n plan de vida básico

Introducción:

El amor a Dios no crece, necesariamente, por el simple hecho de acumular devociones; pero, igual que el amor a cualquier persona, debe manifestarse en realidades concretas. Cada uno vivirá su piedad como Dios se lo dé a entender, como se lo inspire el Espíritu Santo. Por este motivo, te recomendaría que lo lleves a la oración y lo hables con el Señor.

El ofrecimiento del día

Teniendo a la Virgen como intermediaria será muy conveniente ofrecer el día a Dios, al levantarse por la mañana. Podemos hacerlo con nuestras palabras o con alguna oración. Un par de oraciones podrían ser: el “Bendita sea tu pureza...” o el “Oh Señora mía, oh Madre mía...”.

A lo largo del día convendrá renovar este ofrecimiento. Por ejemplo: al comenzar y finalizar el trabajo, al sentir el peso del cansancio o la satisfacción del deber cumplido, etc.

Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.
A Ti, celestial Princesa,
Virgen Sagrada María,
yo te ofrezco en este día
alma, vida y corazón.
Mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.

¡Oh Señora mía, oh Madre mía!,
yo me ofrezco enteramente a Vos y,
en prueba de mi filial afecto,
os consagro en este día mis ojos,
mis oídos, mi lengua, mi corazón.
En una palabra, todo mi ser.
Ya que soy todo vuestro,
oh Madre de bondad,
guardadme y protejedme
como cosa y posesión vuestra.
Amén

El valor de las “cosas pequeñas”

La santidad no consiste en hacer cosas cada vez más difíciles. Sí, en cambio, en tratar de cumplir -cada día- las propias responsabilidades con más amor.

El Señor ha prometido “mucho” a quien sea fiel en lo “poco”. Es muy grato a Dios el esfuerzo que se ponga en cuidar los detalles (orden, puntualidad, prolijidad...) en el trabajo, en la piedad, en la vida en familia, etc.

La oración mental o meditación

El diálogo con Dios es un medio fundamental para conocerlo, escucharlo y amarlo. Es imprescindible encontrar, todos los días, unos momentos para charlar con el Señor sobre las inquietudes que llevamos en le corazón: alegrías, tristezas, éxitos, fracasos, ambiciones, proyectos...

Las oraciones para comenzar y para terminar la meditación, junto al texto (de autor anónimo), te facilitarán este momento de intimidad con el Señor.

Al comenzar : Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes; te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados, y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí.

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No es preciso, hijo mío saber muchas cosas para agradarme: basta que me ames con fervor.
Háblame pues, aquí sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, a tu hermano.
¿Necesitas hacerme alguna súplica para alguien en especial? Dime su nombre, puede ser el de tus padres, el de tus hermanos o amigos: dime qué quisieras que haga por ellos.
Pide mucho, no vaciles: me gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse, en cierto modo de sí mismos, para atender las necesidades ajenas.
Háblame, pues, con sencillez, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves
padecer; de los extraviados que quieres ver nuevamente en el buen camino, de los amigos ausentes.
Dime por todos una palabra siquiera: pero una palabra de amigo, una palabra entrañable y fervorosa.
Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón; y, ¿no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos a quienes tu corazón más especialmente ama?
Y para ti ¿no necesitas alguna gracia?
Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades, luego ven y léela en mi presencia.
Dime, francamente, si sientes soberbia, amor a la sensualidad o pereza, si eres un poco egoísta, inconstante o negligente y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para librarte de tales miserias.
¡No te avergüences! Hay en el cielo tantos justos, tantos santos que tuvieron esos mismos defectos. Pero rogaron con humildad, y poco a poco se vieron libres de ellos.
Tampoco vaciles en pedirme bienes corporales, salud, memoria, feliz éxito en tus trabajos, negocios o estudios: todo esto puedo darte y te lo daré cuando me lo pidas, mientras no se oponga a tu santificación.
Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer por tu bien?
Si supieras los deseos que tengo de ayudarte!
¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente.
¿Qué te preocupa? Quién te preocupa? ¿Qué deseas? ¿Qué puedo hacer Yo por aquel asunto, por aquellos deseos, por aquellas personas...?
¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de tratarme?
¿Qué podrías hacer por los que viven olvidándose de mí?
Hijo mío, recuerda que soy dueño de los corazones y, suavemente, los puedo llevar -sin perjuicio de su libertad- si es que ellos quieren.
¿Sientes acaso tristeza o mal humor?
Cuéntame tus tristezas con todos sus pormenores.
¿Quién te hirió? ¿Quién te lastimó? ¿Quién te ha menospreciado.
Acércate a mi Corazón que es capaz de curar esas heridas del tuyo.
Dame cuenta de todo y acabarás por decirme que, a semejanza mía, todo lo olvidas, todo lo perdonas; y en pago recibirás mi bendición.
¿Sientes algún temor? ¿Sufres alguna dificultad?
Échate en brazos de mi amorosa providencia.
Estoy contigo: aquí a tu lado me tienes: todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
Ruega también por aquellas personas que te han causado algún mal.
Aunque hayan sido injustas o ingratas y hayan murmurado, pide por ellas.
¿No tienes alguna alegría para comunicarme?
¿Por qué no me haces partícipe de ella como un buen amigo?
Cuéntame lo que ha consolado y alegrado tu corazón.
¿Has tenido agradables sorpresas? ¿Recibiste buenas noticias, alguna carta o muestras de cariño? ¿Venciste alguna dificultad o superaste algún problema?
Manifiéstame por ello tu agradecimiento y dime: “Gracias, Padre mío, gracias”.
¿Sabías que el agradecimiento trae consigo nuevos beneficios porque al bienhechor le gusta verse correspondido?
¿Tienes algún propósito para hacer?
¿Cómo es tu dolor por tus faltas, pecados u omisiones?
Recuerda cuánto sufre mi Corazón y qué mal puedes llegar a hacer a tus hermanos...
Ahora bien, hijo mío, vuelve a tus ocupaciones habituales.
No olvides la conversación que hemos tenido y vuelve mañana.
Aquí te espero. No te olvides de Mí.

(Autor anónimo)

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Al terminar : Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en esta meditación; te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí.

El examen diario

El examen de conciencia de la noche, que podés hacer antes de dormir, puede ayudarte a conocerte más, a pedirle perdón a Dios por las faltas y pecados y a formular algún propósito de mejora para el día siguiente.

Sólo unos pocos minutos (tres o cuatro, por ejemplo) pueden alcanzar para ver cómo se ha vivido el día. El examen diario es un muy buen antídoto contra la tibieza espiritual.

Para preguntarse: — ¿Me he acordado con frecuencia que Dios es mi Padre? ¿Le he ofrecido mi trabajo? ¿He aprovechado el tiempo? ¿He rezado con pausa y atención? — ¿He procurado hacer la vida agradable a los demás? ¿He criticado a alguien? ¿He perdonado? ¿He rezado y ofrecido sacrificios por la Iglesia, por el Papa y por todos aquellos que el Señor ha puesto cerca de mí? — ¿Me he dejado llevar por la sensualidad? ¿Por el orgullo? — ¿Qué propósito concreto querría Dios que hiciera para mañana?

Como manifestación del arrepentimiento podés rezar el acto de contrición pidiendo perdón al Señor.

Muy conveniente será concretar un propósito para el próximo día. Por ejemplo: - Alejarme de ciertas tentaciones. – Evitar faltas específicas. - Esforzarme por practicar alguna virtud. - Aprovechar las ocasiones que se presenten para mejorar.

Las oraciones de la noche

Muchos cristianos han aprendido las oraciones vocales de labios de su madre. De modo que podrán comenzar y terminar el día con las oraciones que les sean más gratas.

Una costumbre muy difundida es terminar el día rezando tres avemarías pidiendo a la Virgen la virtud de la pureza cristiana para vos y para tus seres queridos.

Ordenación con San Juan Pablo II 1990

Con San Josemaría 16 de junio de 1974

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