Conferencias del Padre Jorge Loring S.I.

6. LA DIVINIDAD DE CRISTO

En la conferencia pasada os estuve hablando de la historicidad de los Santos Evangelios.
Al final de la conferencia os hice una afirmación que quizás a alguno le pudo parecer excesiva, pero que era la conclusión de toda la conferencia.
La conferencia quiso exponernos la posición de los Santos Evangelios en todo el campo de la cultura humana. Os demostré cómo de ningún libro de la historia de aquel tiempo tenemos tantas garantías de veracidad y de historicidad como de los Santos Evangelios, por tanto -os decía yo al final-, quien no cree lo que dicen los Santos Evangelios, no tiene derecho a creer en nada de la historia de aquel tiempo. Porque de ninguno de esos libros conservamos tal número de códices, de tanto valor y antigüedad.

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Hoy voy a dar un paso más.
Vamos a tratar hoy la principal afirmación que nos hacen los Santos Evangelios.
Porque los Evangelios, hemos dicho, están escritos por testigos que vieron lo que allí se dice, para testigos que vieron lo que allí se dice.
Y estos libros que se han conservado a lo largo de los años con tal cúmulo de documentos, como no los tiene ningún otro libro de la cultura de aquel tiempo, ¿qué nos dicen? ¿Cuál es la principal afirmación de este libro?
La principal afirmación, lo más importante de los Evangelios, es demostrar que Cristo es Dios. Para eso se escriben los Santos Evangelios.

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Pero de Cristo no sólo hablan los Santos Evangelios. También hay historiadores paganos que hablan de Cristo.
Por ejemplo, es muy interesante ver cómo hablan de Cristo, Plinio, Suetonio, Flavio Josefo, Tácito, Tito Livio... Son historiadores del Imperio Romano, y hablan de Cristo. Hablan de Cristo como hombre. Ya es importante que estos historiadores hablen de Cristo, aunque le dediquen sólo tres o cuatro líneas en su historia. Pero ya es importante que los historiadores del Imperio Romano, con todo lo que tenían que contar, le dediquen a Cristo cinco líneas.
Tened en cuenta que Cristo como hombre fue muy poco importante.
Cristo como hombre, ¿qué era? Era un carpintero. Y un carpintero de pueblo, de una aldeúcha, que era Nazaret. No era nada Nazaret. Era insignificante.
A veces, cuando hablo de estas cosas, yo pregunto al auditorio: ¿Alguno de vosotros piensa ser mencionado en la Historia? ¿Vosotros tenéis la pretensión de que cuando se lea la Historia de España dentro de dos mil años se hable de vosotros? ¿Pensáis pasar a la Historia vosotros con vuestros nombres y vuestros apellidos? Yo no sé si alguno de vosotros piensa ser mencionado en la Historia. Me imagino que si sois sensatos os resignaréis a pasar al olvido. Sin embargo, Jesús era carpintero de pueblo, de una aldeúcha desconocida. Y vosotros sois algo más que eso. Vosotros trabajáis en una gran factoría, de una capital de provincia, de una empresa conocida en España, conocida en el mundo, pues hace barcos para el extranjero. Y vosotros no pensáis ser mencionados en la Historia.

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¿Por qué Cristo es mencionado en la Historia? ¿Qué hizo Cristo para ser mencionado? Algo tuvo que hacer. Porque si no, es inconcebible que los historiadores del lmperio, como son, repito, Suetonio, Plinio el Joven, Flavio Josefo, Tácito, Tito Livio, que no son cristianos, le dediquen unas líneas.
Es que «realizó prodigios sorprendentes», como dice Flavio Josefo.
¡Ah, esto ya es distinto! ¡Así, bueno...! Jesús era carpintero de pueblo, ya, ya. Pero «realizó prodigios sorprendentes». Luego Cristo no fue mencionado en la Historia por ser carpintero de Nazaret. No. Por eso no hubiera sido mencionado. Hubo muchos carpinteros de pueblo en el Imperio Romano que no fueron mencionados por los historiadores. Cristo sí, porque «realizó prodigios sorprendentes». Y esto es lo que nos cuentan los Evangelios. Porque para eso eran los Evangelios. Para contarnos las obras maravillosas que hizo Cristo.
¿Para qué? Para mostrar su divinidad.

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A tres cosas me voy a concretar de los Santos Evangelios.
Primero: Cristo afirma de sí mismo que Él es Dios.
Segundo: los que le escuchan entienden que Cristo afirma de sí mismo que Él es Dios, y no le creen.
Tercero: para que le crean, Cristo hace milagros.
Voy a tratar cada uno de estos puntos brevemente.
Para cada una de estas tres cosas se podrían traer multitud de textos de los Santos Evangelios. No hay tiempo. Yo me limito a un pasaje del Evangelio de cada uno de estos puntos.

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Cristo afirma de sí que es Dios. Lo hizo repetidas veces. Yo me voy a fijar en el momento más solemne. Cuando Cristo está ante el tribunal que le juzga. Ante el Sanedrín.
Está el tribunal de los judíos en semicírculo, y Cristo maniatado frente a ellos. Le están juzgando.
Fijaos que es importante. En un grupo de amigos, con unas copas por delante, cualquiera dice una tontería. Pero cuando uno está ante un tribunal que le está juzgando y deseando condenarle a muerte, un hombre mide muy bien sus palabras. En un momento así se piensa muy bien lo que se dice.
Y a Cristo, ante el tribunal del Sanedrín, cuando le están juzgando los judíos, le pregunta Caifás:
-¿Es verdad que Tú eres Hijo de Dios?
Contesta Cristo:
-Tú lo has dicho.
Es un giro. Un modo de hablar judío. Es decir: «Así es, como tú dices. Yo soy Dios».
También en castellano decimos: «Tú lo has dicho. Así es como tú lo dices. Es verdad. Tú lo has dicho».
Cristo afirma que es Dios, repito, ante el tribunal de los judíos. Sabía que le costaba la vida. No es un farol que se tira uno ante los amigos; no.
No es un farol intranscendente. No. Es que se juega la vida. Como se la jugó.
Porque, ¿qué responde Caifás?
-Reo es de muerte. Ha blasfemado.
La blasfemia entre los judíos se castigaba con la muerte.

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Cristo afirma de sí que es Dios.
El tribunal lo entiende como blasfemia.
Naturalmente. Si fuera mentira que Cristo era Dios, hubiera sido una
blasfemia. Cristo afirma de sí que es Dios, el tribunal lo entiende
como blasfemia, y le condenan a muerte: « Reo es de muerte. Ha blasfemado».
Pero Cristo no se achica. Cristo no se acobarda. Cristo no se contradice.
Cristo no retrocede.
Cristo confirma. Cristo subraya. Cristo amenaza...
Responde al tribunal:
-Pues Yo os aseguro que un día me veréis venir sobre las nubes del cielo a juzgaros a todos vosotros.
Cristo afirma de sí que es Dios.
Pero no sólo lo afirma. Hablar es fácil.
Lo demuestra con obras. ¿Con qué obras? Con los milagros.

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Los hombres no podemos hacer milagros. Los milagros superan las fuerzas de un hombre. El milagro es un rompimiento de las leyes de la Naturaleza.
Los hombres lo único que podemos hacer es estudiar la Naturaleza y aplicar sus leyes. Eso es la civilización y el progreso. Por eso funciona este aparato magnetofónico. Por eso le das al interruptor y se enciende la luz.
Por eso andan los motores de explosión.
¿Qué hace el hombre? Estudia la Naturaleza. Estudia las leyes de la Naturaleza y las aplica para el progreso, para la civilización.
Pero el hombre no cambia las leyes de la Naturaleza.
El hombre se encuentra unas leyes y las aplica. No las cambia. El hombre no tiene poder para romper las leyes de la Naturaleza.
Dios sí tiene poder para romper las leyes de la Naturaleza, porque Él es el que las ha hecho. Y el que hace una ley tiene poder para cambiarla. Los demás tenemos que acatar las leyes como son. No las podemos cambiar. Pero el legislador, el que da la ley, la puede cambiar.
Y si Cristo demuestra que Él, con su poder, rompe una ley de la Naturaleza, demuestra que es Dios. Porque los hombres, repito, con sólo nuestro poder, no podemos romper las leyes de la Naturaleza.

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Por ejemplo.
Aquí tenéis la caja del micrófono. Está vacía. Yo la tiro hacia arriba y cae.
¿Por qué cae esta caja? Porque la atrae la Tierra. Es la fuerza de la gravedad que atrae las cosas. Por eso las cosas caen. Si no hubiera fuerza de gravedad, yo dejaría la caja y se quedaría en el aire. Pero como la Tierra la atrae, la caja cae.
Si la tengo sobre la palma de mi mano la caja no cae, porque mi mano ofrece una resistencia. Pero si la dejo en el aire, cae.
Ley física. Ley de la gravedad.
Yo no puedo dejarla en el aire y decir:
-Caja, quédate ahí.
No se queda. Se cae. Porque yo no soy nadie para romper una ley de la Naturaleza.
Si yo dijera: «Caja, quédate», y se quedara, eso sería un milagro. Si eso lo hago yo sin truco.
Otra cosa es si yo fuera prestidigitador. ¡Ah, claro! Pero el prestidigitador no hace milagros. El prestidigitador le toma el pelo al público. Es distinto. Le toma el pelo porque tiene trucos.
Porque si yo traigo aquí unos focos, que os deslumbren. Y pongo un fondo negro. Y pongo una varilla negra. Y en la varilla algo adhesivo, Y entonces
digo: «Caja, quédate». La caja se queda. iPero se queda pegada! No es que se quede en el aire. Os tomo el pelo. Truco. A base de truco los hombres hacen maravillas.
Pero si yo, sin truco, hago que la ley de la gravedad interrumpa su acción, eso es un milagro. Eso no hay hombre que lo haga. Porque el único que lo puede hacer es Dios, que es el que ha hecho las leyes de la Naturaleza.
Tampoco son milagros los fenómenos paranormales.
Por eso es muy importante, cuando hablamos de milagros, ver si ese hecho supera las leyes de la Naturaleza. Si supera las leyes de la Naturaleza es milagro. Si no supera las leyes de la Naturaleza, eso no es milagro.

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Los Santos han hecho milagros con el poder de Dios. Pero no con su propio poder. Cristo hizo milagros con su propio poder.
Los santos han hecho milagros, pero en nombre de Cristo.
Está el paralítico pidiendo limosna. Pasa San Pedro y le dice:
-No tengo oro ni plata. Pero te doy de lo que tengo. En nombre de Jesús Nazareno, levántate y anda.
Y el paralítico salió andando.
Pero Jesús hizo los milagros en nombre propio. Le dijo al viento:«Yo te lo digo, párate». Y el viento se paró. Y al mar:«Yo te lo digo, cálmate». Y el mar se calmó.

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Cristo hizo milagros para demostrar que era Dios.
Os voy a contar uno, porque no puedo contar todos. Es de los mejores, sin duda. Por eso lo he escogido.

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Lázaro muere. A Lázaro lo entierran. Lázaro lleva cuatro días en la tumba.
Lázaro está podrido. Lázaro apesta. Es la mejor señal de muerte real: la descomposición de un cadáver.
Cuando a un ahogado le hacen la respiración artificial, ese hombre revive.
¡No resucita, eh! Lo reaniman y revive. Pero no es resurrección.
Resurrección sería volver a la vida después de una muerte real.
Que traigan a un ahogado, ya hinchado, echando porquería por las narices, en estado de putrefacción. Que le hagan respiración artificial a ése. A ese cadáver podrido, que lleva cuatro días en el fondo del mar, que le hagan la respiración artificial. ¡Imposible!
Cuando un cadáver está en putrefacción no hay medio humano de devolverle a la vida.
Y Cristo, ¿qué hace con Lázaro que lleva cuatro días muerto y está podrido?
Llega Cristo al sepulcro y dice:
-Quitad la piedra.
La hermana de Lázaro, Marta, delicada como mujer, quería evitar aquel espectáculo desagradable de la gente tapándose la nariz:
-Señor, que lleva cuatro días enterrado y huele mal.
Contesta Cristo:
-Marta, ¿tienes confianza en el poder del Hijo de Dios?
Él va a hacer el milagro.
A Dios no le importa que lleve cuatro días muerto. Como podía llevar cuarenta.
Él domina las leyes de la Naturaleza. Va a hacer un milagro.
Y añade Cristo:
-Lo hago para que crean en Mí los que me rodean.
Y de una voz, un cadáver putrefacto, en estado de descomposición, se pone en pie y vuelve a la vida.
¡Esto es un milagro!

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Y esto nos lo cuenta quien estaba allí y lo vio.
Dice San Juan: «Lo que mis ojos vieron, lo que mis oídos oyeron..., de eso doy testimonio».
Y algo importante: estaban allí sus enemigos. Estaban los fariseos, los que no querían nada con Cristo.
Y éstos tuvieron que tragarse el milagro. No pudieron negarlo. Lo que dijeron los fariseos fue:
-Tenemos que quitarle de en medio, porque con estas cosas se lleva al pueblo detrás.
Pero fijaros la reacción.
No dijeron que era mentira.
No dijeron que aquél no era Lázaro, sino uno que se le parecía.
Reconocían que Lázaro murió.
Reconocían que Lázaro estuvo cuatro días muerto.
Reconocían que aquel hombre que se paseaba por Betania era Lázaro.
No negaban el milagro.
Decían que había que quitar de en medio a Cristo, porque con esas cosas se llevaba al pueblo detrás.

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Los enemigos tuvieron que tragarse el milagro; pero no creyeron.
¿Porqué?
Porque tenían el corazón corrompido. Y cuando el corazón está corrompido, no hay nada que hacer.
No hay luz que haga ver a un ciego voluntario. Tú enciendes la luz, pero él cierra los ojos. No ve porque no quiere. Eso les pasó a aquellos fariseos, ciegos voluntarios. Vieron el milagro de Cristo. No quisieron creer en Él, porque tenían el corazón corrompido.
Y llevan a Cristo a la muerte para que no se lleve al pueblo detrás

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Cristo había dicho varias veces:
-Si no creéis en mis palabras, creed mis obras. Mis obras dan testimonio de Mí; porque mis obras confirman la verdad de lo que os digo.
Porque si Cristo no hubiera sido Dios, si las cosas que Cristo dijo no hubieran sido verdad, Cristo no hubiera podido hacer milagros.
Dios no iba a permitir que un embaucador, que un falsario, usara milagros para engañar al pueblo. El milagro es el sello de Dios, la firma de Dios.
Dios no podía poner su firma debajo de una mentira.
Cuando un hombre, para demostrar la verdad de lo que dice hace milagros, es porque Dios está con él. Luego aquello que dice es verdad. Cristo hace milagros para demostrar la verdad de lo que dice. Luego lo que Cristo dice es verdad. Cristo hace milagros para que creamos que Él es el Hijo de Dios, luego es verdad que Cristo es el verdadero Hijo de Dios. Con la misma naturaleza que su Padre. Tan Dios como el Padre.

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Ésta es la conclusión consoladora que tenemos que sacar del estudio de los Evangelios. Que este Cristo a quien adoramos, que este Hombre puesto en cruz, además de ser Hombre es Dios.
Dios que se hace Hombre, que viene a la Tierra a morir por nosotros, para pagar por nuestros pecados.
Tenemos que reconocer el amor que nos tiene. Tenemos que procurar servirle con fidelidad. Debemos preocuparnos de no ofenderlo jamás. Porque Dios viene a la Tierra a hacerse hombre como yo, para pagar por mis pecados, para que yo pueda salvarme.

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No digo que los milagros sean cosa de todos los días, no.
Pero cuando hay fe hay milagros. Claro que sí, Cuando uno pide con fe, hay milagros. Yo conozco varios. Aunque en esto la última palabra la tiene la Iglesia

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Voy a terminar con un caso que podéis conocer todos. Porque lo tenéis muy cerca.
Cuando estaba en construcción el «Talavera», aquel enorme petrolero que construisteis vosotros en esta factoría para la CEPSA, hubo a bordo un accidente de trabajo en el que murió un compañero vuestro y otro quedó herido.
Fui yo a ver al herido a la clínica San Rafael.
Quizás él esté aquí ahora mismo entre vosotros. Me he olvidado de preguntar si ha venido hoy a la factoría.
Cuando entré a verle en la clínica, estaba con él, su suegra.
Al cabo de un rato de conversación, quise consolarles un poco y exhortarles a que dieran gracias a Dios por haber escapado con vida.
Entonces me dice la suegra:
-Padre, si yo tengo mucha fe; porque a mí la Virgen me curó la vista.
Yo creía que había sido algún favor por alguna curación leve.
Pero, me dice aquella mujer:
-Padre, nosotros vivíamos en un cortijo en la carretera de El Portal. Allí no había luz eléctrica y nos alumbrábamos con candiles de carburo. A mí me reventó un candil de carburo en las manos, y me quemó los ojos. Me dejó ciega. Y entonces me tenían que llevar a Cádiz para curarme. Me tenían que llevar en taxi. Y había hecho no sé cuántos viajes ya. Y aquello era una ruina en taxis.
Y un día que estaba yo allí con mi hija, le preguntó ella al médico que era el Dr. D. José Pérez Llorca, padre; no el hijo, D. Jaime, que está ahora en Cádiz de oftalmólogo y tiene su casa en la Alameda de Apodaca.
El médico que la trataba era el padre. Después me carteé con él para que me confirmara todo esto.
Como digo, le pregunta la hija al médico:
-Doctor, díganos si lo de mi madre tiene solución. Porque si no tiene solución, no venimos más. Porque estamos gastando en taxis un dinero que no tenemos.
Palabras del médico:
-Siento mucho tener que decirle que lo de su madre no tiene solución. Esta ceguera es irreversible.
Cuando aquella mujer oye aquello, iqué maravilla el amor de una madre!
¿Sabéis lo que le dolía a aquella mujer? Me dijo esto. Me acuerdo como si lo estuviera oyendo ahora:
-Padre, cuando yo oí que no tenía cura, me entró un dolor y una pena, ¡pensar que yo nunca más iba a poder volver a ver a mis hijos!
Lo que a aquella mujer le angustiaba era que no iba a poder ver más a sus hijos. Las demás cosas no se le ocurrieron en aquel momento. Que nunca más iba a poder volver a ver a sus hijos. Y le entró un dolor y una pena, que me
decía:
-Padre, yo no tenía consuelo. No tenía consuelo. Empecé a llorar, y no podía parar.
La llevan a casa, la meten en la cama. Y me dice aquella mujer:
-Estando yo metida en la cama, me acuerdo que tenía una imagen de la Virgen. Y entonces le dije a la Virgen con toda mi alma: «Madre mía Santísima, que yo pueda volver a verte otra vez».
Y me sigue diciendo la mujer:
-Padre, decir aquello, y sentir como un fuego que se me sube por dentro, y como un fuego que se me sale por los ojos. ¡Pero si yo veo! ¡Pero si yo veo luz! ¡Pero si yo veo claridad!
Llama a su hija. Viene su hija. Le quita los esparadrapos y se encuentra que tiene los ojos como nosotros. Se quedan estupefactas. Entonces meten a la mujer en un taxi, y otra vez corriendo a Cádiz, a la Residencia Sanitaria de Zamacola, para ver al médico. Y me dice la mujer:
-Padre, cuando aquel hombre, que me había despachado a las doce de la mañana con los ojos quemados, y me ve entrar a las tres de la tarde con los ojos como los tengo ahora, Padre, se quedó pálido. Creíamos que se mareaba.
Y repetía: «Esto no tiene explicación, Esto no tiene explicación...» Y de ahí no salía. Se quedó paralizado.
Como esto es notable, yo escribí al Dr. Pérez Llorca a Madrid, donde estaba de catedrático. Y contestó diciéndome: «Me acuerdo perfectamente de Fulanita de Tal. Tenía lesiones oculares cuya curación de ninguna manera se debió a la terapéutica empleada».
Decía el médico: «Esta mujer de ninguna manera se curó por lo que yo le hice. Esto no tiene explicación».
Como veis, esto es una cosa muy notable. Entonces yo escribí el hecho, se lo leí a la enferma para ver si estaba de acuerdo. Como no sabía firmar, firmó con el dedo, como se suele hacer en estos casos. Y con la carta del Dr. Pérez Llorca se lo entregué al Sr. Obispo por si esto podía ser interesante para archivarse como un fenómeno actual de nuestros días, y que realmente no tiene explicación humana.

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Hay fe. Cuando hay fe, y conviene, Dios hace maravillas. Porque Dios es hoy el mismo del Evangelio. Lo que nos falta es fe. ¡Y pureza de vida! Las dos cosas.
Porque si tienes el corazón negro, ¿cómo quieres que Dios te mire a la cara? Donde hay pureza de vida y donde hay fe. Dios puede hacer milagros hoy lo mismo que ayer. Porque Dios es el mismo.
Hasta otro día.

 

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