Conferencias del Padre Jorge Loring S.I.

34. EL ARTE DE CRITICAR

Si hay algo común a todos los mortales es la mala costumbre de criticar ¿Quién hay que no critique algo o a alguien cada día?. Los hijos critican a los padres, los padres a los hijos, los vecinos a los otros vecinos, los incrédulos a los creyentes, los creyentes a la Iglesia, los españoles a los españoles, y los franceses a todo el resto del mundo. Rara es la persona que al llegar a la noche no tiene que arrepentirse de alguna palabra lanzada al viento.
Y lo grande es que al situarse en una «actitud crítica» se considera como un derecho, como un valor, como una postura de privilegio.
Sin embargo, el arte de criticar es muy difícil. Para hacerlo con corrección hay que estar muy preparado. Por hacerlo mal suelen ser injustas fácilmente las noventa y nueve críticas de las cien que criticamos. Se critica con mucha frivolidad. Por eso conviene reflexionar un poco sobre el «Arte de criticar».

Empecemos por la etimología. La palabra «crítica» viene de verbo griego «krino» que significa «juzgar, valorar». Por lo tanto criticar no debe se r sólo decir lo malo, si no valorar también lo bueno.
Quien al criticar se fija sólo en lo negativo hace una mala crítica. Su labor es destructiva.
Lo primero que hace falta para que una crítica sea justa es amar aquello que se está criticando. Deseo de ayudar a mejorar con la delicadeza del que cura una herida. No gozar destruyendo. Eso es pura venganza. Lo más fácil es que esa crítica sea injusta. Una crítica con ironía y sarcasmo puede ser un desahogo del que critica, pero ahí no se ve deseo de ayudar. La crítica destructiva es muy fácil. tan fácil como destruir en la playa, de una patada, un castillo de arena. Lo difícil es levantarlo. Lo bonito es hacer algo positivo para mejorar el mundo: para hacerlo más justo, más bello, más humano, y más fraternal y cristiano.
El que no sabe elogiar lo bueno debería abstenerse de criticar lo malo.
Seguramente exagerará en su crítica y puede llegar a la injusticia.
El que critica debería preguntarse si él tiene alguna responsabilidad en eso que critica. Si nos sentimos corresponsables, no haremos una agresión desde fuera. Será una colaboración desde dentro. Desde dentro del corazón.

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El P. Martín Descalzo en su libro «Razones para vivir» da estas leyes para el arte de criticar:
1º Hacer la crítica «cara a cara». Es decir, hacérsela al que tiene que corregirse. Buscar ayudarle. Tirar la piedra y esconder la mano es de mezquinos.
2º Hacer la crítica en privado (a no ser que se trate de cosas públicas).
Decirle a uno sus defectos en público es contraproducente.
3º En la crítica, no hacer comparaciones, que resultan odiosas. Nunca decirle a un hijo: «aprende de tu primo». Cada persona es cada persona. Cada caso es cada caso. Las circunstancias diversas pueden cambiar los casos radicalmente.
4º Criticar los hechos, nunca las intenciones. Sólo Dios conoce los corazones. Mientras no nos conste de lo contrario debemos pensar en la buena fe del prójimo. Eso de «piensa mal y acertarás», aunque algunas veces dé resultado, es poco caritativo. Es más bonito aquello de «piensa bien mientras no tengas razones que te obliguen a pensar mal».
5º Limitar la crítica a un caso concreto. Sin generalizar. Las generalizaciones, generalmente, perjudican a inocentes.
6º Criticar con objetividad. Sin exagerar. Evitar las palabras «siempre», «nunca» y similares. Nadie es siempre malo.
7º Criticar una sola cosa cada vez. Soltar de golpe muchas críticas es agobiante.
8º No repetir la misma crítica frecuentemente. El machaconeo resulta ineficaz.
9º Elegir el momento oportuno, tranquilo. Si uno de los dos está nervioso se agrandará la herida en lugar de curarse.
10º Comprobar bien lo que se critica. Basarse sobre rumores o sospechas es exponerse a ser injusto.
11º Ponerse en el lugar del criticado para no hacer a nadie lo que no nos gusta que nos hagan a nosotros. Si supiéramos las razones que el otro ha tenido, seríamos mucho más indulgentes.

Dice Fray Luis de Granada que las personas deberíamos tener tres corazones:
- Para con Dios un corazón de hijos.
- Para con los demás un corazón de madre.
- Y para con nosotros mismos un corazón de juez.
Pero la realidad suele ser muy distinta:
- Muchas veces tenemos para con Dios un corazón temeroso más que amoroso.
- Y para con nosotros mismos un corazón de «madraza perdonalotodo».
- En cambio para con los demás solemos tener un corazón de juez especialmente duro, dispuesto a ver defectos, sin tener en cuenta las virtudes. ¡Con qué cruel dureza solemos juzgar a los demás! ¡Y qué contraste con la benevolencia con que nos juzgamos a nosotros mismos!.

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A veces es necesaria la crítica, pues hay ocasiones en que se nos quiere dar gato por liebre. Y esto no puede ser. El P. Martín Descalzo, en su libro que estoy comentando, toca magistralmente este punto. Leo un capítulo de este libro. Lo titula «Vida ³Light²». Dice así:
«Un buen amigo mío ha publicado un libro sobre temas religiosos, y me duele confesar que nunca vi una obra con mejores intenciones, y a la vez con mayor desacierto. Mi amigo es un buen cristiano a quien siempre le ha gustado vivir en la frontera y dedicarse a acercar la fe a quienes no la tienen:
incrédulos o agnósticos. Y como considera que su misión consiste precisamente en ³acercarles² la fe, en hacérsela comprensible, lucha en sus libros y artículos por volverla digerible, por servírsela en la bandeja de la mayor modernidad. Y hasta aquí yo estoy absolutamente de acuerdo con él.
La cosa cambia cuando analizo los métodos que usa para tal acercamiento:
ofrecerles lo que hoy se llamaría un cristianismo ³light², desvitaminizado, descalorificado, rebajado, recortado en todo lo que exige la fe. ¿Que a la gente le cuesta aceptar ciertos dogmas? Pues se les maquilla, se les reduce a fórmulas más o menos simbólicas, a afirmaciones flotantes. ¿Que es duro asumir desde ojos humanos la divinidad de Cristo? Pues se ³aclara² y se dice que realmente Cristo no fue Dios, ni nunca se proclamó como tal, que realmente fue un hombre a través del cual se mostró Dios de modo excepcional; Él fue la transparencia de Dios, pero siendo en sí mismo un solo y puro hombre. Y así ocurre con todo. Al fin queda un cristianismo - papilla, que es una mezcla de buena voluntad, de religiones orientales, de explicaciones supuestamente más científicas, con una mezcla de cristianismo
- agnosticismo en la que ya no hay que creer nada fijo, dado que, según mi amigo, todas las verdades son oscilantes, el hombre no puede llegar a poseer ninguna sino, cuando más, a girar lejanamente en torno a ellas.
Al hacer todo esto con el Evangelio, mi amigo no hace nada que no sea muy normal en nuestro tiempo. Porque en todos los temas hoy se tiende a lo
³light²: desde la Coca-Cola hasta la vida cultural, política, social, y ética. Todo se rebaja, todo es acomodaticio, todo es transitorio. ¿Hace falta aludir a las muchas historias que en los últimos meses han convulsionado a nuestra sociedad? Trapichear con el dinero o las influencias es democracia ³light². Jugar con los matrimonios es fidelidad ³light².
Hasta los Tribunales parecen a veces querer hacer sus justicia ³light².
Rebajar parece ser la consigna del hombre contemporáneo. Para combatir la intransigencia se implanta una tolerancia absoluta, olvidándose de que ciertamente hay que combatir la intolerancia -que es la manera de ³imponer² la verdad a la fuerza-, pero sin olvidar que el amor a la verdad, es a la vez respetuoso y firme. Y lo mismo sucede con esa libertad ³light² que hoy impera y que consiste en hacer lo que a uno le da la gana, y no en hacer libremente lo que se debe hacer.
Ya sabemos que el amor y el servicio a la verdad, que la entrega al cumplimiento del propio deber, que el amor efectivo a los demás, son tareas cuesta arriba. Pero la solución no será en ningún caso irlas rebajando para que resulten más ³digeribles². Que la verdad, toda la verdad, es dolorosa y hay que dejarse la piel en su búsqueda es cosa conocida. También el alpinismo es arriesgado, pero no por eso vamos a hacer alpinismo en la llanura. Y presentar la vida, la verdad o la fe como un paisaje únicamente paradisíaco, para que les resulte más atrayente, no es un servicio ni a los jóvenes que empiezan la vida, ni a los buscadores de la verdad, ni a los agnósticos sin fe; es simplemente darles gato por liebre, engañarles, haciéndoles creer que la vida, la verdad o la fe ³light² son la vida, la verdad o la fe enteras y verdaderas». ¡Y esto no es verdad!.

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Como apéndice a estas consideraciones sobre el arte de criticar podríamos decir algo sobre la limpieza en el mirar. Ya dice el refrán que todo se ve según el color del cristal con que se mira. Hay personas que todo lo ven negro. Pero más que por la objetividad de las cosas, por el color del cristal de su ojo.
Generalmente las personas de buen corazón valoran en mucho a quienes les
rodea: sus compañeros son estupendos, sus familiares encantadores, sus amigos fantásticos, y los amigos de sus amigos formidables. Todo el mundo tiene algo de bueno.
Por el contrario, quien ve monstruos en todos los que le rodean puede ser porque él tiene un monstruo en su corazón.
Lo cual no significa que una persona limpia no pueda ver la suciedad que le rodea. La suciedad existe. Y no es ningún delito verla. Pero los que lo ven todo sucio probablemente es que la suciedad la llevan dentro. Proyectan hacia fuera lo que llevan dentro.
Los amargados sólo ven amargura. Si cambiaran las gafas negras que llevan en su corazón, todo cambiaría de color.
A propósito de esto el Dr. Bernabé Tierno, psicólogo, tiene en la revista Familia Cristiana un artículo que voy a citar porque no tiene desperdicio.
Lo titula «Entrenando la pupila». Dice así:
«Desde hace más de veinticinco años, y por motivos profesionales, he trabajado con infinidad de personas de todas las edades y niveles sociales.
Más de quinientas cartas mensuales, consultorios psicológicos en revistas y periódicos, programas de radio y televisión, cientos de cursos y conferencias a diversos colectivos y, por supuesto, mi propio despacho profesional en el que atiendo consultas sobre problemas psicológicos y humanos. ¿Saben cuál es la conclusión a que he llegado después de tantos años en la brecha y en estrecho contacto con el ser humano? Pues que son contadas las personas que aciertan a ver el lado bueno de la vida, que casi nadie se percata de la belleza que le rodea. Casi todos se quejan de las piedras del camino y de las espinas del rosal, y son incapaces de ver el blanco estallido luminoso de cientos de almendros en flor porque su ³pupila² mental y psíquica, su marco de referencia interno, elige lo negativo.
He comprobado que son legión las personas que, cualquiera que sea la situación en que se encuentren, de manera sistemática sólo tienen ojos para lo negativo, todo lo contaminan con su fatalismo y siempre descubren defectos imperdonables en los demás. Raras veces logran sonreír y disfrutar de lo que son y de lo que tienen. Si hace sol se quejan por el calor; si llueve, les molesta la lluvia. Si se les da cariño, nos llaman pesados y agobiantes. Cuando nos mostramos discretos, nos acusan de frialdad...
Hagamos lo que hagamos, para ellos las cosas no están nunca bien. Jamás se sienten satisfechos de algo.
Millones de personas se siguen autodestruyendo cada día ocupados en llorar y lamentar sus amarguras, hundiéndose más y más en las arenas movedizas de la melancolía, el fatalismo y la culpabilidad, prediciendo para sí y para la Humanidad desgracias y calamidades.
El problema está en que, a la hora de convivir con estas personas que siempre se sienten desdichadas, que son incapaces de descubrir la bondad y la belleza de cuanto les rodea, su actitud puede resultar muy contagiosa y pueden arrastrarnos a la depresión y a sentimientos de desgracia como postura ante la vida.
¿Cuál es la solución? Tomar la firme decisión de entrenar desde hoy la ³pupila² del corazón y de la mente para ver cuánto de saludable y de bueno hay en nosotros mismos y en los demás»# .

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Todo ser humano tiene algo de amable. Consiste en buscarle su lado bueno. Es cuestión de mirarle con amor.
A propósito del amor al prójimo, el P. Martín Descalzo, en su libro que estoy comentando, da quince modos de amar al prójimo:
1.-Aprenderse los nombres de las personas que nos rodean y dirigirse a ellas llamándolas por su propio nombre.
2.-Sonreír siempre a todos.
3.-Saludar a todo el mundo, aunque se les conozca poco.
4.-Felicitar santos y cumpleaños de los amigos.
5.-Estudiar los gustos ajenos y procurar cumplirlos en lo posible.
6.-Prestar libros buenos, aunque se pierdan.
7.-Aguantar a los pesados.
8.-Animar a los ancianos.
9.-Visitar a los enfermos, sobre todo si son crónicos.
10.-Contarle a la gente las cosas buenas que hemos oído de ellos.
11.-Acudir puntualmente a las citas, aunque tengamos que esperar.
12.-Olvidar pronto las ofensas que recibimos.
13.-Hacer pequeños regalos que no merezcan ser correspondidos.
14.-Saber escuchar. Hay personas que hablan sin parar, pero no dejan hablar a nadie. Es posible que alguien necesite hablarnos, pero no le damos oportunidad. Como aquel niño que llamaba a un teléfono con contestador automático para desahogarse, porque en su casa no le escuchaba nadie. Al menos la máquina le escuchaba en silencio. La máquina resultó mucho más humana que su familia.
O aquel otro que al preguntar en clase la profesora qué les hubiera gustado ser si no fueran niños, uno contestó:
- Yo, un televisor; porque en mi casa todos están pendientes de él.
Y es que, lo que más necesita un niño es amor, atención. Mucho más que juguetes. Todos estamos necesitados de amistad más que de cosas.
15.-No dejar pasar la ocasión de hacer el bien aunque sea una pequeñez. Hay cosas muy pequeñas, pero que suponen mucho amor.

Cuentan de San Camilo que era muy corpulento. Tenía un corpachón de gigante.
Un día iba por un camino con un compañero muy pequeñito. El sol abrasaba ferozmente. San Camilo le dijo a su compañero:
- Ponte detrás de mí. Así te haré sombra y te librarás del sol.
Hay cosas muy sencillas que suponen mucho amor.

El amor desinteresado tiene un valor. Las personas no son como esas cosas que llevan la etiqueta de «usar y tirar». Un turista visitando la Capilla Sixtina del Vaticano preguntó:
- Y ésta sala, ¿para qué sirve?
El arte no sirve para nada. Expresa la belleza. Punto. El utilitarismo es materialista.
Hay cosas y personas que no valen sólo porque sirven para algo. Una monja no vale porque sirve para hacer dulces o bordados, sino porque ama a Dios. Una madre de familia no vale porque hace la comida y arregla la casa, sino porque ama a su marido y a sus hijos, y les prepara un hogar agradable.
Valorar las cosas y las personas por su utilitarismo es limitarlas. El arte, la belleza, el amor, no tienen finalidad práctica, pero son necesarias en la vida.

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Otra cosa: hay que saber dialogar. Dialogar no es discutir. Es buscar la verdad entre dos personas conjuntamente. Es dar y recibir al mismo tiempo.
Cada uno puede ver lo que el otro no ve. Los dos pueden enriquecerse mutuamente.
Y en las discusiones no pretendas aplastar al otro. Escucha sus razones.
Aprecia la parte de verdad que puedan tener. Y procura ver si desde los dos puntos de vista distintos podéis llegar a la misma verdad.
Va de cuento, pero con miga.
Iban por un camino dos burros atados por el cuello con una cuerda muy corta.
A ambos lados del camino había dos pacas de paja. Cada uno tiraba hacia su lado. Pero como la cuerda era corta, ninguno de los dos llegaba a la paja.
Se miraron y se entendieron. Fueron los dos juntos a una de las pacas, y después los dos a la otra.

Hablando de discusiones quiero decir que la cólera en las discusiones lo estropea todo.
Muchas discusiones, que surgen por un arañazo, terminan en puñaladas.
Hubiera sido mejor aceptar el arañazo.
La cólera puede ser un recurso cuando no hay razones. Ya dijo Séneca: «la razón trata de decir lo que es justo, pero la cólera pretende que sea justo lo que dices».
Pero además es que el enfadarse es inútil. Haz lo que puedas para remediar lo que te molesta. Y si no puedes hacer nada para remediarlo, tu enfado es inútil.

Hablando de la caridad es importante decir que: la caridad vale más que la mortificación.
Otro cuento:
Un monje ermitaño tenía que ir todos los días a traer leña para su cocina de un bosque lejano. El camino era largo y el sol abrasador de la tarde le hacía sudar. A mitad de camino había una fuente, donde él saciaba su sed.
Un día antes de beber pensó renunciar a su deseo por amor a Dios.
Al volver por la noche vio brillar en el cielo una estrella que no estaba los días anteriores. Pensó que su sacrificio había gustado a Dios. Y lo mismo los días siguientes.
Otro día iba con un compañero que al ver la fuente dijo:
- ¡Qué suerte! Una fuente. ¡Con la sed que tengo!.
Él pensó: si yo no bebo, él tampoco va a beber. Se adelantó y bebió.
Por el camino pensó: «esta noche no veré mi estrella».
Al anochecer vio que en lugar de una estrella había dos.
Renunciar a una mortificación por caridad es más agradable a Dios.

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Para evitar la crítica deberíamos pensar que lo que decimos, repetido de boca en boca, termina por tener un sentido totalmente distinto del que nosotros le dimos.
Es curioso lo del cuento contado en un corro.
Uno le cuenta una historia en voz baja, al oído, al que tiene al lado. Éste se la repite al que tiene al otro lado. Y así sucesivamente. El último la dice en voz alta y todos sueltan la carcajada, pues la historia final no se parece nada a la primera.
Por ejemplo, el primero dice:
«La abuela que estaba enferma arrojaba desde, su cama, unas migas de pan al gatito de su sobrina».
Y es último dice:
«Tiene miga que la sobrina arrojase por la ventana a su abuela y a su gatito».

Para evitar la crítica, otro un consejo:
La mejor manera de no ser criticón es tener entusiasmo en la vida, vivir con ilusión. El entusiasmo nos hace felices, vemos las cosas con luz radiante.
Vivimos en primavera constante, en eterna juventud.
El entusiasmo es compañero inseparable de la persona de fe. Nadie tiene más motivos para vivir con entusiasmo que el que tiene fe y espera la vida eterna.
Quien vive feliz, con entusiasmo por la vida, está poco inclinado a criticar.
Y, ¿cómo puedo conseguir ese entusiasmo tan indispensable para una vida feliz?
Conocerte como eres, valorarte por lo que tienes, y no amargarte por lo que no tienes. Destierra la idea de que eres una persona fracasada. Acepta que con tus cualidades puedes hacer muchas cosas. El éxito está en hacer las cosas que puedes hacer. No empeñarte en lo que está fuera de tus posibilidades. Fracasarás y te entristecerás. El éxito da euforia y entusiasmo. El fracaso, tristeza y desaliento. Y cuando una persona todo lo ve negro, está inclinada a criticarlo todo.

El psicólogo Bernabé Tierno, en la revista «Familia Cristiana» da unos consejos para ser feliz:
1) Pon la felicidad en tu equilibrio interior, y no en las cosas o personas que te rodean.
2) Controla tus nervios y no permitas que el mal humor te domine. Tu paz interior depende de ti.
3) Convéncete de que con tus cualidades puedes vivir una existencia positiva. Disfruta con lo que tienes, y no sufras por lo que no puedes tener.
4) Mantén en la vida una actitud de servicio. Ya dice la Biblia que es mejor dar que recibir. Más que pensar en ti, piensa en lo que los otros necesitan de ti.
5) Disfruta contribuyendo a que otros sean menos desgraciados o un poco más felices.
6) Siente los éxitos y felicidad de los demás como si fueran tuyos.
7) Acepta a cada persona como es, y no te empeñes en hacerla a tu gusto.
8) Busca en cada persona su lado bueno. Todo el mundo lo tiene.

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Voy a terminar con una anécdota muy ilustrativa:
Cuentan de un niño que un día entró en el taller de escultura de un vecino, y allí encontró un gran bloque de piedra. A los pocos meses volvió a entrar, y en el mismo sitio encontró la escultura de un caballo. Entonces le preguntó al escultor:
- ¿Cómo sabías tú que dentro había un caballo?
Éste es el arte del artista: encontrar el caballo que había dentro. Ir quitando toda la piedra que sobraba hasta encontrar el caballo.
Esto deberíamos hacer todos: descubrir la obra de arte que hay dentro de cada persona. Aunque para ello haya que prescindir de todo lo que sobra y la esconde.

Generalmente procuramos ser lo que la gente espera de nosotros. Si tengo buena imagen, procuraré conservarla; si mala, no me importará deteriorarla.
La imagen que los demás tienen de nosotros condiciona nuestra conducta.
Ayudemos con nuestra estima y aliento a que los demás sean mejores, y así colaboraremos a que el mundo sea más humano, más cristiano y más feliz.
Seamos todos mejores y el mundo será mejor.
Nada más.
Gracias por haberme escuchado.

 

N.B.: Esta conferencia está disponible en DISCO COMPACTO (CD) y en vídeo.
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