a oración mental

11.1.A. Al comenzar
11.1.B. Al terminar
11.2. Cuatro textos para la meditación
12. Oración para la lectura espiritual
12. A. Para comenzar
12. B. Para terminar

11. La oración mental

11.1.A. Al comenzar :

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes; te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados, y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí.

11.1.B. Al terminar:

Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en esta meditación; te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí.

11.2. Cuatro textos para la meditación:

Dos números del libro Camino, del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, una oración de Santa Teresa de Jesús y el siguiente texto, de autor anónimo, pueden llegar a serte útiles para hacer un rato de oración personal y así facilitarte unos momentos de intimidad con Dios.

11.2.A . ¿Qué no sabes orar? Ponte en la presencia de Dios y en cuanto comiences a decirle: “¡Señor!, ¡que no sé hacer oración!...”, está seguro de que has empezado a hacerla (Camino 90).

11.2.B. Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué? ¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaquezas! Y hacimientos de gracia y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!” (Camino 91).

11.2.C .

Nada te turbe: nada te espante.
Todo se pasa. Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene nada le falta.
Sólo Dios basta
(Santa Teresa de Avila).

 

11.2.D . No es preciso, hijo mío saber muchas cosas para agradarme: basta que me ames con fervor.
Háblame pues, aquí sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, a tu hermano.  

¿Necesitas hacerme alguna súplica para alguien en especial? Dime su nombre, puede ser el de tus padres, el de tus hermanos o amigos: dime qué quisieras que haga por ellos.

Pide mucho, no vaciles: me gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse, en cierto modo de sí mismos, para atender las necesidades ajenas.

Háblame, pues, con sencillez, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer; de los extraviados que quieres ver nuevamente en el buen camino, de los amigos ausentes.

Dime por todos una palabra siquiera: pero una palabra de amigo, una palabra entrañable y fervorosa.

Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón; y, ¿no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos a quienes tu corazón más especialmente ama?

Y para ti ¿no necesitas alguna gracia?

Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades, luego ven y léela en mi presencia.

Dime, francamente, si sientes soberbia, amor a la sensualidad o pereza, si eres un poco egoísta, inconstante o negligente y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para librarte de tales miserias.

¡No te avergüences! Hay en el cielo tantos justos, tantos santos que tuvieron esos mismos defectos. Pero rogaron con humildad, y poco a poco se vieron libres de ellos.

Tampoco vaciles en pedirme bienes corporales, salud, memoria, feliz éxito en tus trabajos, negocios o estudios: todo esto puedo darte y te lo daré cuando me lo pidas, mientras no se oponga a tu santificación.

Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer por tu bien?

Si supieras los deseos que tengo de ayudarte!

¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente.

¿Qué te preocupa? Quién te preocupa? ¿Qué deseas? ¿Qué puedo hacer Yo por aquel asunto, por aquellos deseos, por aquellas personas...?

¿Y por mí? ¿No sientes deseos de tratarme?

¿Qué podrías hacer por los que viven olvidándose de mí?

Hijo mío, recuerda que soy dueño de los corazones y, suavemente, los puedo llevar -sin perjuicio de su libertad- si es que ellos quieren.

¿Sientes acaso tristeza o mal humor?

Cuéntame tus tristezas con todos sus pormenores.

¿Quién te hirió? ¿Quién te lastimó? ¿Quién te ha menospreciado.

Acércate a mi Corazón que es capaz de curar esas heridas del tuyo.

Dame cuenta de todo y acabarás por decirme que, a semejanza mía, todo lo olvidas, todo lo perdonas; y en pago recibirás mi bendición.

¿Sientes algún temor? ¿Sufres alguna dificultad?

Échate en brazos de mi amorosa providencia.

Estoy contigo: aquí a tu lado me tienes: todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.

Ruega también por aquellas personas que te han causado algún mal.

Aunque hayan sido injustas o ingratas y hayan murmurado, pide por ellas.

¿No tienes alguna alegría para comunicarme?

¿Por qué no me haces partícipe de ella como un buen amigo?

Cuéntame lo que ha consolado y alegrado tu corazón.

¿Has tenido agradables sorpresas? ¿Recibiste buenas noticias, alguna carta o muestras de cariño? ¿Venciste alguna dificultad o superaste algún problema?

Manifiéstame por ello tu agradecimiento y dime: “Gracias, Padre mío, gracias”.

¿Sabías que el agradecimiento trae consigo nuevos beneficios porque al bienhechor le gusta verse correspondido?

¿Tienes algún propósito para hacer?

¿Cómo es tu dolor por tus faltas, pecados u omisiones?

Recuerda cuánto sufre mi Corazón y qué mal puedes llegar a hacer a tus hermanos...

Ahora bien, hijo mío, vuelve a tus ocupaciones habituales.

No olvides la conversación que hemos tenido y vuelve mañana.

Aquí te espero. No te olvides de Mí (Autor anónimo).

 

 

 

 

Ordenación con San Juan Pablo II 1990

Con San Josemaría 16 de junio de 1974

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