORIO MESSORI: Algunas razones para creer, VII.  Ed. Planeta+Testimonio.Barcelona.2000.

[253] Pedidos a SPIRITUS MEDIA. editorial católica.  Apartado 2546. 11080-Cádiz. Tel.: (956) 222 838. FAX: (956) 205 810. Correo elecrónico (e-mail): pedidos@spiritusmedia.org