ebeldes al conformismo y la mediocridad

Selección de cuentos y textos sobre la tibieza

El Papa Juan Pablo II tuvo numerosos encuentros con diversos grupos de personas durante el Gran Jubileo. La Jornada Mundial de la Juventud se organizó en el mes de agosto, en Tor Vergata. En la vigilia de oración del día sábado 19 -con inmenso cariño y fuerza- Juan Pablo preguntó:

“-Queridos jóvenes, ¿es difícil creer en un mundo así? En el año 2000, ¿es difícil creer?”

Luego, él mismo respondió:

“-Sí, es difícil. No hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la gracia es posible…”

Es posible, continuaba diciendo el Papa pues Jesús no permite que nos dejemos llevar por el conformismo. “Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo de dejaros atrapar por la mediocridad…”

La vida del cristiano es como un camino. Para algunos, un camino largo; más corto, para otros. Durante este camino de la vida pueden recorrerse muy diversos climas y paisajes: días luminosos y alegres, trayectos pedregosos o escarpados, tiempos de aridez y soledad.

Los hijos de Dios estamos invitados a caminar por el Buen Camino. Pero, la triste experiencia, nos muestra que no siempre caminamos con el ritmo que Él nos pide y que -incluso- podemos elegir caminos que no son buenos.

Un camino triste es el de la tibieza. Al caminante tibio se le enfermó el alma. Caminaba con el corazón encendido pero, poco a poco se le fue enfriando. Más o menos conscientemente se fue apartando de El Camino.

Siempre puede volverse al Buen Camino. Dios no sólo nos espera, sino que nos tiende su mano para ayudarnos.

El trabajo que tenés ahora entre manos recopila algunos cuentos que pueden relacionarse con este estado de abandono o dejadez. Con ellos, con algunos pocos textos que hacen referencia a este estado espiritual; y con unas recomendaciones para preparar una confesión querría ofrecerte una ayuda para la meditación y el examen de conciencia.

Con lo mucho que Dios nos quiere y nos ayuda, no tenemos derecho a estar aburguesados. No podemos ser tan ingratos. Por este motivo, vamos a tratar de identificar las manifestaciones de flojera o acedia que pueda haber en nuestra vida, para arrancarlas de raíz, como se hace con los yuyos o malas hierbas que crecen en huertas y sembrados.

Una última recomendación para esta introducción. El trayecto más corto –el atajo- para volver a Jesús (El Camino) es la Virgen María, nuestra madre. Con Ella –repito- el camino de vuelta es más corto y amable; Ella siempre puede recuperarnos la paz y la alegría perdida.

Cuentos

Mons. Francisco Javier Nguyen Van Thuan en la introducción al libro que recoge el retiro espiritual que predicó al Papa Juan Pablo II, en el 2000, dice:

“-Los asiáticos no razonan mediante conceptos, sino que narran una historia, una parábola; y la conclusión resulta clara.

Así hablaron Confucio, Buda y Ghandi. Y así habla Jesús”.

Creo que los buenos cuentos o historias tienen un lindísimo impacto en el alma. Espero que los que he elegido te gusten y te sirvan. Algunos pueden ser un poco fuertes; no buscan hacer daño a nadie, sí buscan mover a la reflexión. Algunos te servirán; otros quizás puedan llegar a ser útiles para ayudar a un amigo…

A vos te toca interpretarlos. A este respecto, en sus “Cuentos para pensar”, Jorge Bucay escribe:

“El maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma...

"-Maestro -lo encaró uno de ellos una tarde-, tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado... "

"-Pido perdón por eso, -se disculpó el maestro-. Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno".

"-Gracias maestro", -respondió halagado el discípulo-.

"-Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo: ¿me permites?"

"-Sí, muchas gracias" -dijo el alumno-.

"-¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?"

"-Me encantaría,... pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro... "

"-No es un abuso si yo te ofrezco, sólo deseo complacerte... Permíteme también que te lo mastique antes de dártelo"

“-No maestro, ¡no me gustaría que hicieras eso! " -se quejó sorprendido el discípulo-.

El maestro hizo una pausa y dijo: 

"-Si yo les explicara el sentido de cada cuento... sería como darles a comer una fruta masticada".

EL FANGO

-Papá, ¿voy a la cañada?

-No.

-¿Por qué?

-Porque no.

-No me voy a ahogar. ¿Vos no sabés que el dicho dice: "¿Cómo sería la cañada, si un gato cruzó a rebenque?". No me llega ni a la rodilla.

-Vos te reís de la cañada... Yo te voy a contar un caso que te va a hacer temblar.

El inglés Teddy Reale, administrador del ingenio Los Tilos, que le llamábamos Tero Rial -vos no lo conociste, fue antes de nacer vos-, se entró un día en la cañada... Le quebró el ala a una garza blanca y entró a buscarla. Una garza blanca vale 200 pesos, y además era capricho de cazador sobre todo. Tero Rial era un gran cazador y creía conocer todos los secretos del monte; y los del monte sí los conocería, pero los secretos de la cañada, los secretos del fango, no los conoce a fondo nadie. No tienen fondo. El peón que llevó con él era también forastero. Y dijeron: "El agua nos llega cuando más a la rodilla".

La garza herida se fue aletiando cada vez más para adentro. ¿Qué anchura tiene la cañada? ¿Quién lo puede saber? En tiempo de seca tendrá media legua o tal vez una. Pero en tiempo de lluvia todo el bajo se inunda. Y cuando encima el río Amores se desborda, ¿quién puede saber las leguas de agua y de barrizal que se extienden debajo del manto verde y mentiroso del aguapé que la cubre? Toda se llena de juncos y totoras, que parece un campo de avena. Un lindo campo. En la paz de la tarde tranquila, el sol lo barniza y el viento mansamente lo ondula. Arriba todo es hermosura y encanto. La flores blancas y moradas. Los flamencos color de rosa, que parecen también flores grandes vivas. Los patos, las garzas moras, los tuyangos. Un pechocolorado, que se levanta piando y vuela en círculos gozosos. Un charquito color azul aquí y allá, donde se pinta el cielo. Y abajo de toda esa hermosura, el barro, el barro hediondo, quién sabe los metros de barro. Así es el vicio. Así es un vicio que vos no conocés todavía.

Pero el inglés calzaba botas y la garza estaba cerca tentándole la codicia. ¡Linda la garcita blanca, delicada y graciosa! Se encaprichó por ella el inglés, que era tozudo. Y van y van, a ratos con dos palmos de barro, y a ratos por casi seco, lo cual los aseguraba. Así es él: ésa es la mentira diabólica del pantano. Así pasa también...

-¿La agarraron, tata, la garcita?

-No sé. ¿Qué importa eso? Un derrepente llegaron a una mancha de cañas, y allí pisaron en firme y miraron alrededor. Dijo el peón:

-Nos volvamos, patrón.

Y el inglés dijo:

-¿Qué es aquel grupo de árboles que está allá enfrente? ¿No es el cauce del Amores?

-Se me hace que debe ser -dijo el otro.

-Hay que cruzar la famosa cañada y llegar allá -dijo Tero Rial-. Queda cerca.

Cuando Tero Rial decía hay que, ya no había vuelta que darle. “¡Queda cerca!" ¿Vos no habías visto en la pampa lo que pasa, un ranchito o unos árboles que parece que quedan cerca, y uno camina y camina y no llega nunca? Es la otra mentira del pantano. Allacito no más está la dicha y uno mira y desea, y corre y corre, y nunca, nunca, llega. Y las piernas se hundían cada vez más y el barro era más chirle y pegajoso.

-Nos volvamos, patrón.

Pero el inglés maldecía y seguía adelante. Los árboles estaban allí mismo. Procurar pisar siempre arriba en las totoras. Cuidado, plaff... Un charco encubierto, no hay que asustarse, un remojón no más... aunque se han mojado hasta los cartuchos de la canana, maldito sea. Ahora un rodeo, hay allí una res muerta y una pestilencia insoportable... "Nos volvamos, patrón".

Volverse, sí. El rostro del patrón estaba sombrío y bañado en sudor. Pero volverse, ¿era ya posible? La noche se venía corriendo encima y era mejor hacer un esfuerzo sobrehumano y alcanzar, aunque sea reventados, las orillas de allá, que estaban ya mucho más cerca que las de acá. La resolución era desesperada, pero ya no se podía discurrir otra, si es que aquellas cabezas donde el Espanto había ya echado sus sombras tremantes y traidoras estaban ahora para discurrir.

En efecto, la Cosa Espantosa sucedió. Cayeron en un limazal y se hundieron hasta las caderas y cayó la noche sobre ellos. La luna con su inmenso manto de plata reverberante y las estrellas que se miran en las aguas como en un espejo de acero contemplaron impasibles los manoteos, los chapuzones, el caer de lado y de bruces en el barro, el romperse de las lianas a que se agarraban, la desesperación de los que sienten el piso ceder pulgada por pulgada, la agonía de los cuerpos vivos engullidos por la boca babosa y fatal de la laguna. Y oyeron gritos de horror y maldición desesperadas.

-Máteme, patrón. ¿Le queda algún cartucho? Tíreme, por favor.

Después cesaron los gritos. La cañada es mala y va poquito a poco. La cañada es mala y traidora y enemiga de la especie humana. Nadie puede comprender la agonía de aquella noche. De repente, en medio de la fúnebre pompa del plenilunio, una voz de golpe empezó a cantar. Era el peón Benito. Estaba loco. Y entonces la cañada diabólica empezó a cantar también. Cantó perversamente, con sus millares de grillos, de sapos, de ranas, de juncos que bisbisean, de aguas que gimen, con la voz de los millares de ventosas de barro que engluten. Glu, glu, glu, decía la cañada. ¿No lo has visto al loco Benito, el pobre viejo, cómo aúlla todas las noches de luna llena, sintiendo dentro de su cerebro el horroroso canto del triunfo de la cañada? El dice que la oyó cantar, que decía glu, glu, que se reía. Y es cierto que la oyó cantar...

-¿Cómo salió, Tata?

-Salió solo. No se sabe cómo salió. Del pantano, si uno no sale solo -y es un milagro de Dios-, ningún otro lo puede sacar; a caballo ni a pie no se puede ir, en barca no se puede ir...

-¿Y el inglés?

-¡Y nosotros que los andábamos campiando por el monte! Jamás pudimos imaginarnos que estuviesen en la cañada, después de tantos avisos... Hasta que oímos el tiro de la escopeta Martini del inglés, que tenía la voz poderosa, jamás se nos ocurrió que...

-Tata, pero el inglés, ¿qué se hizo?

-Mirá, ¿ves aquella escopeta herrumbrada en un rincón? Una vez, tres o cuatro años después, hubo una riada grande del Amores, venían por el río camalotes boyando llenos de víboras, juncos y basura. En uno de ellos -yo lo encontré- venía esa escopeta y al lado un cráneo partido de un balazo. El resto del inglés, hasta los huesos se los había tragado el pantano.

-¡Tata! -dijo el gurí apartando los ojos y estremeciéndose todo -. ¡Qué feo! ¿Por qué la guardaste?

-Para mostrarla a mis hijos y decirles: todos los que se entran adrede en el pantano de la lujuria han dicho siempre: "Hasta allí no más voy a llegar. El barro no me llega más que hasta la rodilla".

De Leonardo Castellani
CAMPERAS
Editorial Vórtice

HIJA DEL MAR INMENSO

La Gaviota, que estaba comiendo carroña, miró casi despreciativamente a su limpísima visitante.

-(¿Qué querrá aquí esta damisela?) Buenos días.

-Buenos días, prima. ¿Qué tal?

-¡Muy bien! -dijo la mugrienta, ponderando mucho-. Aquí en este matadero, ¡superior! ¡Comida a patadas! ¡Golosinas en abundancia! ¡Bofes por aquí, chinchulines por allá, achuras por este lado, tripas, cabezas, sangre negra, garrones verdeando de moscas! ¡Lo grande! ¡Carne a pasto!

-Carne podrida... -musitó la Gaviota Marina.

-¿Y tú, qué comes?

-Pescado fresquito, recién sacado -dijo ella-, un día tiburón y otro corvina... Vamos al mar donde nacimos, hermana, que la vida que llevas es la deshonra de la familia. El mar es grande y noble. Yo vuelo al ras de las olas sonorosas que traen espumas blancas y sobre las cuales el sol arroja su luz azul y las nubes las manchas verdosas de sus sombras. Yo vuelo también encima de las nubes y entonces el pueblo parece una manchita blanca y el peñón en que tengo mi nido un cascote; pero del mar no se ve el fin. Una vez volé desde la playa adentro tres jornadas, contra la Ley de nuestro Instinto, porque no se veía el sol que estaba nublado y la embriaguez del mar me poseía; y no vi el fin del mar. Y al querer volver me agarró una tormenta tan espantosa como nunca la vio ser nacido. Parecía que las nubes del cielo habían caído en el mar, y el mar había subido al cielo en medio de llamaradas fulgurantes, y que todos los elementos estaban mixturados como en el principio del mundo. Perdida en medio del ciclón yo vi llegar la muerte y la acepté con fuerza de corazón pero no me dejé caer, sino que penetrada de una viril y desesperada energía rompí con golpes continuos las aguas inflamadas, no sé si volando o nadando. El ruido y el rugido eran enloquecedores; las aguas golpeaban macizas como piedras y el viento abrasaba y arrastraba con brazos irresistibles. Yo había perdido la noción de todas las cosas y parecía que mi ser se había convertido todo en una terquísima y furiosa voluntad de no abandonarme, de no cejar por nada hasta que se me quebrasen las alas. ¿Crees que una se acuerda de sus hijos, de su casa, de sus padres, en esos momentos? De nada. Al fin salí. ¿Cómo? No sé. Abrí los ojos y me vi fuera del infernal torbellino, al cual oía bramar alejándose. Me vi flotando sobre las olas que hervían. Al llegar, mi casa me pareció un paraíso, mi vida una resurrección; mis pollos, que piaban de hambre, más hermosos que nunca... Ahora ellos han volado ya sobre las aguas azules y las nubes blancas y se han bañado en la rompiente y son tan fuertes como yo. Hermana, el mar es grande y noble. Vivir allí es costoso y sobrio, el peligro acecha y el trabajo no deja. Pero mil veces pasar hambre en la belleza de sus llanuras difíciles antes que la abundancia sucia de este matadero, hermana.

La Gaviota que se había pervertido bajó por toda respuesta despreciativamente la cabeza y arrancó de un picotazo el ojo de una vaca maloliente. Y la Gaviota Marina comprendió tristemente que a aquel buche atiborrado de placeres fáciles se le ocultaban invenciblemente todas las bellezas del mundo moral, todos los deleites que se alzan dos palmos sobre el nivel de aquel suelo fangoso en que se revolcaba.

De Leonardo Castellani
CAMPERAS
Editorial Vórtice

EL CICUTAL

Don Agapito Puentes vio una plantita de cicuta al lado de su maizal, y díjole: -No te doy un azadonazo porque tenés florecitas blancas... y por no ir a traer la azada.

Otro día vio un cardo y no lo cortó, porque tenía una flor azul, y para que comiesen las semillas los cabecitas negras. Medio poeta el viejo, cariñoso con las flores y los pájaros. Por un cardo y una cicuta no se va a hundir la tierra.

Pasaron los dos meses en que el pobre estuvo en cama con reuma, y cuando se levantó se arrancaba los pelos; había un cicutal tupido hasta la puerta de su rancho todo salpicado de cardos, de no arrancarse ni con arado; y su maíz, tan lindo y pujante, había desaparecido casi. Entonces sí que había florecitas blancas.

-¡Hay que desarraigar el mal aunque sea lindo, y cuanto más lindo sea, más pronto hay que dar la azadonada! -dijo el viejo-. Velay, a mi edad, ya debía haberlo sabido.

De Leonardo Castellani
CAMPERAS
Editorial Vórtice

ANITA LA HEDONISTA

¡Pobre! ¡Ojalá cambie a tiempo!

Una de las actitudes más frecuentes en las personas inmaduras es la de no hacer nada, creyendo que eso es lo más agradable. A esta actitud se la llama hedonismo, que significa placer. O sea que, para los hedonistas el placer consiste en hacer lo menos posible.

¡Ah, qué cómodo parece el hedonismo...! Anita no tenía idea de lo que es el hedonismo, porque no lee dos renglones por miedo a cansarse; pero, en la práctica, era el hedonismo andante. ¿Usted cree que si iba a la cocina, a tomar un vaso de agua, después lo enjuagaba y lo ponía de vuelta en su sitio? ¡De ninguna manera! Ahí lo dejaba, junto a las hornallas o sobre la mesada, esperando que otro se ocupase de él. Para qué hablar de la ropa, o de la limpieza de la casa... Siempre prometía que iba a aportar, por lo menos, con la parte que a ella le correspondía, pero, claro, primero estaban la comodidad y el descanso, y, después, no quedaba tiempo para nada.

Por esa época, Anita era una chica que se podía dar el lujo de ser malcriada, ya que sus padres y hermanos la bancaban. Así como era hedonista sin saberlo, tampoco se daba cuenta de que abusaba terriblemente de la buena voluntad de la familia con sus faltas de consideración: como dejar los platos sucios u olvidarse de apagar las luces, cuando era la última en acostarse.

Anita, por supuesto, no estudiaba. Había hecho hasta noveno grado, pero... no lo terminó, porque –desde su perspectiva- los profesores “le tenían mala idea”. ¿Cómo era posible que la mandaran a examen si ella estudiaba horas enteras, con la radio o el grabador al lado para no aburrirse, y junto a otras amigas con las cuales charlaba mientras preparaban las materias? Y, tanta era la injusticia en el colegio que, a sus amigas, también las bochaban.

Anita, como a todas las chicas, le gustaba tener plata como para poder comprarse ropa y darse sus gustos. Ya que no siguió estudiando resolvió ponerse a trabajar en algo tranquilo. Entró en una oficina pública. Allí le dieron un escritorio. Pronto le resultó chico, pues allí prepara el café para tomarlo con algunas otras empleadas a las que convenció que ése era el lugar más indicado para esta ceremonia, aunque estén a la vista del público y algunas veces proteste. Pero, para ella, esto, no tiene importancia; como tampoco tiene importancia que, al hacer espacio para poner las tazas, los memos que tiene que despachar se mezclen con otros expedientes; ¿total?: ya habrá tiempo para buscarlos...

Ya van unos cuantos años que Anita lleva esta vida hedonista. ¿Es feliz? Cuando se lo preguntan, no se siente segura de poder contestar. Anita no está cómoda ni contenta y no sabe bien por qué; aunque ya nadie le reproche sus platos sucios ni sus olvidos de luces.

Y, con las amigas de aquellos exámenes y de estos cafés, también pasa algo raro. Las que se casaron, están separadas. Las del grupo de la oficina, están todas amargadas porque no las ascienden nunca. Ahora, cuando se juntan, hablan de las injusticias que se cometen contra ellas, mientras que sólo “tienen suerte”, las otras, las que quieren quedar bien con los jefes gastándose en poner atención y prolijidad en los trabajos que les encargan.

O sea que la vida de Anita está empezando a tener un saborcito amargo que se va haciendo cada vez más intenso. ¡Pobre! ¡Ojalá cambie a tiempo! Porque a Anita le está sucediendo lo mismo que a todos los hedonistas: por pereza o por miedo, no quisieron hacer el esfuerzo de participar en el mundo de los demás siéndoles útiles. El resultado es que se quedan solos, y, como no conocen los resultados del trabajo, no llegan a quererlo.

Acuérdese bien de esta palabra, hedonismo: es una de las más tramposas que he leído en el diccionario. Los hedonistas, que aparentemente tendrían que pasarlo muy bien, son sumamente desgraciados; y, tan sumidos en el error están, que ni siquiera se dan cuenta de lo que los hace sufrir y fracasar. ¡Y pensar que hedonismo significa placer!

De Virginia Evans
Extractado de la revista
La Nueva Lectura

RECUERDO PARA UN MEDIOCRE

La vida se le iba yendo, como se seca un patio baldeado en pleno verano: sin que uno lo advierta pero rápidamente, con imperceptible velocidad.

Todavía no era decididamente viejo, aunque hacía mucho que dejara de ser joven. El término otoñal, tan recurrido en casos como éste, resulta sin embargo casi imprescindible para ilustrar respecto a la edad de nuestro hombre. Aunque, curiosamente, su memoria a través de los siglos quedaría asociada con la juventud.

Ni buena ni mala, opaca, había sido su existencia. Confortable y apacible, prevista y previsible. Sin penas grandes ni grandes exaltaciones. Sin gozo y sin dolor. Sin angustia ni aventura. Triste.

Hombre de posibles, jamás la estrechez golpeo su puerta. Pero esa cómoda situación nunca le requirió lucha ni esfuerzo: apenas si, con alguna prudencia, se limitó a conservar la hacienda heredada, a administrarla sin mayores aciertos y sin yerros desmedidos. La extensión de sus tierras no aumentó pero tampoco mermó. El número de sus majadas creció a resultas de la fecundidad de carneros y ovejas, pero no en virtud del éxito de sus transacciones. Disminuyó en cambio el caudal del vino producido por sus viñas, ya que las vides viejas se fueron secando sin que otras nuevas ocuparan su lugar.

No tenía hijos. Y si no se había procurado descendencia en las esclavas de su mujer quizá fuera por mero desgano. En todo caso, ello no se debía al excluyente amor que pudiera ligarlo a su esposa, con la cual se casara por conveniencia, arrastrando una relación fundada en cierta rutinaria armonización de egoísmos complementarios.

Leves achaques comprometían su salud discreta: cristalitos reumáticos punzaban a veces sus coyunturas; largos insomnios prolongaban las horas de sus noches; esporádicas inapetencias o sobresaltos digestivos perturbaban su vecindad con la mesa, siempre bien provista; el resuello se le alteraba de cuando en vez.

Como corolario inevitable de esa vida opaca, el hombre se aburría sin remedio. La lenta melaza del tedio envolvía sus días. El sopor del hastío resaltaba brillo a sus mañanas y atenuaba el fulgor de sus ocasos. Sin pasado y ya sin futuro, sin ilusiones y sin ambiciones, sin amor y sin odio, dejaba transcurrir la vida sin ganas de vivir pero con miedo de morir.

Sólo un recuerdo tornaba, repetido, a su memoria. El recuerdo de unos ojos y de unas palabras que, indelebles quedaran grabadas en su mente. Esos ojos y esas palabras lo habían acompañado desde su juventud, como una invitación al amor y a la aventura. Como una invitación al amor y a la aventura que El Joven Rico rechazó porque tenía muchos bienes.

De Juan Luis Gallardo
EL GALLITO BATARAZ
y otros cuentos más o menos evangélicos
Editorial Buenos Aires Edita S. A.

MORIR EN LA PAVADA

Una vez un catamarqueño, que andaba repechando la cordillera, encontró entre las rocas de las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina. Además hubiera sido difícil que este animal llegara hasta allá para depositarlo. Y resultaba demasiado chico para ser de avestruz.

No sabiendo lo que era, decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la patrona, que justamente tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados. Viendo que más o menos eran del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a éste debajo de la pava clueca.

Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y sin embargo se trataba de un pichón de cóndor. Si señor, de cóndor, como usted oye. Aunque había nacido al calor de la pava clueca, la vida le venía de otra fuente.

Como no tenía de donde aprender otra cosa, el bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillitas y desperdicios. Escarbaba la tierra, y a los saltos trataba de arrancar las frutitas maduras del tuitá. Vivía en el gallinero, y le tenía miedo a los cuzcos lanudos que muchas veces venían a disputarle lo que la patrona tiraba en el patio de tras, después de las comidas. De noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo que veía hacer a los demás.

A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impresionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que los impresione, es inmediatamente respondida con una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, que a pesar de ser grandes, no vuelan.

Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las altura, nuestro animalito quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado viejo que quería despertarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida, no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. ¿y él, porqué no volaba así? El corazón le latió, apresurado y ansioso.

Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de él cuando sintió su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos estaban en otra cosa. Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encontrado mucha frutita madura y todo tipo de gusanos.

Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.

Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a vieja, un día murió. Sí, lamentablemente murió en la pavada como había vivido.

¡Y pensar que había nacido para las cumbres!

De Mamerto Menapace
CUENTOS RODADOS
Editorial Patria Grande

EL KUPIÍ

El domingo pasado, como todos los meses, hice mi día de retiro. Predicó el Padre Luis. La segunda meditación fue sobre la tibieza. En ella nos habló del kupií y nos contó una historia.

El kupií es un tipo de termita: un insecto xilófago (que come madera). Las hembras adultas ponen huevos y de ellos salen larvas pequeñas y voraces que, en lugar de salir al exterior, penetran en las vetas de la madera royendo largas galerías, provocando daños tremendos, que no se ven a simple vista. El kupií puede llegar a dejar una fina película exterior y devorarse completamente el interior.

La historia la había leído hacía unos cuantos años. Se trataba del relato de un colono francés que vivió en el África. Resulta que, por asuntos que Luis no recordaba, el galo hubo de regresar a su madre patria. Después de unos años, pudo volver. Y llegó a su querida y abandonada casa, que con tanto sacrificio había construido con sus propias manos. Cuando abrió la gruesa puerta de madera, le sorprendió encontrarla excesivamente liviana. Cuando la cerró, la puerta se deshizo, reduciéndose a polvo. Aturdido por la sorpresa, fue a sentarse en un sillón. También éste se rompió y el hombre se cayó quedando desparramado por el suelo.

¿Qué había pasado? La puerta y el sillón habían sido atacados por el kupií; al igual que toda la cabaña, que era de troncos y que, poco después, también se hizo polvo.

Todos estamos llamado a ser templos del Espíritu Santo y no debemos permitir que el tiempo lo deteriore. Más aún, debemos embellecerlo con una vida santa.

Te recuerdo (pues seguramente ya lo sabés), los mejores “insecticidas, para mantener alejado o eliminar el kupií del alma”, son: la confesión, la oración y el recurso a nuestra Madre del Cielo.

De Juan María Gallardo
Sin publicar

UNA CARTA DEL DIABLO

Ayer te ví cuando comenzaste tu jornada. Tarde te levantaste, vencido por mi buena amiga la pereza. No le rezaste a tu Dios ni en ese momento, ni en todo el día. Hasta de agradecer los alimentos te olvidaste. Eres muy desagradecido y eso me gusta mucho.

También me agrada la enorme flojera que demuestras en todo lo que refiere a tu compromiso cristiano.

Por cualquier pretexto abandonas tus prácticas de piedad y faltas a las reuniones de formación. Tu mezquindad en la limosna y en la ayuda a los demás son una auténtica maravilla. ¡Es tan útil tu comportamiento para mi causa! No puedo describirte lo que me alegra el hecho de que hace ya tanto tiempo tengas esta actitud. Tantos años y sigues pensando que no tienes nada que cambiar ni nada de que arrepentirte; ¡me encanta!.

Desde que te conozco te detesto. Te odio porque odio a quien de vez en cuando llamas Padre. Me gusta usarte para hacerlo sufrir y vengarme de Él.

Tu ignorancia y tu comodidad te impiden ver cuanto te ama Dios; tu estupidez te ha llevado a que yo pueda esclavizarte. No te defraudaré: haré de tu vida y de tu eternidad un infierno que ni te imaginas. Con tu cooperación voy a poder demostrar quién gobierna realmente tu vida.

¡Cuántos momentos hemos pasado juntos!

¡Hemos disfrutado muchas cosas! , ¡Cuántas películas indescentes!, ¡cuántos sitios web hemos descubierto!; qué fáciles están muchas de las mujeres! Gracias por degradarlas y por convertirlas en objetos descartables; gracias por fomentar la promiscuidad y el sida –cuántas víctimas vamos consiguiendo. Me gusta que no reconozcas tus errores, y que sostengas que eres joven y tienes todo el derecho a gozar de la vida. No hay duda de que eres de los míos.

Disfruto mucho los chistes verdes y los cuentos obscenos que contás y escuchás. Vos te reís de lo graciosos que son, y yo me río al ver a un hijo de Dios participando en eso. El hecho es que ambos lo pasamos muy bien.

Tenemos el mismo gusto por las canciones vulgares y de doble sentido. ¿Cómo te enteraste cuáles son los grupos que me gustan?

Sos un fenómeno hablando mal de los demás, un verdadero maestro de la murmuración y de la calumnia; te felicito.

Cómo facilitás mi trabajo cuando prestás ciertas revistas, videos, o CDs, o cuando las llevás a las reuniones de amigos. Me gusta especialmente cuando lo hacés con los niños.

Decime cómo conseguís conocer tan bien la programación nocturna de la tv. Tampoco sé como lográs mantenerte despierto durante el día...

Me agrada que no tengas necesidad de que yo te tiente; habitualmente caés por tu propia culpa. Vos sabés cultivar muy bien la pereza y la curiosidad. Vos encontrás sin nigún problema mis ambientes y te exponés sin temor.

Menos mal que te da una vergüenza inmensa confesarte.

Menos mal que te olvidaste de rezar y que has dejado de lado a la Virgen María.

Para ir terminando, te cuento que –habitualmente- no acostumbro escribir estas cartas. Pero, como sos tan tibio y mediocre, no creo que vayas a cambiar. No me malentiendas, yo no he dejado de detestarte, pero te busco porque sos un buen instrumento para mí. Me agrada que tu manera de comportarte ponga en ridículo a Jesucristo.

Me despido. Seguimos en contacto permanente. Un enemigo que te odia.

Satanás

Pd.: Si realmente querés ser un buen amigo mío, no le muestres esta carta a nadie.

 Autor anónimo

EL RECLAMO AMOROSO DE DIOS

Mientras te levantabas esta mañana, yo te observaba. Me hubiera gustado que me ofrecieras el día que estabas comenzando o que me saludaras. Al levantarte tarde, tu mal humor y el aturdimiento te lo impidieron.

Esperé que me preguntaras o me pidieras alguna orientación respecto de los diversos problemas que llegaron a tu cabeza… Pero noté que estabas muy contrariado por no poder contar con la ropa que deseabas ponerte y por que no te habían preparado la tostadas para el desayuno.

Seguía esperando mientras corrías por la casa preparándote para partir al trabajo, creí que encontrarías unos minutos para detenerte y decirme "! -Buen día!" pero… estabas demasiado acelerado.

Para ver si percibías Mi presencia, te regalé una mañana verdaderamente primaveral: llené de colores el cielo, te acaricié con una suave brisa ylos pájaros cantaron para ti.   Pero no te diste cuenta de nada.

Te miré mientras ibas al trabajo y esperé pacientemente durante todo el día. Con tantas actividades me resultó lógico que te avocaras a ellas con toda dedicación y que no encontraras un momento para decirme algo. Seguí esperando. ¿Te acordás cuando comenzabas tus labores pidiéndome ayuda y regalándome tus esfuerzos? Últimamente estás bastante “mecanizado”. Y, no sólo Yo sufro tu indiferencia; los demás, también sufren tu carácter; tu mal carácter. ¿Qué pasó?; no eras así. No sé si te diste cuenta de cómo procuran evitarte.

Te vi regresar. Estabas cansado. El estrés y la adrenalina habían llenado tu jornada. Quise agradarte la vuelta con una tarde templada. Una caminata te ayudaría a llegar a casa un poco más relajado. Pensé que agradándote, te acordarías de Mí, pero volviste pensando mal e insultando a muchos de los que se te habían cruzado. Me dio pena por aquellos y me dio pena por ti,

Deseaba tanto que me hablaras… ¡Cómo esperé que buscaras tu descanso en Mí! Yo te hubiera dado el ánimo que necesitabas para agradar a tu familia.

Triste me puse cuando te vi enfrascarte en el televisor, cuando tu señora y tus hijos te necesitaban. Triste acostumbramiento es el que padece tu familia. Con la excusa del cansancio siempre terminas haciendo egoístamente lo que te da la real gana. Nunca pueden contar contigo para nada. Ya se han acostumbrado. Triste costumbre. Yo, en cambio, no puedo terminar de acostumbrarme.

Después de la TV, la comida. Los chicos ya están durmiendo. Tu mujer sabe que no te gusta escuchar los problemas de la casa. Los roles están perfectamente claros: ella se ocupa de la casa y tu de la plata…

La bendición de la comida nunca fue una costumbre de la familia; pero, la oración, sí. ¿Recuerdas cómo enseñaste a los chicos a rezar? Recuerdas cómo rezaban con tu mujer antes de dormir? Quizás no lo recuerdes, ya han pasado unos cuantos años.

Se acabó el día. Qué pena que hayas podido admirar la noche que quise regalarte. Te acuerdas cuando, con tu señora, se sentaban por la noche –tomados de la mano- a contemplar las estrellas? Qué poco hablan ahora. Has descubierto que mientras menos hablan, menos pelean. Qué curiosa solución para los problemas conyugales… Qué lástima que la relación haya empezado a enfriarse y la indiferencia avance. En cualquier momento otra persona te puede robar el corazón… Tendrías que hacer algo para re encender el fuego antes de que se apague…

Otro día terminó. ¿Hiciste algún tipo de balance? No. No te gusta, preferís no pensar ni afrontar los verdaderos problemas… Según vos, estás siguiendo los consejos de aquél “psicólogo-a-medida” que encontraste.

Querido hijo ¿cuándo vas a reaccionar?, ¿cuándo vas a volver? Yo no te voy a imponer nada, ni te voy a coaccionar; tampoco dejaré de invitarte y de estar cerca.

Si supieras lo mucho que te quiero, llorarías de alegría. ¡Cuántas cosas bellas te estás perdiendo! En fin. Pero tu vida continúa; todavía “tenemos” tiempo.

 

Llegó la hora de dormir. Yo esperaba alguna “señal”, algún detalle: una oración, una conversación breve, aunque fuera un “-¡Hasta mañana!”. Pero nada. Estabas muy cansado. Ni de tu mujer te despediste. ¡Qué pena!

Si supieras cuanto te quiero, llorarías de alegría.

Mi amor por vos no disminuye, pero este ritmo de vida te va a hacer mal. Tu corazón se convertirá en una roca si no cambias. Tu egoísmo te helará el alma. Hijo mío deseo ardientemente tu felicidad, tu paz y tu alegría; no las busque donde jamás podrás encontrarla.

Tienes toda tu vida para volver, pero… ¡vuelve pronto!, me da pena tu tristeza. Vuelve, hijo. Mañana será otro día. Yo sigo esperándote. No tardes. Juntos, lo podemos todo.

Estás dormido. Espero que puedas retomar fuerzas para mañana. Duerme tranquilo. A ver qué pasa mañana… yo no me voy a cansar de cuidarte y de esperarte...

Que descanses; tu papá, DIOS, vela por ti.

Autor anónimo

EL FOSO Y LA SERPIENTE

En la noche del 13 de noviembre Don Bosco habló así:

Ayer por la mañana hicimos el Ejercicio de la Buena Muerte. Durante todo el día estuve obsesionado por la idea del buen fruto producido por semejante práctica. Mas temo que alguno de vosotros no lo haya hecho bien; esta noche tuve un sueño que os voy a contar:

Me encontraba en el patio con todos los jóvenes de la casa, que se entretenían en saltar y correr por él. Salimos del Oratorio para ir de paseo y después de algún tiempo nos detuvimos en un prado. En él los muchachos reanudaron sus juegos y cada uno iba a porfía con los demás para ver quien era el que más saltaba; cuando descubrí en medio del prado un pozo sin brocal. Me acerco para examinarlo y asegurarme de que no ofrecía peligro alguno, cuando veo en el fondo una horrible serpiente. Su grosor era como el de un caballo, mejor dicho, como el de un elefante; su cuerpo informe y todo recubierto de manchas amarillentas. Inmediatamente me retiré lleno de horror y comencé a observar a los jóvenes que en buen número habían comenzado a saltar de una a otra parte del poso y ¡cosa extraña!, sin que me viniese a la mente la idea de prohibírselo o de avisarles del peligro a que se exponían. Vi a algunos pequeños tan ágiles que lo saltaban sin dificultad alguna. Otros, mayores, como eran más pesados, iniciaban el salto con mayor brío, pero alcanzaban menor altura y a veces iban a caer en el mismo borde; y he aquí que entonces asomaba y volvía a desaparecer la cabeza de serpiente de aquel horrible monstruo mordiendo a unos en un pie, a otros en una pierna, a otros en diversos miembros del cuerpo. A pesar de esto, aquellos incautos eran temerarios que seguían saltando sin parar, no quedando nunca ilesos. Entonces un joven me dijo, señalando a un compañero:

-Mira, este saltará una vez y lo hará mal; saltará la segunda y se quedará ahí.

Me daba lástima entretanto ver a muchos jóvenes tendidos por los suelos, éste con una llaga en una pierna, aquél con un brazo malherido y otro con la misma dolencia en el corazón. Yo les pregunté:

-¿Por qué corríais a saltar sobre aquel pozo exponiéndoos a tan gran peligro? ¿Por qué después de haber sido mordidos una y otra vez volvíais a repetir ese juego funesto?

Y ellos respondieron mientras suspiraban:

-No estamos todavía acostumbrados a saltar.

Y yo:

-No había necesidad alguna de hacerlo.

Y ellos replicaron:

-¿Qué quiere? No estamos acostumbrados. No creíamos que íbamos a padecer este mal.

Pero entre todos me llamó la atención uno que me hizo temblar de horror: era el que me había sido señalado. Intentó saltar y cayó dentro del pozo. Después de unos instantes el monstruo lo escupió fuera, negro como el carbón, pero aún no estaba muerto, pues continuaba hablando. Yo y otros estábamos allí haciéndole preguntas mientras temblábamos de espanto

Hasta aquí la crónica.

Nada se dice sobre la interpretación del sueño ni de los avisos dados por Don Bosco, avisos tanto más necesarios cuanto que comenzaban el curso. Y ¿qué diremos nosotros? ¿Nos aventuraremos a dar una explicación? –añade Don Lemoyne.

El pozo es el mismo lugar al que el libro de los Proverbios denomina: Fovea profunda, puteus angustus y que termina en puteum interitus como asegura el Salmo LIV: fosa profunda, pozo estrecho, pozo de perdición. En él el demonio de la impureza, como explica San Jerónimo en la Homilía XI in I Corintios.

En el sueño no parece que se trate de almas esclavas ya del pecado, sino de las que se exponen al peligro de cometerlo. Comienza con la bagatela y la alegría de una recreación, pero pronto cambia la escena.

Los pequeños saltan sin dificultad y con toda seguridad, porque en ellos aún no están vivas las pasiones, nada entienden del mal, la diversión absorbe todos sus pensamientos y el Ángel del Señor protege su inocencia y sencillez. Pero no se dice que volvieran a saltar, pues tal vez oyeron sumisos el aviso de un amigo.

Los otros jóvenes mayores se disponían también a saltar. No tenían experiencia. No eran ágiles como los pequeños; sentían el peso de las primeras luchas para conservar la virtud: la serpiente está escondida. Parece que se preguntaran: ¿acaso existe un peligro mortal en pretender saltar el pozo? Y sin más comienzan a saltar. Un primer brinco consiste en contraer ciertas amistades inconvenientes; en aceptar una publicación desaconsejable; en dar cabida en el corazón a un afecto demasiado vehemente. Es un salto, acostumbrarse a ciertos tratos demasiado libres; el alejarse de los buenos compañeros; el faltar a ciertos consejos y sugerencias que los mayores conceden mucha importancia para las buenas costumbres.

Pero el primer salto ocasiona la primera herida de la serpiente venenosa. Algunos salían incólumes, y adoctrinados por la prudencia no repetían la prueba; pero había también quienes, despreciando el peligro, volvían a afrontarlo, para su daño, de una manera temeraria.

El que cayó en el pozo y fue arrojado fuera, parece simbolizar la caída en pecado mortal, quedando la esperanza de volver a sanar mediante los Sacramentos.

Del que queda en el poso sólo hay que decir qui amat periculum in illo peribit: el que ama el peligro en él perece.

De San Juan Bosco
LOS SUEÑOS DE DON BOSCO
Sueño 46. Año 1863
Edición preparada por la Central Catequética Salesiana

LA SERPIENTE Y EL AVEMARÍA

El 20 de agosto de 1862, después de rezadas las oraciones de la noche y de dar algunos avisos relacionados con el orden de la casa, el buen padre dijo:

Quiero contaros un sueño que tuve hace algunas noches…

Soñé que me encontraba en compañía de todos los jóvenes de Castelnuovo de Asti, en casa de mi hermano. Mientras todos hacían recreo, vino a mí un desconocido y me invitó a acompañarle. Le seguí y me condujo a un prado próximo al patio y allí me indicó entre la hierba una enorme serpiente de siete u ocho metros de longitud y de un grosor extraordinario. Horrorizado al contemplarla, quise huir.

-No, no –me dijo mi acompañante–; no huya; venga conmigo.

-¡Ah! –exclamé–, no soy tan necio como para exponerme a un tal peligro.

-Entonces –continuó mi acompañante– aguarde aquí.

Y seguidamente fue en busca de una cuerda y con ella en la mano volvió nuevamente junto a mí y me dijo:

-Tome esta cuerda por una punta y sujétela bien: yo tomaré el otro extremo y me pondré en la parte opuesta y así la mantendremos suspendida sobre la serpiente.

-¿Y después?

-Después se la dejaremos caer sobre la espina dorsal.

-¡Ah! No; por caridad. Pues ¡ay de nosotros si lo hacemos! La serpiente saltará enfurecida y nos despedazará.

-No, no: déjeme a mí –añadió el desconocido–, yo sé lo que hago.

-De ninguna manera; no quiero hacer una experiencia que me pueda costar la vida.

Ya me disponía a huir, cuando el tal insistió de nuevo, asegurándome que no había nada que temer; y tanto me dijo que me quedé donde estaba dispuesto a hacer lo que me decía.

Él, entretanto, pasó del lado de allá del monstruo, levantó la cuerda y con ella dio un latigazo sobre el lomo del animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza hacia atrás para morder el objeto que la había herido, pero en lugar de clavar los dientes en la cuerda, quedó enlazada en ella mediante un nudo corredizo. Entonces el desconocido me gritó:

-Sujete bien la cuerda, sujétela bien, que no se le escape.

Y corrió a un peral que había allí cerca y ató a su tronco el extremo que tenía en la mano; corrió después hacia mí, tomó la otra punta y fue a amarrarla a la reja de una ventana.

Entretanto la serpiente se agitaba, movía sus espirales y daba tales golpes con la cabeza y con sus anillas en el suelo, que sus carnes se rompían saltando en pedazos a gran distancia. Así continuó mientras tuvo vida; y, una vez que hubo muerto, solo quedó de ella el esqueleto pelado y mondado.

Entonces, aquel mismo hombre desató la cuerda del árbol y de la ventana, la recogió, formó con ella un ovillo y me dijo:

-¡Preste atención!

Metió la cuerda en una cajita, la cerró y después de unos momentos la abrió. Los jóvenes habían acudido a mi alrededor. Miramos el interior de la caja y nos quedamos maravillados. La cuerda estaba dispuesta de tal manera, que formaba las palabras: ¡Ave María!

-Pero ¿cómo es posible? –dije–. Tu metiste la cuerda en la cajita a la buena de Dios y ahora aparece de esa manera.

-Mira –dijo él–; la serpiente representa el demonio y la cuerda el Ave María, o mejor, el Rosario, que es una serie de Avemarías con la cual y con las cuales se puede derribar, vencer, destruir a todos los demonios del infierno. Hasta aquí –concluyó Don Bosco– llega la primera parte del sueño. Hay otra segunda parte más interesante para todos. Pero ya es tarde y por eso la contaremos mañana por la noche. Entretanto tengamos presente lo que dijo aquel desconocido respecto al Ave María y el Rosario. Recemos devotamente ante cualquier asalto de la tentación seguros de que saldremos siempre victoriosos. Buenas noches.

Dos días más tarde, Don Bosco aseguró que por la noche continuaría el relato. Así lo hizo. Rezadas las oraciones, continuó:

Mientras hablábamos el personaje aquel y yo sobre el significado de la cuerda y de la serpiente, me volví hacia atrás y vi a algunos jóvenes que tomando los pedazos de la carne de la serpiente, se los comían.

Entonces les grité inmediatamente:

-Pero ¿qué es lo que hacéis? ¿Estáis locos? ¿No sabéis que esa carne es venenosa y que os hará mucho daño?

-No, no –me respondían los jóvenes–, está muy buena.

Pero, después de haberla comido, caían al suelo, se hinchaban y se tornaban duros como una piedra.

Yo no sabía qué hacer, porque a pesar de todo el espectáculo, cada vez era mayor el número de los jóvenes que comían aquellas carnes. Yo gritaba a uno y a otro; e intentaba impedir que comiesen; pero era inútil. Aquí caía uno, mientras que allá comenzaba a comer otro. Entonces llamé a los sacerdotes en mi auxilio y les dije que se mezclasen con los jóvenes y que trataran que ninguno comiese aquella carne. Mi orden no tuvo el efecto deseado, sino que algunos de los mismo clérigos se pusieron también a comer las carnes de la serpiente cayendo al suelo al igual que los demás. Yo estaba fuera de mí cuando vi a mi alrededor a un gran número de muchachos tendidos por el suelo en el más miserable de los estados.

Me volví entonces al desconocido y le dije:

-Pero ¿qué quiere decir esto? Estos jóvenes saben que esta carne les ocasiona la muerte, y con todo la comen. ¿Cuál es la causa?

El me contestó:

-Ya sabes que animalis homo non pércipit ea quae Dei sunt: que el hombre animal no percibe las cosas que son de Dios.

-Pero ¿no hay remedio para que estos jóvenes vuelvan en sí?

-Sí, que lo hay.

-Y ¿cuál sería?

-No hay otro más que el yunque y el martillo.

-¿El yunque? ¿El martillo? ¿Y cómo hay que emplearlos?

-Hay que conseguir aplicarlos a los jóvenes.

-¿Cómo? ¿Acaso debo colocarlos sobre el yunque y luego golpearlos con el martillo?

Entonces mi compañero, explicando su pensamiento, dijo:

-Mira: el martillo significa la Confesión; el yunque, la Comunión; es necesario hacer uso de estos dos medios.

Puse manos a la obra y comprobé que eran unos remedios eficacísimos, aunque para algunos resultasen inútiles; tales eran los que no hacían buenas confesiones.

De San Juan Bosco
LOS SUEÑOS DE DON BOSCO
Sueño 40. Año 1862
Edición preparada por la Central Catequética Salesiana

 

Textos

 Los textos fueron tomados –en su gran mayoría– de la Antología de Francisco Fernández Carvajal. Del mismo autor, recomendamos su libro “La Tibieza”.

 (…) Jesús les habló de muchas cosas por medio de parábolas diciendo:

“-Salió el sembrador a sembrar. Y según iba sembrando, parte de la semilla cayó (…) en terreno pedregoso, donde había poca tierra; brotó en seguida, pero la tierra no tenía profundidad; cuando salió el sol, se quemó; y como no había echado raíces, se secó. Otra parte cayó entre zarzas; y como las zarzas también crecieron, la ahogaron…

Lo sembrado en terreno pedregoso representa al que oye la palabra y la recibe, en el momento,

Ordenación con San Juan Pablo II 1990

Con San Josemaría 16 de junio de 1974

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