33. Sobre la alegría

 
 

Vamos a dedicar este rato a hablar de la alegría.
Voy a leer unas notas sacadas del libro «Palabras para el silencio», de Mosén Alimbau. Es el Delegado Diocesano de Medios de Comunicación Social de Barcelona.
Con ocasión de unas conferencias que yo tuve en Barcelona me hizo una entrevista por Radio Barcelona.
Es un hombre simpático y amable, que escribe muy bien. En este libro recoge sus artículos en la Hoja Dominical.
Voy a hilvanar algunas de sus ideas, con añadidos míos.

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Dice Aristóteles que todos los hombres, por naturaleza, buscan la felicidad.
Pero algunos la buscan fuera en lugar de buscarla dentro, que es donde está.
Cuenta una antigua leyenda polaca que vivía en Cracovia un rabino judío llamado Eisik, que tuvo un sueño donde se le revelaba que a la entrada del puente de Praga, que da acceso al castillo real, había enterrado un gran tesoro. Y para allá se encaminó. Al llegar, el centinela no le dejó pasar.
El rabino le contó su sueño, y el centinela le contestó que él también había tenido otro sueño de que junto a la estufa de la habitación del rabino Eisik, en Cracovia, había un gran tesoro. Para allá volvió el rabino. Cavó junto a la estufa, y allí estaba el tesoro. ¡Fue a buscarlo tan lejos y lo tenía dentro!
Muchos buscan la felicidad en cosas exteriores, y no está ahí. Está dentro de.
nosotros. En nuestra alma. Decía Lacordaire: «la felicidad es privativa del alma» y la paz interior sólo la puede dar Dios.

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La paz interior podemos mantenerla en medio de las contrariedades de la vida.
Ante las contrariedades, lo primero, dominar el mal humor. Después no abatirse. Aceptar la contrariedad tal como se presenta. Levantar el corazón a Dios y pedirle ayuda. Saber que toda clase de sufrimiento, unido a la Pasión de Cristo, redime al mundo. Esto es consolador. Pero, además, el que sabe sufrir por amor a Dios, sufre mucho menos. Siempre será verdad que las espinas pinchan cuando se pisan, no cuando se besan. Renunciar a lo que no es posible es hacer de la necesidad virtud.
Finalmente intentar sacar algo positivo de la contrariedad. Hay que vivir con alegría las propias limitaciones. Y saber que la máxima felicidad del hombre está en ayudar a los demás.
Escribió el célebre poeta indio Rabindranath Tagore: «Soñé que la vida era la felicidad. Desperté y vi que la vida era servicio. Me puse a servir y descubrí que en el servicio está la felicidad».
Pon tus cualidades al servicio de los demás. Te lo agradecerán inmensamente.
Y al hacer ellos lo mismo, los dos saldréis beneficiados.
Cuentan que después de una batalla un soldado quedó cojo y otro ciego. Se pusieron de acuerdo. El ciego cargó con el cojo, y el cojo dirigía al ciego.
Con esta solidaridad se podrían hacer muchas cosas.
Una de las cosas que puedes poner al servicio del prójimo es tu simpatía. A esto se le llama «tener ángel» Tener ángel es tener belleza de alma. Tener simpatía, bondad, amabilidad, sencillez, saber consolar, saber echar una mano, saber escuchar.

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En la vida hay que saber escuchar. Escuchar con interés es la mejor manera de consolar al que sufre. A todos nos gusta que nos escuchen. Mucho más al que sufre. Y si además tu palabra cálida le transmite paz y alegría interior, habrás hecho una gran obra.
Procura hacer cada día algo que aumente la felicidad de alguien. Una de las cosas más bellas es ser sembrador de alegría. La alegría es la música del alma.
El hombre alegre es feliz y hace felices a los demás.
La alegría nace de la paz del alma, de la paz interior, del deber cumplido y de sentirse útil a los demás.
El mayor servicio al prójimo es llevarle alegría. Un semblante sonriente y un alma alegre transmiten felicidad.
El que comunica alegría, da ánimos; y dar ánimos es un modo de amar. La mejor manera de amar es pasar por el mundo haciendo el bien. Es lo que hizo Jesucristo.

Lo menos que se te puede pedir es que seas amable. La gente necesita amabilidad.
- Una palabra amable y cordial.
- Un semblante afable y acogedor.
- Una actitud bondadosa y afectiva.
- Un gesto educado y cortés.
- Una sonrisa sincera y alentadora.
La amabilidad atrae y eleva.
Decía Kant: «La amabilidad es la belleza de la virtud».

Cinco razones para una sonrisa:
a) Dar una sonrisa cuesta muy poco y puede ayudar mucho.
b) Una sonrisa jamás empobrece al que la da y siempre enriquece al que la recibe.
c) Una sonrisa puede tener una duración muy corta, pero su recuerdo puede durar años.
d) Nadie es tan rico que pueda vivir sin sonrisas, ni tan pobre que no las merezca.
e) Sonreír por fuera, embellece por dentro.

Pero lo que más ayuda al prójimo es darle afecto, ternura, cordialidad, valorar lo que es. Demostrar aprecio e interés por todo valor de las personas que nos rodean. Hay quienes desprecian lo que no pertenece a su mundo, lo que desconocen, lo que ignoran.
Esto, además de herir a los demás, rebaja al que desprecia. Él se cree superior, pero demuestra su mezquindad.
El gran guitarrista Andrés Segovia, mundialmente famoso, preguntado qué era para él lo más importante de la vida, respondió: «La bondad».
Y la madre Teresa de Calcuta dice: «sed bondadosos. Que todo el que se acerque a vosotros se vaya mejor y mas feliz. Bondad en vuestro rostro, en vuestra sonrisa, en vuestra acogida».
La bondad no se hereda. No es cuestión de genes. Se adquiere con la repetición de actos buenos: vencimiento propio, ayudar al prójimo, devolver bien por mal, irradiar paz, alegría, optimismo, etc.

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Para vivir alegre y feliz no hace falta tener de todo, sino basta estar contento con lo que se tiene. No es feliz el que tiene mucho, sino al que le sobra todo.
Y querer siempre lo que Dios quiere. Los maestros espirituales de todos los tiempos han enseñado que lo que da más paz, tranquilidad y alegría es la perfecta conformidad con la voluntad de Dios: «Quiere siempre y en todo lo que Dios quiera y como Dios lo quiera».
Quien se siente fiel a Jesucristo goza de enorme entusiasmo cristiano.
Comunicar este entusiasmo cristiano, es extender el Reino de Dios en la Tierra.

El entusiasmo cristiano se alimenta de la esperanza. De la esperanza en una vida mejor. En la vida eterna. Jesús es el único que nos promete vida eterna# Dice San Pablo a los Filipenses: «Manteneos alegres como cristianos que sois». «Que la esperanza os tenga alegres».
La esperanza hace llevadera la cruz, y soportable el dolor.
La esperanza es esencial para la vida del ser humano. El hombre sin esperanza muere.
Decía el doctor Frankl, al narrar sus experiencias con los prisioneros de los campos de concentración nazis: «sólo se mantenían vivos los que tenían esperanza. Aquellos a quienes se les apagaba la llama de la esperanza, tenían sus días contados».
La esperanza de la vida eterna es la más brillante y cierta de las esperanzas. Debemos vivir y comunicar esta esperanza.
Los cristianos debemos ser portadores de esperanza. Dice el Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes: «El cristiano tiene que dar al mundo razones para vivir y para esperar».
Vivir la esperanza cristiana llena la vida de ilusión y optimismo en un mundo donde reina el pesimismo, la tristeza, la amargura, el vacío interior y el hastío. Un mundo harto de materialismo y de sexo. Un mundo miope y arrugado.

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Quien no tiene a Dios, vive una angustiosa soledad. Quien sabe rezar, nunca se encuentra solo.
Para un cristiano nunca hay fracaso definitivo.
Vivir sin ilusión es vivir con tristeza. Y vivir triste es empezar a morir.
Dice la Biblia en el libro del Eclesiástico# : «Todos los males nos vienen con la tristeza, y la muerte viene con ella».

Para vivir alegre, procura ser útil a los demás. La mayor felicidad es sentirse útil.
Aprovecha todas las ocasiones para hacer el bien. No dejes pasar la ocasión.
Esta ocasión ya no vuelve a repetirse. Quizás otra sí. Pero ésta no. Ocasión pasada, oportunidad perdida.
Procura hacer siempre bien todo lo que tienes que hacer. Al menos hacerlo lo mejor que sepas y puedas. Y hecho esto, quédate alegre y feliz; cualquiera que sea el resultado.
Deberíamos siempre pedir a Dios:
- Valor para cambiar las cosas que puedo cambiar.
- Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar.
- Y sabiduría para distinguir una cosa de otra.
- Pero siempre rezar para que Dios lleve las cosas por buen camino.
- Y finalmente, conformidad con la voluntad de Dios.

Érase una vez un hombre de campo que tenía un caballo. Un día el caballo se le escapó al monte. Y el hombre se dijo:
- ¡Qué mala suerte! He perdido mi caballo.
A los pocos días volvió el caballo acompañado de otro. Y el hombre se dijo:
- ¡Qué buena suerte!. Ahora tengo dos caballos.
Pero el nuevo caballo le dio una coz a su hijo y le partió una pierna. Y él se dijo:
-¡Qué mala suerte! Ahora mi hijo se queda cojo.
Pero estalló una guerra, y el hijo se libró de ir al frente por estar cojo.
Y el hombre se dijo:
- ¡Qué buena suerte! Mi hijo no morirá en el frente.
Y es que nunca se sabe. Fiémonos de Dios que sabe lo mejor para nosotros.

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Y no olvidar las cosas pequeñas. El océano está hecho de gotas de agua, y el desierto con granos de arena. Decía San Jerónimo: «En lo pequeño se muestra la grandeza de alma».
Todos los santos han dado importancia a las cosas pequeñas. Podemos dar mucha alegría con pequeños detalles. En saber descubrirlos está la verdadera sabiduría.
Para hacer siempre todo bien podríamos pensar que hoy es el último día de nuestra vida.
Y mañana cuando despertemos daremos gracias a Dios por tener un día mas.

Podríamos terminar con el verso de Sta. Teresa:

³Nada te turbe.
Nada te espante.
Todo se pasa.
Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.

 

N.B.: Esta conferencia está disponible en DISCO COMPACTO (CD) y en vídeo.
Todos los sistemas.
Pedidos a la EDITORIAL SPIRITUIS MEDIA-Apartado 2564-11080.Cádiz. (España) Correo electrónico (e-mail):spiritusmedia@telefonica.net

 

Ordenación con San Juan Pablo II 1990

Con San Josemaría 16 de junio de 1974

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